miércoles, 24 de febrero de 2021

Willard y sus trofeos de bolos, de Richard Brautigan

 Después de la última riseña (me da ni sé qué llamarlo reseña) sobre un libro de Brautigan, ya no puedo empezar con un tal vez no se lo crean. Cambiemos radicalmente y empecemos con un: 

¿Se lo pueden creer?, aún he leído otro libro de Richard Brautigan. Este no va de bolos. Un poco, sí de trofeos de bolos, pero solo un poco. Y Willard es un pájaro de papel maché. Con ese no hay mucho más que hacer. Tiene una presencia testimonial en el título, y en la novela está todo el tiempo quieto, no sé, mirando, o reinando en medio de sus trofeos de bolos. 

Alguien les robó los trofeos de bolos a los hermanos Logan. Para ellos eran muy importantes esos trofeos de bolos. Papá tiene sus transmisiones (entiende mejor a las transmisiones que a las personas), mamá tiene sus tartas (entiende mejor a las tartas que a las personas) Y ellos tenían sus trofeos. (Hay hermanas, pero el autor nunca las hace comparecer, no conocemos sus aficiones ni lo que piensan del robo de los trofeos)

Los privilegiados lectores sabemos dónde están los trofeos de bolos. Los tiene Willard, en casa de Patricia y John. No los robaron ellos, los compraron a alguien que los había encontrado en el interior de un coche abandonado. P&J son unos chicos simpáticos. Buena gente. Él trabaja en algo del cine y ella creo que es maestra. A veces salen a ver una película de Greta Garbo. Les encanta Greta Garbo. A veces hacen el amor y comen bocadillos de pavo después en la cama. Luego ella se queda dormida mientras él mira el programa de Johnny Carson. Lo apaga justo antes de que Johnny despida el programa. Piensa que así ejerce él el control. 

P&J viven en el apartamento que está debajo de aquel en el que viven Bob y Constance. Una pareja trágica. Tienen más o menos la misma edad que ellos y se llevan bien. A veces se reúnen. Una vez que estaban juguetones y algo borrachos, P&J les gastaron una broma intercambiando los números de sus respectivos apartamentos.  A Constance no le gustó el asunto. Bob se quedó muy confuso. Pero nunca devolvieron los números a sus respectivos portales.  Y así se quedó. Ahora B&C viven en el apartamento 1 que está en el segundo piso y P&J viven en el apartamento 2 que está en el primer piso. 

Bob está mal. Está perdiendo la cabeza. Está olvidadizo, abstraído, torpe. Obsesionado con su libro de recortes de sentencias de griegos que hace miles de años que desaparecieron. Son como restos de sentencias que han sido encontrados en las excavaciones, fragmentos, palabras. Se lo lee constantemente a Constance y medita sobre la futilidad de la existencia. Bob está aún muy lejos de esos achaques de la ancianidad. Pero algo le ocurre. Tal vez tenga que ver con los hongos que tiene en el pene y que le impiden hacer el amor con Constance de la manera normal. Ahora practican una especie de sadomasoquismo suave que no satisface a ninguno de los dos. 

Riiing, riiing. En una habitación de hotel, donde esperan los hermanos Logan suena el teléfono. Una llamada largamente esperada. Una voz informa de que los trofeos de bolos se encuentran en el número 1 de …

No puedo decir nada nuevo de Brautigan. Todo es lo mismo que ya he dicho. Sin embargo, intentando profundizar en esta espuma, tal vez uno aprecie detrás de toda esta nadería una cierta desolación, un algo de vacío derivado de un modo de vida nuclear, aislado. Digo nuclear porque son núcleos de convivencia reducidos, pero sin apenas contacto entre ellos. No es soledad, sino aislamiento el de todos los personajes. La tragedia de B&C se debe a un momento de traición  a ese núcleo (una infidelidad de Constance) que es justamente castigado con la enfermedad sexual. En cuanto a los Logan y su enconada búsqueda de sus trofeos de bolos, tan absurda, es otra forma, tal vez, de desorientación, de vacuidad de sus vidas, que los trofeos mantenían convenientemente solapada. Truco simple el del intercambio de números que provoca una injusticia que sin embargo, en cierto modo, es un alivio. P&J no son molestados porque están libres de culpa. No sé, un poco por sobre interpretar la nada y otro poco por rellenar un poco más esta larguísima hoja de papel.

Un libro muy ligero. Menos absurdo, tal vez, que los dos anteriores, pero no tanto. En general, a Brautigan se lo puede leer como quien se come un sandwich rapidito a media mañana. Es gustoso pero estás deseando, al poco, llegar a casa y sentarte a comer un buen plato de comida. Un guerra y paz con chorizo o algo así. 

2 comentarios:

  1. El día que Parménides resucite, día que, sin duda, llegará, se cagará en todos los que han puesto en su boca palabras que nunca dijo y hará como Borges, aprender idiomas, en este caso el inglés, para leer a tu tocayo Brautigan que escribe absurdamente sobre lo absurdo, es decir, sobre la esencia misma de la cosa humana, y disculpa tanta coma con sabor a paréntesis.

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  2. Esos libros, mano, son como ambrosías Tirma, te los bailas por el aire. Algo tendrán

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