Sandra Cinto |
Comencé por el sótano. Se trataba de un montaje de Rosângela Rennó, cuya exposición se denomina Todo aquello que no está en las imágenes.
Habían montado una tarima alta –hay que mirar para arriba para ver los bustos, y en cambio hay que medio agacharse para leer la leyenda que describe la obra– rodeando el cuarto central que hay en el sótano. Sobre la tarima se alinean una serie de bustos –al parecer procedentes del Museo Canario. Los bustos pertenecen a personas muertas, hechos en yeso a partir de máscaras extraídas de sus cadáveres –esto se sospecha por cómo tienen los ojos y la expresión–, procedentes de diferentes lugares: Europa, Asia, África y América. Predominan los hombres. La colección de bustos tiene, probablemente, el interés de representar diferentes tipos raciales. Por lo visto proviene de Francia. No me enteré muy bien, por leer con prisas, de quién las realizó y por qué vinieron a parar al museo Canario. Uno de ellos, por cierto, es ¿Jean Jacques Rousseau?, ahora dudo. Es la única que está incompleta. Causa impresión recorrer con la vista aquellos bustos de personas que han muerto. ¿Porque han muerto? Supongo que sí, por representar a seres que vivieron y murieron. En parte están ahí, su expresión es algo vivo, aunque muerto y de muerto. Es una forma de post existencia. Al mirarlos pensamos en ellos, quiénes fueron, cómo murieron. Casi todos son “negros”, es decir, no occidentales y sabemos el trato que teníamos los europeos con las mayorías en esos pueblos sojuzgados. Tal vez muchos de los que aparecían allí fueron asesinados por los propios occidentales, los mismos que luego se interesarían por sus característica raciales.
En la sala central del sótano debería, así lo entendí, haber una sucesión de imágenes proyectadas rotando sobre la pared. Las imágenes estaban estáticas. La proyección se realizaba a partir de un negativo, y las paredes están pintadas de blanco, así que lo que se proyecta es en realidad unas sombras, un rostro fantasmal. Creí entender por la leyenda que las imágenes deberían estar desplazándose por la pared en rotación continua. Yo vi solo dos imágenes distintas proyectadas en una esquina de la sala.
En la primera planta seguimos viendo el trabajo de Rosângela. Volví a leer la leyenda a toda prisa. Hablaba de unos robos en no sé qué biblioteca brasileña. Robos de fotografías antiguas. Algunas se han recuperado y otras no. La sala expone un montón de marcos con un contenido en gris. Debajo se describe qué es lo que debería haber allí. En algunos marcos se adivina una forma, como de fotografía muy borrosa o tal vez que simplemente les han dado la vuelta y vemos lo que apenas se transparenta. Supongo que lo que hay que extraer de aquí es una situación. La sala entera es el objeto expuesto y no cada uno de los marcos vacíos. Uno se siente allí un poco ridículo mirando marcos vacíos. Pero si te paras en medio y miras alrededor y tratas de percibirlo como un todo, incluyéndote a ti mismo como espectador de aquello, no sé, tienes una sensación extraña. Si eludes la sensación de ridículo de no comprender sino que simplemente te dejas estar allí.
He olvidado decir que durante todo el tiempo se oye lo que parece un silbador gomero. En efecto es un silbador gomero pero silbando no en español, sino en lengua ¿tupi?, una lengua aborigen de Brasil –nuestros autores son brasileños–.
La última parte de la muestra de Rosângela es unas columnas de nombres canarios aborígenes en las paredes. Al parecer la mujer se tropezó con un libro de nombres de origen canario y lo que ha hecho es ordenarlos por las diferentes ¿culturas? aborígenes que habitaron las diferentes islas. Es decir, que los ha ordenado por islas a partir la información dada en el libro. Los nombres masculinos están en negro y los femeninos en rojo. Siento decir que esto no me ha causado ninguna impresión, si esto mismo no es una impresión. En el centro de la primera planta hay una proyección que me senté a mirar un buen rato. Lo que se proyecta son manchas y rayas y nada en blanco y negro y el sonido es un continuo fluir del mar. Pero está subtitulada. Y a través de los subtítulos puedes seguir la historia de los primeros conquistadores portugueses que llegaron al Brasil y se pusieron en contacto con los indígenas y celebraron su primera misa. Todo siguiendo los diálogos de los propios actores, como si fuera una película. La idea, según la leyenda es imaginar que estamos viendo las imágenes originales de aquella exploración. Tan originales que están completamente deterioradas hasta no percibirse nada definido. Y, en efecto, recuerda a esas manchas y rayas que se ven en las fotografías y películas muy viejas, solo que en estas toda la imagen se ha perdido y nos hemos quedado con el ruido.
Bien, subimos a la segunda planta y nos encontramos con los trabajos de Sandra Cinto. En la primera sala que entro me encuentro con las paredes rayadas de una manera que recuerda a una partitura en blanco. También refuerza esa impresión el encontrarnos algunos instrumentos sin cuerdas, pintados de blanco y con unos extraños ondeantes dibujos en sus caparazones. Hay dos ¿violonchelos? en pie sobre unas tarimas que parecen columnas de libros y luego algunos violines pegados a las paredes y también una flauta. La flauta, he de decir, me parece fuera de lugar. Es negra y sobresale de la pared como un miembro fálico. No lo encajo con la blancura del resto. De nuevo, ante mi incomprensión, no me hago preguntas, simplemente me veo a mí mismo en medio de aquella sala extraña. Pausa se llama, por lo que recuerdo, y en efecto alude al silencio musical, al silencio en general. Y sí, si te dejas estar allí el tiempo suficiente transmite una cierta serenidad en medio de la extrañeza. Creo que esto es lo que me gusta de este tipo de cosas, lo raro, lo extraño de todo esto. Es como salirse de la vida cotidiana y entrar en un mundo ajeno inexplicable y eso es lo que me provoca fascinación. En cambio si trato de bajarlo al lenguaje, a hacerme preguntas y a tratar de buscar respuestas, solo puedo decir que son mamarrachadas extravagantes. Y sin embargo no lo son, porque consiguen trasladarme de mi mundo cotidiano de paseo al perro, potaje de lentejas, ida y vuelta al trabajo, conversaciones estúpidas, etc. a un mundo diferente y muy extraño a todo lo que me parece “normal” por unos minutos.
Lo que más me ha “gustado” conscientemente está en la siguiente sala. Un enorme cuadro que ocupa toda la pared más larga de la sala con un dibujo de líneas blancas sobre fondo negro -ya he visto algo parecido dibujado sobre los cuerpos de los instrumentos vacíos de la sala anterior– que a mí me causa la impresión de un extraño mapa. Un mapa de esos antiguos en los que se dibujaban físicamente la localizaciones, montañas donde había montañas y ríos donde estaban estos, y hasta esquemáticas construcciones indicando castillos. Esa es la impresión que me ha dado, estar mirando un mapa antiguo de una misteriosa región que no pertenece a este mundo. Muy acertadamente hay un asiento para reposarse y extender la mirada por aquellas regiones y perderse en sus recovecos. Pienso que muchas de estas salas que he visto tal vez con demasiada prisa, son para quedarse en ellas largos minutos, relajadamente hasta conseguir penetrar el misterio que su mudez está pronunciado. Sí, una extraña impresión de que es la obra la que te está observando en silencio esperando a que tú te pongas en contacto con ella. Reposo es a lo que invitan, no a mirarlos de largo y pasar a la siguiente sala porque esta no me ha dicho nada explícito.
La siguiente sala de Sandra es una habitación con una mesa, con un aspecto completamente inoperativo, de atrezo, detrás de la cual hay una montaña de papeles arrugados más alta que yo. Me fijo en los papeles y veo que tienen rayas que recuerdan a las del mapa y a las que había en los cuerpos de los instrumentos. Esa es, obviamente, su caligrafía. Lo que se confirma con una última secuencia de cuadros de formato pequeño que vuelven a reproducir esos dibujos y a confirmarme la idea de que reflejan paisajes, que podrían ser reconocibles, pero que están dibujados, tal vez, por alguien que no percibe ni transcribe lo percibido con la misma lógica que nosotros los seres corrientes que vamos al mercado los sábados y nos emborrachamos los jueves con los amigos. Volviendo por un momento a la sala anterior, no me produjo ninguna impresión, pero me sugirió la idea de llenar una habitación de papeles arrugados a modo de piscina tridimensional de bolas. Una habitación llena de bolas de papel arrugado hasta el techo en la que uno pueda entrar y sentirse en un lugar extraño.
Una reflexión me sobrevino antes de subir a la siguiente planta. Coherencia es lo que hace a un artista, dispersión es lo que somos el resto de los mortales. Lo coherente en esta mujer es su caligrafía, por de pronto, esa manera de dibujar que como digo da la impresión de no percibir y reflejar las imágenes con la misma lógica que nosotros. Además de coherencia hacen falta otros elementos. Pero la coherencia es esencial para que nuestros actos tengan efectividad y causen alguna impresión de lenguaje.
La última sala es la de Jac Leirner. De aquí solo puedo decir que la única sensación que he tenido es estar visitando el catálogo exposición de una ferretería. Cadenas, hilos, diferentes tipos de cuerdas y de niveles (esa herramienta de albañilería para medir el nivel de una superficie). Hay una ordenación de esos elementos, pero solo consiguen que uno recuerde los tiempos en que tenía cierta afición por estas cosas de la construcción y las manualidades. No percibí ni misterio, ni lenguaje, ni tampoco tenían los precios ni las referencias los productos expuestos.
Ya sé que esto es una descripción de bruto, de ignaro zoquete, pero alguien tiene que explicarles a estos tíos del Arte Exquisito qué es lo que ven los ojos de un fulano cualquiera que entra a alguna de sus exposiciones. Creo que estas palabras mías, si consiguen trascender ese estilo chabacano y cínico que las despoja de credibilidad muchas veces, les reseña con más claridad la exposición que los catálogos que describen cada una de las muestras. De Sandra se dice por ejemplo que en su trabajo nos movemos entre la seducción y la tragedia, entre la atracción de la belleza y la desgarradora conciencia de las heridas del viaje, que da forma visual a la dificultad de transitar por la vida, de sobrevivir. Creo que yerran al describir las cosas de esa manera, prestando más atención al efecto de la frase que a lo que efectivamente pueda significar en el contexto de la muestra actual. Hacen sentir a cualquiera un completo estúpido al estar contemplando aquellas paredes buscando la seducción, la tragedia, y sobre todo la desgarradora conciencia de las heridas del viaje que deberían estar muy claras. De Jac, al menos, se limitan a mencionar su carácter minimalista, su obsesión, evidente, con los objetos, los colores, la colección, organización y transformación, todo lo cual no traiciona las impresiones que he recibido, aunque me deja igualmente frío. A Rosângela la describen más bien como una estudiosa de los aspectos culturales y coloniales, y eso también es lo que se percibe en su muestra, además de la sensación de que con esto aún tenemos demasiado poco para evaluar el potencial expresivo, a mí me gusta hablar de lenguaje, de esta mujer; creo que con esta muestra se ven muy pocos caracteres como para poder descifrar un mensaje de sus expresiones, más allá de que se interesa por esos aspectos culturales y los efectos de la colonización. En general con los demás pasará lo mismo. Para hacerse con el lenguaje de un creador es necesario ver una amplia muestra de su obra, porque es el conjunto de los elementos el que habla y no cada uno de ellos aisladamente, al menos, según mi entender, si lo que nos interesa es descubrir ese lenguaje en conjunto y no simplemente dejarnos impresionar por los destellos que tendrán o no las obras individuales. Es cierto que una simple palabra nos puede resultar fascinante, graciosa, expresiva, pero si lo que queremos es comprender lo que nos dicen nos hacen falta frases enteras, párrafos. Para mí al menos, el arte entendido como un montón de obras individuales no tiene mayor interés que el rato que se extasía uno mirando una obra particular, éxtasis que termina por apagarse cuando uno se acostumbra a ella. En cambio penetrar en el universo de un artista es algo semejante a un viaje o a una lectura que consigue sacarte de tu circunstancia física concreta y sumergirte en sus profundidades, eso al menos es lo que a mí me llama de cualquier forma de arte.
Habían montado una tarima alta –hay que mirar para arriba para ver los bustos, y en cambio hay que medio agacharse para leer la leyenda que describe la obra– rodeando el cuarto central que hay en el sótano. Sobre la tarima se alinean una serie de bustos –al parecer procedentes del Museo Canario. Los bustos pertenecen a personas muertas, hechos en yeso a partir de máscaras extraídas de sus cadáveres –esto se sospecha por cómo tienen los ojos y la expresión–, procedentes de diferentes lugares: Europa, Asia, África y América. Predominan los hombres. La colección de bustos tiene, probablemente, el interés de representar diferentes tipos raciales. Por lo visto proviene de Francia. No me enteré muy bien, por leer con prisas, de quién las realizó y por qué vinieron a parar al museo Canario. Uno de ellos, por cierto, es ¿Jean Jacques Rousseau?, ahora dudo. Es la única que está incompleta. Causa impresión recorrer con la vista aquellos bustos de personas que han muerto. ¿Porque han muerto? Supongo que sí, por representar a seres que vivieron y murieron. En parte están ahí, su expresión es algo vivo, aunque muerto y de muerto. Es una forma de post existencia. Al mirarlos pensamos en ellos, quiénes fueron, cómo murieron. Casi todos son “negros”, es decir, no occidentales y sabemos el trato que teníamos los europeos con las mayorías en esos pueblos sojuzgados. Tal vez muchos de los que aparecían allí fueron asesinados por los propios occidentales, los mismos que luego se interesarían por sus característica raciales.
En la sala central del sótano debería, así lo entendí, haber una sucesión de imágenes proyectadas rotando sobre la pared. Las imágenes estaban estáticas. La proyección se realizaba a partir de un negativo, y las paredes están pintadas de blanco, así que lo que se proyecta es en realidad unas sombras, un rostro fantasmal. Creí entender por la leyenda que las imágenes deberían estar desplazándose por la pared en rotación continua. Yo vi solo dos imágenes distintas proyectadas en una esquina de la sala.
En la primera planta seguimos viendo el trabajo de Rosângela. Volví a leer la leyenda a toda prisa. Hablaba de unos robos en no sé qué biblioteca brasileña. Robos de fotografías antiguas. Algunas se han recuperado y otras no. La sala expone un montón de marcos con un contenido en gris. Debajo se describe qué es lo que debería haber allí. En algunos marcos se adivina una forma, como de fotografía muy borrosa o tal vez que simplemente les han dado la vuelta y vemos lo que apenas se transparenta. Supongo que lo que hay que extraer de aquí es una situación. La sala entera es el objeto expuesto y no cada uno de los marcos vacíos. Uno se siente allí un poco ridículo mirando marcos vacíos. Pero si te paras en medio y miras alrededor y tratas de percibirlo como un todo, incluyéndote a ti mismo como espectador de aquello, no sé, tienes una sensación extraña. Si eludes la sensación de ridículo de no comprender sino que simplemente te dejas estar allí.
He olvidado decir que durante todo el tiempo se oye lo que parece un silbador gomero. En efecto es un silbador gomero pero silbando no en español, sino en lengua ¿tupi?, una lengua aborigen de Brasil –nuestros autores son brasileños–.
La última parte de la muestra de Rosângela es unas columnas de nombres canarios aborígenes en las paredes. Al parecer la mujer se tropezó con un libro de nombres de origen canario y lo que ha hecho es ordenarlos por las diferentes ¿culturas? aborígenes que habitaron las diferentes islas. Es decir, que los ha ordenado por islas a partir la información dada en el libro. Los nombres masculinos están en negro y los femeninos en rojo. Siento decir que esto no me ha causado ninguna impresión, si esto mismo no es una impresión. En el centro de la primera planta hay una proyección que me senté a mirar un buen rato. Lo que se proyecta son manchas y rayas y nada en blanco y negro y el sonido es un continuo fluir del mar. Pero está subtitulada. Y a través de los subtítulos puedes seguir la historia de los primeros conquistadores portugueses que llegaron al Brasil y se pusieron en contacto con los indígenas y celebraron su primera misa. Todo siguiendo los diálogos de los propios actores, como si fuera una película. La idea, según la leyenda es imaginar que estamos viendo las imágenes originales de aquella exploración. Tan originales que están completamente deterioradas hasta no percibirse nada definido. Y, en efecto, recuerda a esas manchas y rayas que se ven en las fotografías y películas muy viejas, solo que en estas toda la imagen se ha perdido y nos hemos quedado con el ruido.
Bien, subimos a la segunda planta y nos encontramos con los trabajos de Sandra Cinto. En la primera sala que entro me encuentro con las paredes rayadas de una manera que recuerda a una partitura en blanco. También refuerza esa impresión el encontrarnos algunos instrumentos sin cuerdas, pintados de blanco y con unos extraños ondeantes dibujos en sus caparazones. Hay dos ¿violonchelos? en pie sobre unas tarimas que parecen columnas de libros y luego algunos violines pegados a las paredes y también una flauta. La flauta, he de decir, me parece fuera de lugar. Es negra y sobresale de la pared como un miembro fálico. No lo encajo con la blancura del resto. De nuevo, ante mi incomprensión, no me hago preguntas, simplemente me veo a mí mismo en medio de aquella sala extraña. Pausa se llama, por lo que recuerdo, y en efecto alude al silencio musical, al silencio en general. Y sí, si te dejas estar allí el tiempo suficiente transmite una cierta serenidad en medio de la extrañeza. Creo que esto es lo que me gusta de este tipo de cosas, lo raro, lo extraño de todo esto. Es como salirse de la vida cotidiana y entrar en un mundo ajeno inexplicable y eso es lo que me provoca fascinación. En cambio si trato de bajarlo al lenguaje, a hacerme preguntas y a tratar de buscar respuestas, solo puedo decir que son mamarrachadas extravagantes. Y sin embargo no lo son, porque consiguen trasladarme de mi mundo cotidiano de paseo al perro, potaje de lentejas, ida y vuelta al trabajo, conversaciones estúpidas, etc. a un mundo diferente y muy extraño a todo lo que me parece “normal” por unos minutos.
Lo que más me ha “gustado” conscientemente está en la siguiente sala. Un enorme cuadro que ocupa toda la pared más larga de la sala con un dibujo de líneas blancas sobre fondo negro -ya he visto algo parecido dibujado sobre los cuerpos de los instrumentos vacíos de la sala anterior– que a mí me causa la impresión de un extraño mapa. Un mapa de esos antiguos en los que se dibujaban físicamente la localizaciones, montañas donde había montañas y ríos donde estaban estos, y hasta esquemáticas construcciones indicando castillos. Esa es la impresión que me ha dado, estar mirando un mapa antiguo de una misteriosa región que no pertenece a este mundo. Muy acertadamente hay un asiento para reposarse y extender la mirada por aquellas regiones y perderse en sus recovecos. Pienso que muchas de estas salas que he visto tal vez con demasiada prisa, son para quedarse en ellas largos minutos, relajadamente hasta conseguir penetrar el misterio que su mudez está pronunciado. Sí, una extraña impresión de que es la obra la que te está observando en silencio esperando a que tú te pongas en contacto con ella. Reposo es a lo que invitan, no a mirarlos de largo y pasar a la siguiente sala porque esta no me ha dicho nada explícito.
La siguiente sala de Sandra es una habitación con una mesa, con un aspecto completamente inoperativo, de atrezo, detrás de la cual hay una montaña de papeles arrugados más alta que yo. Me fijo en los papeles y veo que tienen rayas que recuerdan a las del mapa y a las que había en los cuerpos de los instrumentos. Esa es, obviamente, su caligrafía. Lo que se confirma con una última secuencia de cuadros de formato pequeño que vuelven a reproducir esos dibujos y a confirmarme la idea de que reflejan paisajes, que podrían ser reconocibles, pero que están dibujados, tal vez, por alguien que no percibe ni transcribe lo percibido con la misma lógica que nosotros los seres corrientes que vamos al mercado los sábados y nos emborrachamos los jueves con los amigos. Volviendo por un momento a la sala anterior, no me produjo ninguna impresión, pero me sugirió la idea de llenar una habitación de papeles arrugados a modo de piscina tridimensional de bolas. Una habitación llena de bolas de papel arrugado hasta el techo en la que uno pueda entrar y sentirse en un lugar extraño.
Una reflexión me sobrevino antes de subir a la siguiente planta. Coherencia es lo que hace a un artista, dispersión es lo que somos el resto de los mortales. Lo coherente en esta mujer es su caligrafía, por de pronto, esa manera de dibujar que como digo da la impresión de no percibir y reflejar las imágenes con la misma lógica que nosotros. Además de coherencia hacen falta otros elementos. Pero la coherencia es esencial para que nuestros actos tengan efectividad y causen alguna impresión de lenguaje.
La última sala es la de Jac Leirner. De aquí solo puedo decir que la única sensación que he tenido es estar visitando el catálogo exposición de una ferretería. Cadenas, hilos, diferentes tipos de cuerdas y de niveles (esa herramienta de albañilería para medir el nivel de una superficie). Hay una ordenación de esos elementos, pero solo consiguen que uno recuerde los tiempos en que tenía cierta afición por estas cosas de la construcción y las manualidades. No percibí ni misterio, ni lenguaje, ni tampoco tenían los precios ni las referencias los productos expuestos.
Ya sé que esto es una descripción de bruto, de ignaro zoquete, pero alguien tiene que explicarles a estos tíos del Arte Exquisito qué es lo que ven los ojos de un fulano cualquiera que entra a alguna de sus exposiciones. Creo que estas palabras mías, si consiguen trascender ese estilo chabacano y cínico que las despoja de credibilidad muchas veces, les reseña con más claridad la exposición que los catálogos que describen cada una de las muestras. De Sandra se dice por ejemplo que en su trabajo nos movemos entre la seducción y la tragedia, entre la atracción de la belleza y la desgarradora conciencia de las heridas del viaje, que da forma visual a la dificultad de transitar por la vida, de sobrevivir. Creo que yerran al describir las cosas de esa manera, prestando más atención al efecto de la frase que a lo que efectivamente pueda significar en el contexto de la muestra actual. Hacen sentir a cualquiera un completo estúpido al estar contemplando aquellas paredes buscando la seducción, la tragedia, y sobre todo la desgarradora conciencia de las heridas del viaje que deberían estar muy claras. De Jac, al menos, se limitan a mencionar su carácter minimalista, su obsesión, evidente, con los objetos, los colores, la colección, organización y transformación, todo lo cual no traiciona las impresiones que he recibido, aunque me deja igualmente frío. A Rosângela la describen más bien como una estudiosa de los aspectos culturales y coloniales, y eso también es lo que se percibe en su muestra, además de la sensación de que con esto aún tenemos demasiado poco para evaluar el potencial expresivo, a mí me gusta hablar de lenguaje, de esta mujer; creo que con esta muestra se ven muy pocos caracteres como para poder descifrar un mensaje de sus expresiones, más allá de que se interesa por esos aspectos culturales y los efectos de la colonización. En general con los demás pasará lo mismo. Para hacerse con el lenguaje de un creador es necesario ver una amplia muestra de su obra, porque es el conjunto de los elementos el que habla y no cada uno de ellos aisladamente, al menos, según mi entender, si lo que nos interesa es descubrir ese lenguaje en conjunto y no simplemente dejarnos impresionar por los destellos que tendrán o no las obras individuales. Es cierto que una simple palabra nos puede resultar fascinante, graciosa, expresiva, pero si lo que queremos es comprender lo que nos dicen nos hacen falta frases enteras, párrafos. Para mí al menos, el arte entendido como un montón de obras individuales no tiene mayor interés que el rato que se extasía uno mirando una obra particular, éxtasis que termina por apagarse cuando uno se acostumbra a ella. En cambio penetrar en el universo de un artista es algo semejante a un viaje o a una lectura que consigue sacarte de tu circunstancia física concreta y sumergirte en sus profundidades, eso al menos es lo que a mí me llama de cualquier forma de arte.
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