Para saber que uno
no se acuerda de nada tiene que acordarse de algo, de otra manera no
sabría que no se acuerda de nada. Cuando sabes que hay algo que has
olvidado necesariamente estas al borde de esa frontera, sabes que
algo falta. Cuando de verdad has olvidado ni siquiera recuerdas que
has olvidado. Hay caras de antaño que miras y no sientes ninguna
familiaridad. Aunque la cara te hable y te llame por tu nombre y te
suplique, no puedes haberme olvidado. Pues sí. En cambio hay otras
caras que has olvidado, las miras y sabes que las conoces pero no
recuerdas de qué, de dónde, de cuándo. A menudo son caras
recientes, simplemente sacadas de contexto. Una señora de la
limpieza de tu centro de trabajo con ropa de calle, un señor que
vende helados en el puerto que te saluda por Triana, una señorita
que te toca el corazoncillo al sonreírte y no es por atracción,
sino porque la última vez le dejaste propina alta en el restaurante
-un despiste. Otras veces son caras lejanas, un compañero de curso
del 75 que trabaja en una cafetería a la que sueles ir. De pronto un
día, mientras conduces pensando en un problema del trabajo te surge
un nombre, Óscar, y todo se ilumina.
La memoria es cosa curiosa. Te acuerdas que leíste un libro que pero no recuerdas en absoluto su trama. Crees recordar con precisión la trama de otro libro y cuando lo relees lo que recuerdas solo era una anécdota. ¿Y los nombres que se deshacen como cenizas en el mismo momento en que vas a buscarlos? Yo nunca recuerdo los nombres de los recién conocidos y siempre olvido apuntarlos como me tengo firmemente prometido. De otras personas, en cambio, lo voy olvidando todo, la memoria de su presencia, sus gestos, los rasgos menos evidentes de su rostro, el brillo de sus ojos, todo lo voy olvidando menos su nombre que permanece grabado a fuego sobre la blanda masa de mis sesos.
Aprender es recordar. Almacenar información, imágenes, anécdotas, modelos, en la cabeza de los que echar mano cuando te enfrentas a un problema nuevo o nueva situación. El proceso es simple, lo semejante llama a lo semejante por una especie de resonancia neuronal. Por eso tener buena memoria es signo de inteligencia. Pero a veces la memoria es como un tubo, por un lado entra lo reciente y por el otro sale lo antiguo. Hay quien dice que nada se pierde, que todo está ahí. Para recuperarlo basta una chispa y de pronto todo se enciende y lo olvidado se vuelve de ahora mismo.
En realidad, muchas veces, recordar es triste. El semiolvido deja en penumbra los detalles sórdidos, o simplemente banales que saturan la realidad y que el recuerdo preciso vuelve a recuperar. Cualquier tiempo pasado fue mejor precisamente por eso, porque olvidamos todo lo olvidable y solo permanecen los momentos intensos. En el fondo ¿quién desea el suplicio de Funes? Recordar cada instante preciso, cada causa y cada efecto, la sordidez que satura hasta ahogarlos los breves momentos felices. Vivir en penumbras no es una opción, pero si lo fuera es la que elegiríamos. El personaje de Memento al final se descubre cuando anota por detrás de la fotografía que hay que matar a aquel tipo que le recordó que hacía mucho tiempo que su labor había concluido ¿Terminar con aquello: para qué? En El viaje a ninguna parte también nos recuerdan que muchas veces olvidar es más piadoso que recordar. La fantasía es una especie de recuerdo falso. Con un poco de entrenamiento uno puede llegar a sustituir progresivamente sus recuerdos por fantasías. ¿Y quién conseguirá demostrar después que todo es mentira? Y sobre todo, ¿para qué?
La Historia es el recuerdo piadoso de la sordidez de la humanidad. La soberbia y la inteligencia de aquel hombre y no los miles de cadáveres destripados esparcidos por los campos. El fragor de las batallas decisivas y nos las largas jornadas chapoteando entre el barro y comiendo comida agusanada. Las intrigas de palacio y no el hambre del pueblo al pie del castillo. ¿Quién quiere recordar eso?
“me acuerdo mucho, pero mucho, de la historia de España. En cambio las cosas de misa, me se olvidan”, dice un personaje de Amanece que no es poco. No viene a cuento pero siempre me hace gracia recordarlo.
La memoria es cosa curiosa. Te acuerdas que leíste un libro que pero no recuerdas en absoluto su trama. Crees recordar con precisión la trama de otro libro y cuando lo relees lo que recuerdas solo era una anécdota. ¿Y los nombres que se deshacen como cenizas en el mismo momento en que vas a buscarlos? Yo nunca recuerdo los nombres de los recién conocidos y siempre olvido apuntarlos como me tengo firmemente prometido. De otras personas, en cambio, lo voy olvidando todo, la memoria de su presencia, sus gestos, los rasgos menos evidentes de su rostro, el brillo de sus ojos, todo lo voy olvidando menos su nombre que permanece grabado a fuego sobre la blanda masa de mis sesos.
Aprender es recordar. Almacenar información, imágenes, anécdotas, modelos, en la cabeza de los que echar mano cuando te enfrentas a un problema nuevo o nueva situación. El proceso es simple, lo semejante llama a lo semejante por una especie de resonancia neuronal. Por eso tener buena memoria es signo de inteligencia. Pero a veces la memoria es como un tubo, por un lado entra lo reciente y por el otro sale lo antiguo. Hay quien dice que nada se pierde, que todo está ahí. Para recuperarlo basta una chispa y de pronto todo se enciende y lo olvidado se vuelve de ahora mismo.
En realidad, muchas veces, recordar es triste. El semiolvido deja en penumbra los detalles sórdidos, o simplemente banales que saturan la realidad y que el recuerdo preciso vuelve a recuperar. Cualquier tiempo pasado fue mejor precisamente por eso, porque olvidamos todo lo olvidable y solo permanecen los momentos intensos. En el fondo ¿quién desea el suplicio de Funes? Recordar cada instante preciso, cada causa y cada efecto, la sordidez que satura hasta ahogarlos los breves momentos felices. Vivir en penumbras no es una opción, pero si lo fuera es la que elegiríamos. El personaje de Memento al final se descubre cuando anota por detrás de la fotografía que hay que matar a aquel tipo que le recordó que hacía mucho tiempo que su labor había concluido ¿Terminar con aquello: para qué? En El viaje a ninguna parte también nos recuerdan que muchas veces olvidar es más piadoso que recordar. La fantasía es una especie de recuerdo falso. Con un poco de entrenamiento uno puede llegar a sustituir progresivamente sus recuerdos por fantasías. ¿Y quién conseguirá demostrar después que todo es mentira? Y sobre todo, ¿para qué?
La Historia es el recuerdo piadoso de la sordidez de la humanidad. La soberbia y la inteligencia de aquel hombre y no los miles de cadáveres destripados esparcidos por los campos. El fragor de las batallas decisivas y nos las largas jornadas chapoteando entre el barro y comiendo comida agusanada. Las intrigas de palacio y no el hambre del pueblo al pie del castillo. ¿Quién quiere recordar eso?
“me acuerdo mucho, pero mucho, de la historia de España. En cambio las cosas de misa, me se olvidan”, dice un personaje de Amanece que no es poco. No viene a cuento pero siempre me hace gracia recordarlo.