domingo, 14 de febrero de 2021

Las cosas que pasan leyendo a Brautigan

 Estaba por ahí, por las ramblas, paseando a Poncho y leyendo a Richard Brautigan. Me reía, esperando a que Poncho oliera uno matos, después de leer un párrafo de Brautigan donde contaba cómo Jesse recuerda la razón por la cual aquella cabaña de Big Sur tenía el techo demasiado bajo: "El día que levantaron las paredes había hecho mucho calor, y con tres botellas de ginebra, Lee Mellon no dejaba de empinar el codo, y el otro tipo, uno de esos sujetos religiosos profundamente perturbados, no dejaba de empinar el codo. Naturalmente, era su ginebra, su tierra, su material de construcción, su madre, su herencia, y Lee Mellon dijo: Hemos hecho los agujeros lo bastante profundos, pero los postes son demasiado largos. Los serraré". Y me reía porque imagino a Lee. Con esa seguridad que tiene en su completa irresponsabilidad. Conozco algunos tipos así, son simpáticos mientas te mantengas lo bastante alejado de ellos. Entonces, mientras reía, se abre la persiana de la ventana que tengo a unos metros por encima de mi cabeza, y una mujercita de aspecto bastante atractivo a pesar de estar recién levantada, me dio los buenos días.

--- ¡Eh!, Hola. Buenos días. ¿Qué es lo que te hace tanta gracia por ahí?. 

--- ¡Oh! -respondí- discúlpame. Sé que es temprano. Me distraje leyendo y a lo mejor hice mucho ruido.

--- La risa no es ruido. Te invito a un café y me cuentas qué es lo que te estaba haciendo tanta gracia.

La propuesta me resultó muy estimulante, pero las implicaciones me acobardaron. 

--- Te diría que sí, pero luego me vas a pedir que follemos y temo no estar a la altura de tus expectativas.

--- No te preocupes por mis expectativas. Vivamos el presente. Ya tengo puesto el café al fuego.

La dialéctica de aquella mujer me parecía admirable. Deshacía mi cobardía tan delicadamente como los rayos de sol despejan la niebla matutina. Me dirigí al portal, escuché el sonido del portero automático y entramos Poncho y yo. Subimos los pocos tramos de escalera necesarios para alcanzar la entrada a su piso. Ella estaba a la puerta, apoyada en el quicio. Vestía, o más bien la desvestía, una bata de tela muy ligera completamente desabotonada para que se percibiera con completa claridad que iba desnuda por dentro. Poncho puso la misma cara de tonto que yo. Pero yo me recompuse antes y tomándola por la cintura, por debajo de la bata, la besé en los labios y luego por el cuello hasta morderle la orejilla tan coqueta que lucía a uno de los lados de su hermosa cabecita. No me cabía duda de que al otro lado había incluso otra. Un derroche de belleza.

---Aún le faltan cinco minutos al café --susurró ella.

---Me sobran dos --respondí, tal vez precipitadamente.  


1 comentario:

  1. Que Poncho atraviese el tiempo y el espacio me parece genial. Algún día habrá que averiguar quién saca de paseo a quien. El texto con la palabra "mayonesa" justo al final sería perfecto.

    ResponderEliminar