martes, 16 de febrero de 2021

Un poquito

 “Dice que no le importa. Pero miente. Miente bajito. Para no herir mintiendo. Evitando los ojos. Como con dolor de mentir porque no tiene hábito. Dice que no le importa importándole, pero no queriendo. Que le importe. Le importa, pero miente. Para no herir. Y porque querría que no le importase. ¿Te importa?. No. Mentirosa. Y aparta los ojos para que no lea en ellos la verdad. Medio sonríe y se aleja. Triste. La miro marchar. Espero que, como un Charlot precioso, a medio camino de la lejanía, recomponga su figura y continúe avanzando con ese paso resuelto, gracioso, seductor que llevaba el día que la vi llegar. También a contraluz, como ahora, que se marcha. Desde el horizonte donde termina la carretera y empieza el sol. Pero se pierde en su luz como cayendo”. 


Está bien. Muy bonito. Hay una historia antes de eso, que no sé cuál es. Y tal vez hay una historia después. ¿Qué es lo que anda importando ahí? No lo sé. ¿Qué relación tienen ellos? Hay una ella. ¿El que narra es un él? No lo sé. Supongo que no puedo pensar en ella, puesto que lo he escrito yo.  Es un él, pues. Eso que importa es algo grave. Se ve en que a ella le duele. A él, menos. Él es, pues, el que ha tomado la decisión. Es una decisión razonable, quizá. Por eso a ella no debería importarle. Pero es una decisión grave. Por eso a ella sí que le importa. Pero es una decisión razonable. Por eso ella se marcha sin luchar. Importándole. Y él se queda. Algo triste por cómo se aleja ella, pero sabiendo que es lo que debe hacer. Espera que ella comprenda, que reflexione a medio camino y diga, “bueno, a otra cosa, esto ya ha pasado”, pero la esperanza no se cumple. No tiene buenos presagios para ella con esa caída en el sol.


Así empieza todo. Con cuatro frases. Menos. Con una. Una sola frase que he pensado paseando al perro. Luego llego aquí y escribo. Y eso que escribo sigue escribiéndose. Lastimosamente se acaba pronto. Unas veces no llega a definirse, como ahora. Otras veces se define, a la velocidad del rayo, casi siempre, y a mitad de página ya todo está concluido y la misa está hecha y en tus manos encomiendo mi espíritu. Casi nunca da tiempo a un inspiración, por qué me has abandonado porque la impresión es de que la historia está hecha. Media página es, a menudo, suficiente para contar cualquier historia. Todo lo que pase de eso es ya novelar, rellenar, crear ambiente, abusar de la paciencia del lector que lo que quiere es enterarse y a otra cosa. Abusar de la paciencia del escritor que lo que quiere es soltar lastre, limpiarse y lavarse las manos escrupulosamente. Y hasta la vez siguiente en que vuelva a apretar. Nada de cumplir con un esquema, un protocolo, cincuenta páginas mínimo (¡uf!, ¿quién las ha visto?) Esto es una necesidad fisiológica como otra cualquiera. 


Ella escribe a menudo. No tanto. Escribe alguna vez. El también escribe, pero ella nunca responde. Solo escribe. Escribe como clamando. Como lamentándose de su soledad. De su miedo. Él lee como desde otro mundo. Como excluido. Queriendo creer que ella le echa de menos. Que en verdad, en verdad, podía haber sido. Pero sabiendo que la verdad es que no. Que todo está como debe estar y que siga en el sueño. Ella le olvida largas temporadas, como los volcanes dormidos. De pronto, un día despierta y escribe. “te echo de menos”. Y él sabe que es verdad. Que en ese preciso instante es verdad. Que no lo era antes y no lo será después, pero ahí, sí, justo ahí cuando estaba escribiendo, sí. Y se siente profundamente agradecido. Humillantemente agradecido. Y se complace en su pequeño amor que no se consume porque no se gasta... Y cuando deja de leer se pellizca y se dice. Bueno, ya estoy despierto, mejor que friegue estos platos que si no las cucarachas me montan una rave.


Todo tiene un sentido. Lo que pasa es que a veces tiene más sentido de lo que uno quisiera. Entonces busca la manera de ocultarle el sentido et voilá, nace la literatura. El sentido de todo esto es que quiero escribirte sin que lo parezca, pero no sé no parecerlo. Se me resbala la mentira como un jabón húmedo con las manos mojadas. Como un pez mojado con las manos húmedas. Como unas manos húmedas entre unas manos húmedas. Bueno no. También sé mentir. Algunas veces. Pero con mentiras de azúcar. Y también sé mentirme. Todo el tiempo sé mentirme para sobrevivir. Eso lo hago mucho. Como cuando tú escribes los viernes por la noche para conjurar el frío y la soledad y la muerte. Pero solo porque estás un poquito borracha. Y es viernes. Y estás sola. Y hace frío, no sé si por dentro o por fuera o por ambos lados. Yo aquí estoy calentito. Y con culpa, un poco, de no tener frío. Y no estar tan solo. Y con ganas de estar contigo. Un poquito. 

No hay nada que hacer. 

Claro que puedo hacer cosas, pero sería inútil y hasta lo fastidiaría todo, aunque todo sea nada. Si todo fuera algo, ¡ay!, entonces sería diferente: sería peor. Así que, como siempre, me llevo la mejor parte de lo peor que podría pasar: que no pase nada. 

¡Ay esta mansedumbre de buey con que arrastro la vida!

1 comentario:

  1. No es un texto para leer deprisa. Lo he vuelto a leer hoy, despacio. Ha desprendido delicadeza como envuelta en sigilo rematada por esa frase final. No creo que se me entienda

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