viernes, 22 de noviembre de 2013

El ingrediente secreto

Tuve un sueño. Visitábamos con el colegio una fábrica de cervezas. Yo tenía una novia. Una amiguita de la que no me despegaba. Cuando nadie nos veía nos cogíamos de la mano y nos dábamos besitos. Los de la fábrica nos hacían pasar a un salón y nos explicaban, con transparencias, todos los misterios de la elaboración de la cerveza. Pero callaban un ingrediente secreto. Éramos niños y tampoco nos dejaban degustar el producto. Luego pasábamos a una exposición, pero mi amiguita y yo nos escabullíamos por un pasillo. Cogidos de la mano y temerosos avanzábamos hasta una enorme puerta que daba entrada a un almacén y que decía en letras negras y también enormes: SECRETO.
Nosotros abríamos la puerta y entrábamos. Nos quedábamos asombrados al ver hileras larguísimas de estanterías metálicas en las que había gatos completamente inmovilizados. La única posibilidad de movimiento era para acceder a un cuenco siempre colmado de agua. Los gatos bebían y bebían y movían las colas. Y maullaban. Había un enorme griterío de gatos que recordaban a los llantos de los bebés. Por entre sus piernas bajaban unos tubos trasparentes por los que se veía descender un líquido amarillo. Los tubos se juntaban a los otros tubos de la misma fila en un haz y los de cada fila al final se juntaban en uno más grueso que iba a dar a un enorme contenedor metálico.  Nos paseábamos asombrados por entre aquellas hileras. Nos escondíamos para evitar a unos hombres en bata blanca, con mascarilla, guantes y gorra plástica cubriéndoles el pelo, que observaban y anotaban cosas en sus libretas.
Mi amiga y yo decidíamos liberar a los gatos y nos separamos. Desaté unos cuantos y de pronto había multitud de gatos chillando y saltando por todas partes. Los hombres de blanco corrían alocados buscando una explicación a lo que ocurría.  Mi noviecita y yo nos reuníamos al final de un pasillo. En una pared había una reja que daba a la calle y yo me senté en el suelo y me puse a patear la reja hasta que se rompió. Por ahí nos escapábamos y nos alejábamos hacia el horizonte cogidos de la mano.



¡Mierda!, he estado bebiendo demasiado últimamente.

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