A uno le gustaría escribir un libro. Pero no se le ocurre nada interesante sobre lo que escribir. Y si aun diera con una idea que desarrollar, a uno le parece que no sería capaz de desarrollar gran cosa. Porque uno, cree uno de sí mismo, tiene una mente simple, y un libro…, amigo, un libro no es cosa vana. Un libro perdura a lo largo del tiempo. Un libro permanece imperturbable al paso de las horas, los decenios y los centenios, ofreciendo sus ideas, sus historias, su personajes, sus fórmulas a las ávidas mentes de los siglos venideros. La vida de un libro tiene comienzo, pero no tiene fin. Por eso cuesta tanto engendrarlo. Todo autor lo sabe porque muchos lo intentan y pocos lo consiguen. Y, peor que eso, muchos de los que lo consiguen nunca llegan a saber verdaderamente si su humilde trabajo llegó a afectar en algo el parecer del mundo. ¡Quién le iba a contar a Homero sin ir más lejos!
Pensando como piensa uno, según lo expuesto arriba, va y se pone a leer un libro como La pesca de la trucha en América (Richard Brautigan, 1967). Iba a describirlo pero busco en internet y hay otro uno que lo ha hecho con mis palabras, mucho mejor que yo.
No se puede describir mejor.
A uno no le cuesta imaginar el proceso de construcción de este libro. El autor recopiló en su propia papelera todos aquellas hojas arrugadas que contenían esos textos que uno a veces escribe cuando no está haciendo nada o mientras está haciendo otra cosa como hablar por teléfono o mirar películas porno. Como son pocos, uno se sienta, trágicamente, y se pone a no hacer nada a ver si consigue que le salgan un buen montón de páginas que no cuenten ninguna cosa porque uno no está pensando en nada, pero que lo hagan con tanta gracia y locura como esas por las que los amigos de uno, esos insensato siempre dispuestos al halago porque creen que ser escritor es algo así como avatar mítico que ha descendido de Walhalla para morar entre los hombres y repartir entre ellos unas migajas del cielo en forma de Literatura (luego en el siguiente nivel está los POETAS. Pero esa es otra historia), lanzan loas al cielo y le echan flores sobre la cabeza y posan a sus pies para que sus santos zapatos no se manchen con el polvo de la calle.
Después de largos y duros minutos de trabajo, ayudándose de algún néctar como el champán o el oporto que sobró de las navidades pasadas, como los fantasmas, (y confiando en que volverán en las navidades futuras a reponer las estanterías) ya habrá conseguido rellenar dos o tres cuartillas más y cuando se siente satisfecho las une todas y dice: YA TENGO UN LIBRO.
Pero los editores, esos insaciables chupaletras que se comen el esfuerzo de los perseverantes escritores como quien chupa caramelitos de menta le desprecian el material porque no tiene un HILO CONDUCTOR estamos en el tiempo de las novelas, muchacho, si no hay novela no hay literatura. Y si quieres engañan a lector al menos proporcióname un HILO CONDUCTOR, un tema común, una referencia, algo contundente como… como… ¿a tí no te gusta pescar?, pues escríbeme un libro sobre LA PESCA DE LA TRUCHA EN AMÉRICA. Y el desinflado autor regresa a casa apesadumbrado de fracaso y oprobio, echa los papeles sobre su mesa los mira y se dice, ¿lo que quieres es un hilo conductor?, te voy a dar hilo conductor. Y entonces nace LA PESCA DE LA TRUCHA EN AMÉRICA. Empieza a releer todos y cada uno de los relatos y en cada uno de ellos sustituye, aquí o allá, alguna palabreja inútil, que de todas maneras no cumplía ninguna función porque el relato no tenía función ninguna, por LA PESCA DE LA TRUCHA EN AMÉRICA, y
Y este es un libro de cocina muy pequeño para La Pesca de la Trucha en América, como si La Pesca de la Trucha en América fuese un rico gourmet y La Pesca de la Trucha en América tuviese como novia a Maria Callas y comiesen juntos sobre una mesa de mármol con preciosos candelabros.
Y Maria Callas le cantó a La Pesca de la Trucha en América mientras comían juntos las manzanas.
LA forma en la que el lirio cobra atrapa a los insectos es un ballet para La Pesca de la Trucha en América, un ballet para representar en la Universidad de California en Los Ángeles.
ESTA es la autopsia de la Pesca de la Trucha en América, como si la Pesca de la Trucha en América hubiese sido Lord Byron y hubiese muerto en Missolonghi, en Grecia, y no hubiese vuelto a ver las riberas de Idaho, no hubiese visto nunca Carrie Creek, Worsewick Hot Springs, Paradise Creek, Salt Creek o Duck Lake.
Volvió a recoger su rimero de hojas, su libro, y esta vez sí, le puso un buen título: LA PESCA DE LA TRUCHA EN AMÉRICA, y se lo echó bajo el brazo para llevárselo al editor. ¡Premio!, un pelotazo, dijo el editor, en América hay mucha gente que se aburre mucho pescando truchas, y qué mejor que un manual sobre la Pesca de la Trucha en América, para esos aburridos pescadores. Estoy seguro de que esta vez sí que te vamos a sacar del arrollo de la mediocridad Richard. Y se llevó tan contento el libro al impresor. Ya hablaremos, Richard le dijo a modo de honorarios.
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Dicen que al autor lo encontraron un mes y pico después de que se hubiera metido en la cabeza una bala, en su apartada cabaña de Connecticat, o Wisconsin o Wichita o vaya usted a saber. La Pesca de la Trucha en América llevaba de excursión a sus hijitas reptando por la podrida epidermis del cuerpo en descomposición desde su seguro refugio en el interior de la cavidad craneal (donde ya se habían acabado de papear toda la masa encefálica y se habían organizado un coqueto apartamentito con tragaluz) hasta la zona del vientre donde se montaban orgías tremendas con otra gente que venía de fuera a participar del festín de La pesca de la trucha en América.
No sé. Lo leí. Me gustó. Lo pasé bien. Pero sí, es cierto sigo sin saber pescar truchas. Me parece que tu entrada dice lo que hay que decir sobre este asunto.
ResponderEliminarSe me olvidó acabar con la palabra "Mayonesa".
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