jueves, 7 de noviembre de 2013

La casa de Hilde, de Francesco de Gregori


La casa de Hilde

La sombra de mi padre era dos veces la mía, él caminaba y yo corría sobre el sendero de agujas de pino. La montaña era verde. Mas allá de aquel monte, la frontera. Más allá de la frontera, quién sabe. Más allá de aquel monte estaba la casa de Hilde.
Me acuerdo de que tuve miedo cuando tocamos a la puerta, pero ella sonreía, y nos dijo que pasáramos.Estaba vestida de blanco.  Nos quedamos sentados escuchando la puesta de sol. Ella, a oscuras, tocaba la cítara.
Por la noche, mi padre dormía y yo miraba la luna en la ventana, casi podía tocarla, no estaba más alta que yo. El cielo parecía más grande y yo me sentía ya un hombre, cuando la nieve comenzó a cubrir la casa de Hilde.
El aduanero tenía un fusil cuando vino a despertarnos. Le dijo a mi padre que levantara las manos y rebuscó en la bolsa, pero no encontró nada, solo una fotografía de recuerdo. Hilde, en la oscuridad tañía la cítara.
El aduanero, desolado, le dio la mano a mi padre. Más tarde, Hilde abrió su cítara y sacó los diamantes. Luego brindamos con una copa de vino; yo, solo medio vaso. Cuando amaneció, dejamos la casa de Hilde.
Más allá de la frontera, con mucho dolor, no encontré demasiadas flores, pero en el camino había una cabra que se mostró curiosa de nosotros. Mi padre se le acercó y se dejó capturar, le atamos una cuerda y se vino con nosotros.


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