Que me ponga la camisa de un hombre feliz, dice. Y yo voy y me lo creo. Claro, parecía tan mística. Y me cobró una pasta. Aquello tenía que significar algo. Y yo estaba mal. Y bueno, busqué. Busqué por todo el mundo, te lo juro. Europa, Asia, África, América y Oceanía; Lemuria y La Atlántida no las encontré, pero si llego a saber dónde están busco allí también. Y el único puto hombre feliz que vengo a encontrar es ese viejo sentado a la puerta de una cueva. Todo mugriento, despeluzado, sucio, sucio y más que sucio. El único. Lo sé bien, porque la primera vez que lo encontré me dije: yo no me pongo la camisa de ese ni de mortaja. Y seguí buscando. Pero era inútil y tuve que volver. Y la impresión era la misma. Me sonrió con aquellos dos dientes colgando – uno se le cayó mientras yo miraba y el tío se puso a reírse. Yo no sé si era feliz, pero gilipollas un rato – y no pude. Seguí buscando, años y años. Ya estaba cansado. Ya no podía más y tuve que volver. Enfrentarme a él y decir. ¡Pero qué coño haces para ser feliz!, ¿tienes al menos una muda de camiseta? Y no no tenía. Ni muda, ni sorda, ni puesta. El tío no tenía camisa. Solo llevaba aquel trozo de tela más escaso que la gabardina de Cantinflas. Pero yo ya no podía más. Me quedé y compartimos unos tollos guisados que llevaba. Le conté lo de la tía aquella que me habló de su camisa. Y no paraba de reírse. Hasta que se murió. De risa. Exactamente. Al menos riendo. Y ahí me quedé yo. Sentado a la puerta de la cueva. Sin saber muy bien qué hacer. Años y años aquí sentado. Sí, me levanto y meo y poco más, porque lo que como no da para mierdas. Años y años mirando amanecer y sintiendo ponerse el sol por detrás. No sé si duermo. Por las mañanas estoy aquí y ahí está otra vez el sol. Y así siempre. Hasta que usted ha venido y me ha contado esta historia tan graciosa, que me dan ganas de morirme.
miércoles, 29 de noviembre de 2023
lunes, 20 de noviembre de 2023
Reloj parado
Se me paró el reloj, pero no se paró el tiempo. Sus piezas detenidas siguieron envejeciendo. Las ocho de ayer marcadas hoy parecían otras, no las mismas. Ningún reloj marca dos veces la misma hora ni aún parado.
Después de una semana ya no era ni siquiera el mismo reloj y me compré otro reloj, porque este ya era viejo. Un reloj es viejo cuando se para. Mientras anda, va con el tiempo, a su lado y no envejece, pero al pararse se queda atrás, se marchita y a veces muere. Este volvió a funcionar. Lo puse en hora y ahora corre para alcanzar las horas que dejó de dar, pero es inútil. Nunca alcanzará las horas perdidas. Si pudiera mirar miraría con desconsuelo al reloj nuevo allá adelante junto al tiempo, siempre joven.
Supongo que ahora me pondré uno u otro según me sienta. Si estoy al día me pondré el nuevo, si me siento viejo y cansado me pondré el viejo, que a veces se parará conmigo y juntos dejaremos pasar el tiempo. Sin desconsuelo porque es inútil; sin esperanza tampoco porque también lo es. Simplemente miraremos al reloj nuevo allá adelante sin nosotros y tal vez nos echemos una mirada cómplice.
Y la gente me verá sonreírle a mi reloj y se atornillará la sien con un dedo. Y pensará este es uno de esos viejos enamorados de sus viejos relojes parados. A veces tendrán razón.
martes, 14 de noviembre de 2023
Ventajas de viajar en tren, de Antonio Orejudo
Se trata de una novela compuesta de historias. Hay un hilo argumental que las enlaza a todas, pero en esencia son una secuencia de historias. El hilo argumental es que una mujer viaja en tren y un señor se pone a contarle cosas. Luego el señor desaparece – se queda en una estación – pero le deja a la mujer una carpeta con narraciones de pacientes que la mujer lee, es decir, nosotros leemos. También la mujer tiene su historia que nos es contada. Por último, la mujer, que es editora, decide pedirle al hombre que le permita publicar el contenido de la carpeta y lo busca a partir de los indicios que le ha facilitado en su relato.
La historia del hombre es la más interesante porque tiene la estructura, a mí me lo recordó, de las narraciones del Manuscrito encontrado en Zaragoza, es decir – no sé por qué me recordó precisamente a este, creo que también en el Quijote se emplean ya estas técnicas – en donde, dentro de una historia te cuentan otra historia, y dentro de esa una tercera que luego se van resolviendo hasta volver a la superficie de la primera narración. Esto solo ocurre en esta primera, las otras son más simples.
El tema central de las narraciones, o el tópico central de las narraciones es el de la locura, o diferentes formas de locura. Yo diría que “locura” en términos populares, sin pretensión de disertar sobre el tema, aunque algunos textos estén encabezados por una supuesta definición de una patología. Esto le permite al autor ser bastante inventivo e irreverente. Es otra característica del texto, yo diría que la ironía rozando el cinismo, si no son la misma cosa. Juega o bromea con temas que son relevantes, como el maltrato, la sumisión, los propios trastornos mentales. Pero también toca temas como la pederastia, la corrupción, pero sin, de nuevo, pretensiones de pontificar sobre el tema, sino simplemente señalar que por ahí andan esas penas. Yo no diría que haga burla o frivolice, diría que en el concepto de ironía o de cinismo hay una cierta rabia impotente que se resuelve en ese tono del relato. Tampoco creo que esos sean los “temas” de los relatos. No parecen tener ninguna pretensión más que contar historias bastante absurdas o, no absurdas sino exageradas, tal vez absurdas por exageradas, pero que no dejan de adivinarse en la vida real.
En resumen es un libro que entretiene, que divierte. Pero diría que se queda ahí. Que no se te queda, no sé, como idea latente(*). No es un libro que piense que vaya a volver a leer, ni es un autor que me llame a nuevas lecturas por más que esta no me haya desagradado. Por cierto, volveré a leerlo, al autor, porque me dejaron dos de sus obras. Esta la comencé a leer porque hace un par de semanas echaron por la tele una película basada en ella. La película es exactamente un calco de la novela – a excepción de algún relato que excluye y algún trastoque de personajes –. Tampoco la película me pareció una maravilla, pero me llamó la atención por esa estructura narrativa a que me refería antes, que en la película es más evidente.
(*)Esto es algo muy subjetivo, tal vez. A mí me pasa con casi todos los libros de Luis Mateo Diez, Luis Landero o Manuel Rivas. Que siguen latentes durante varios días después de haber terminado su lectura. En cuanto a las relecturas, los libros llaman, uno siente que una sola lectura no es concluyente. Otros, en cambio, no. En cuanto los cierras prácticamente los olvidas. Este no es que quede tan de este lado, pero no es un libro que me llame a releerlo.
viernes, 10 de noviembre de 2023
Una reflexión sobre La sociedad del espectáculo, de Guy Debord.
Estaba curioseando ayer en La sociedad del espectáculo, de Guy Debord y escuchando algunas explicaciones en youtube y como con todos estos movimientos filosóficos que hablan de una sociedad sojuzgada de proletarios y de una élite controladora, siento una incomodidad. No puedo creerme, lo que me parece que no deja de ser una teoría de la conspiración, que un núcleo de individuos privilegiados maneje a las sociedades de modo que mantenga sojuzgado al trabajador para que siga uncido a sus obligaciones laborales de producción sin advertir su esclavitud o, advirtiéndola, entienda que a pesar de esclavitud no hay un «afuera» en donde puedan dejar de ser esclavo.
Aunque los modelos que se describen me parecen correctos: vivimos en una sociedad en la que hemos sustituido los valores y virtudes por sus apariencias, y hasta el robo, la mentira y el mismo crimen se disfrazan de actos virtuosos aunque todos seamos conscientes de su naturaleza esencialmente maligna; se ha desacreditado la verdad, y hasta la objetividad y todo parece interpretable conforme al relato que nos interese desplegar; nos adscribimos a uno un otro escenario, más por apariencia que por verdadero convencimiento: votamos, por ejemplo, por apariencia, o por creernos parte de una u otra facción, sin haber pensado apenas cuáles son las esencias, los idearios de una u otra; todo los reducimos a titulares y nos dejamos convencer por titulares para opinar circunstancialmente una u otra cosa según los que configuran los titulares decidan. Admitimos la mentira – en la publicidad, por ejemplo – y la adulación como una forma normalizada de relación con los otros, siendo plenamente conscientes en nuestro interior que mentimos o que nos mienten, y que adulamos pese a no estar convencidos de toda la bondad de aquello que alabamos – si es que lo conocemos en absoluto –.
En fin, lo que no me puede caber en la cabeza es que todo esto sea obra de una élite que desde allá arriba, riéndose a carcajadas con nuestras piruetas ridículas, maneje hábilmente los hilos de nuestra sociedad. Desde luego que hay manipuladores, pero esos manipuladores manipulan porque la manipulación es uno de esos actos espectaculares integrados en nuestra sociedad que forman parte de las herramientas que todos hemos convenido para la convivencia y la construcción de nuestra sociedad. Es decir, esa élite supuesta es una simple abstracción de toda la sociedad, una especie de idea platónica que aúna, en un único espíritu, la élite, todas nuestras consciencias.
Lo que quiero decir es que no se abordará correctamente el problema de la deriva de nuestras sociedades mientras sigamos planteando sus atolladeros desde una perspectiva de élite controladora de la gran masa, es decir, de teoría de la conspiración, por parte de un estado en la sombra, la conspiración judeo másonica o El priorato se Sión. Somos todos, los que hemos construido este modelo de sociedad del que no estamos satisfechos, al que todos y cada uno de nosotros – la gente de bien y sentido común, y la gente maliciosa que en verdad obtiene todos los beneficios y no desea otra cosa que que nada cambie, porque estos también se dan cuenta de que algo no anda bien aunque a ellos todo les vaya de perlas – consideramos anómalo los que vamos a poder cambiarlo, pero para ello debemos darnos cuenta, debemos comprender la mentira en la que vivimos y destaparla, revelarla ante los demás para que ellos a su vez también se den cuenta.
Es desde este punto de vista global desde el que hay que estudiar a nuestras sociedades, tratar de comprender qué nos ha traído hasta aquí, por qué hemos llegado a este modelo de sociedad que de un modo u otro todos deploramos – al menos todos le ponemos peros – pero somos incapaces de cambiar y en cuyo absurdo a veces parece que profundizamos. Incluso al que defendemos a pesar de saber que es un modelo incorrecto porque somos incapaces de percibir modelos alternativos, salvo el caos y la muerte.
lunes, 6 de noviembre de 2023
Mediocridades, la historia de cada lunes
Leyendo la autobiografía de Arthur Koestler se me ocurre que hay gente que tiene muy claro lo que quiere hacer de su vida y toma decisiones para conseguirlo, aunque esas decisiones sean dolorosas. La mayoría de los que tienen un cierto éxito social: actores, políticos de relevancia, empresarios de postín, científicos, etc., son de esta clase. Uno los oye hablar en entrevistas o autobiografías y tiene la impresión de que desde la más tierna infancia ya su flecha – para utilizar el símil que emplea Koestler – había sido disparada y no tenía más que un único destino.
Hay otra clase de gente que tiene igual de claro lo que no quiere que sea su vida y, sea por huida, por rechazo, por impulso irracional, toma decisiones de las que tal vez momentáneamente se arrepienta, pero que están fundadas en una voluntad interior de, como decía el verso de Benedetti: no hacer lo que no quiere (“Uno no siempre hace lo que quiere pero tiene el derecho de no hacer lo que no quiere”). En esta categoría se incluye, por la descripción que hace de sí mismo, Koestler, que en un impulso irracional del que luego se estuvo arrepintiendo, quemó su cartilla de estudiante que consignaba todos sus progresos en los estudios de ingeniería, a unos pocos meses de culminar su carrera. Esta gente no tiene tan claro su futuro, pero tienen muy claro qué es lo que quieren evitar. Conozco a algunos de ellos y me parece gente que encarna muy bien el sentido de lo que verdaderamente sería la libertad personal. El no dejarse atrapar en redes convencionales que una vez que te envuelven es muy difícil deshacerse de ellas porque las asimilas como inevitables, inalterables y sin alternativa posible. Son gente también que lucha y toma decisiones difíciles y que padece por ello, pero no se arrepiente, a pesar de todo.
Y luego estamos la mayoría, sospecho, de gente que ni sabemos lo que queremos ni sabemos lo que no queremos ni hemos tenido nunca muy claro que pudiéramos elegir una cosa u otra. Que las cosas nos sobrevenían y habría que ir despejándolas a medida que fueran llegando. Equivocándonos muchas veces, dejándonos llevar muchas veces, más por las circunstancias que por nuestros propios deseos, o al revés. Funcionando a fuerza de hedonismos, de evitar lo malo y tender hacia lo bueno en cada momento cada uno según su horizonte, unos lastimosamente estrechos, otros lastimosamente lejanos y aún otros alternando entre aquí y allá (aludiendo a la Fábula de los tres hermanos, de Silvio Rodríguez), todos sin un rumbo claro. La mayoría sin saber que podía haber escogido, casi todos sin creer que esa elección pudiera ser real (elegir entre lo que nos ofrecen).
No sé si echo de menos cosas en mi vida, a estas alturas, quiero decir. Claro que he echado de menos muchas cosas, pero, a estas alturas, todas me parecen tonterías irrelevantes. No me imagino de otra manera que siendo poco más o menos el que soy ahora y habiendo hecho poco más o menos las mismas cosas que he hecho con pocas variaciones. Pero esto es un tópico: uno no imagina otro camino que el que ya hizo para llegar aquí. Y sin embargo aquí estoy, lamentando, como cada lunes, estar aquí y siendo solamente esto que soy. Que he sido. Preguntándome si podría haber sido más, y qué poquito podría haber sido ese, porque aún sigo sin saber por dónde podría haberme desarrollado mejor. En fin. Como siempre, llego a la única conclusión que encaja en todo esto, la mediocridad. Soy el común, la gran masa, los anónimos que mueren en las películas de catástrofes. Los nadies sacrificables. Los irrelevantes que mueren en todas las guerras y por los que echamos unas lagrimitas mientras nos bebemos una cocacola y nos zampamos una hamburguesa. ¡ay de mí qué poquito he sido!
¿Y qué se puede llegar a ser? ¿Grande hombre? ¿Famoso? ¿Rico? ¿A qué podía haber aspirado? ¿De qué demonios me siento insatisfecho? No lo sé. Por más que pienso no sé de qué me siento insatisfecho. Tal vez solo de mí.
jueves, 2 de noviembre de 2023
Hoya del Parrado, antigua leprosería.
Estuve leyendo sobre el asunto de la lepra. No sé, me dio por ahí. Al parecer no es una enfermedad tan contagiosa como otras, pero los efectos tan escandalizadores que produce en los afectados la ha convertido en una enfermedad paradigmática. Otras muchas son más contagiosas que esta, como la misma sífilis, que sin embargo tiene menos prensa, aunque igual de mala – en este caso por su procedencia, generalmente de prácticas lúbricas poco honestas. Se dice que muchas veces se encerraba a los sifilíticos con los propios leprosos lo cual provocaba no que los sifilíticos se contagiaran de la lepra sino que los leprosos acabaran muriendo de sífilis.
Desde muy antiguo se mantuvo a los leprosos apartados y para eso se inventaron las leproserías o lazaretos. Esto de lazareto ha de venir del propio Lázaro revivido por Jesús en aquella memorable escena bíblica. Debe ser que así se imaginaron que volvía de la muerte el fulano, la cual no es precisamente una imagen redentora.
El caso es que esos recintos se consagraron a don Lázaro y mira tú por dónde, aquí en nuestra ciudad, el barrio o risco de San Lázaro es probable que llevara ese nombre porque por ahí estaba situado el Lazareto donde arrumbaban a todos los que estaban afectados de esta o cualquier otra enfermedad infecciosa. En su momento debió haber una ermita también, pero ya han desaparecido todos los recuerdos de aquello salvo el propio nombre del risco.
Hacia 1928 empiezan a leerse en los periódicos inquietudes por el estado del Lazareto y por la necesidad de trasladarlos a un lugar donde estuvieran con más acomodo – y lo más lejos posible, era probablemente lo subyacente a esta caritativa propuesta –. Se planteó el también llamado lazareto de Gando. Y también este asunto tanto del lazareto como del manicomio del cual asimismo se carecía de un recinto adecuado, fue pasto del famoso pleito insular, criticando los canariones que fuera el de acá el único recinto que acogía a tales enfermos y carecieran de adecuada financiación. El caso es que a finales de la década de los veinte empieza a verse clara inquietud por encontrar un lugar adecuado para ubicar a estos enfermos y en mejores condiciones que las que disponían en la localización actual. Y así hacia 1932 ya se han podido trasladar a la nueva localización de Hoya del Parrado, junto a la cual también se está en trámites de construir el nuevo manicomio.
La obra se atribuye a Eduardo Laforet Altolaguirre, que no me sonaría de nada si no fuera el padre de Camen Laforet. Sin embargo el hombre tenía trabajo en la época y muchos de sus trabajos aún pueden contemplarse. En San Mateo se le atribuye un edificio que allí llaman Casa del Coño por lo exagerado de sus dimensiones frente a lo que tradicionalmente se acostumbraba. Por la misma razón se llamó de esa manera a uno de los primeros rascacielos construidos aquí en Las Palmas. Al parecer la especialidad de este arquitecto fue la de los cines y muchos de los cines de la ciudad de aquella época llevan su firma. También la lleva la fachada del Cementerio del Puerto, el quiosco de la prensa en el Parque San Telmo, además de incontables chalecitos de la ciudad.
El caso es que se me ocurrió hacer una excursión para ver de cerca el edificio y allá que me fui usando el transporte público urbano. En concreto la guagua 9 que me deja en la miniestación – la nueva está en trámites de construcción y me da que va para largo – de Hoya de la Plata, para luego pillar la 6, un microbus que sube las cuestas de El Salto del Negro, cruza por La Montañeta y acaba su viaje en San Francisco de Paula. Allí me bajé.
Callejeé un poco por el barrio que también tiene su interés. Es un barrio de auto construcción con casas apiñadas unas contra otras. Yo no le echaría más de treinta años, aunque la mención topográfica ya aparece en el siglo XVI. Probablemente las primeras habitaciones fueran cuevas, a las que se hace referencia en el siglo XIX en algún documento (blog topónimos de gran canaria). Y, por supuesto, siendo zona elegante, hay sus güenos chaslenes y sus construcciones de arquitectura fina. Si no hay más es más bien por ese apiñamiento de la autoconstrucción tradicional que dificulta la venta de terrenos adecuados para una construcción moderna.
Pues por una banda, el barrio da a un barranco que prodigiosamente está sin urbanizar. En el google maps aparece como zona protegida. Parece que perteneció todo esto que nos rodea a la finca Las Magnolias, de la familia Miller, a la que se hace alusión en aquella novela de Alfonso O'Shanahan, Equinoccio, que, para disgusto del propietario, era comida por la construcción de la autovía y por la avidez urbanística. Aún se conserva un desdentado palmeral que en aquellos tiempos debió ser más frondoso.
Bajé por un camino mal acondicionado, que en el google figura como calle Los Garajes y enlaza con una vía medio cementada que se nombra Cta del Parrado tal vez porque viene a dar a la Hoya del Parrado, que es el llano donde se construyó el lazareto.
Acaba esta vía en la carretera de Marzagán a Tafira, junto a una gasolinera y al antiguo Manicomio (Hospital psiquiátrico) que actualmente es un genérico centro socio sanitario. Es una de las incontables firmas de Miguel Martín Fernández de la Torre, construido poco después del propio lazareto respondiendo a las mismas urgencias que aquel de saturación y mal acondicionamiento del que ya existía en Las Palmas. La peculiaridad de sus formas redondeadas, al menos en la fachada, que tal vez es lo que queda del complejo original, es lo que llama la atención.
Para llegar a la antigua leprosería el camino no ofrece facilidades, la carretera no tiene arcén y en las curvas uno está expuesto al despiste de los conductores.
También se trata de un complejo de varios edificios, concretamente cinco de los cuales uno se trata de una ermita. Estarían distribuidos en amplio espacio ajardinado y delimitado. Se accede por una entrada con verja, actualmente siempre abierta. El edificio pertenece al Cabildo y está en uso, sobre todo por la Asociación de Alzheimer de Las Palmas.
La verdad es que me metí por la cara, con lo apocado que soy yo, en el recinto. A la entrada, a mano izquierda hay un chalecito muy coqueto, para mí lo quisiera, de dos plantas que debió ser, por posición, la portería. Luego le sigue uno de esos pabellones, de los cuales se planificaron cinco para albergar a hombres y mujeres separadamente y luego zonas comunes y hospital, además de la ermita.
Lo más destacable, lo que más me llamó la atención, es la escalera de piedra que hoy nos suena muy señorial, pero que probablemente en la época era modesta. (foto escalera)
El edificio es rectangular, de dos plantas, fachada plagada de ventanas. Las de abajo tienen el dintel ligeramente curvado. Hacia la mitad, separando ambas plantas hay un pequeño saledizo que luego se repite en la zona final un poco más pronunciado. El edificio se asienta sobre lo que parece un bajo o sótano alto que en la fachada se distingue por el embaldosado en piedra interrumpido por largos y estrechos ventanucos.
La ermita está al fondo, en un pequeño altillo al que se accede también por una escalera de piedra, sin los flancos con maceteros de barro que tenía la del pabellón. Tiene un solo cuerpo, aunque atrás hay un ensanchamiento que ha de servir, supongo, de sacristía o cuarto de aperos eclesiásticos.
No llegué al edificio principal, mi apocamiento. Pero en el google maps se percibe como dos módulos laterales unidos por uno central más estrecho. También se aprecia que el pabellón delantero tiene por su parte trasera un ensanchamiento que da la impresión de encajar, como en un tetris, en el hueco dejado por la estrechez de este módulo central.
Detrás de este principal aún queda otro pabellón situado en una pequeña colina justo al lado de la autovía.
Ignoro si han sido modificados apreciablemente desde su construcción original, pero su aspecto es de bastante buen estado de mantenimiento. Como hemos dicho no es un edificio abandonado, está en pleno uso por la Asociación de Alzheimer de Canarias, además de alguna otra ong.
Antes de embarcarme de nuevo en la guagua de retorno me subí hasta el cementerio de La Montañeta, que, situado en una montañeta mismamente, disfruta de una vista encantadora en cualquier dirección que se mire – si conseguimos obviar la cicatriz de la autovía –.
Destaca, por cierto, este cementerio por ese rinconcito separado del recinto principal por un murete y dando ya a la salida, con una decena o menos de tumbas llamativas por los símbolos no cristianos grabados en las lápidas, en concreto exóticas estrellas de David.
Y ahora sí. Tuve que dar un paseo por el barrio de la Montañeta, también de casas apretadas entre las que puede descubrirse alguna tal vez más que centenaria, y casi devorado por una urbanización que, si no puertas, al menos ya le ha puesto rejas y farolas al campo.