Estaba esperando la guagua. En el tiempo que estuvo esperando pasaron tres, pero ninguna era la suya. No había nadie más en la parada. Por fin apareció la suya y se puso en pie con impaciencia, pero estaba abarrotada. Se detuvo, pero solo para que pudiera bajar un señor, anciano, con mucha dificultad. Miro al chofer, pero este mantenía su vista fija en el espejo retrovisor observando las lentísimas maniobras del anciano. Cuando este tuvo por fin ambos pies en la acera cerró la puerta y sin mirarle, a él que esperaba impaciente, arrancó. No se desesperó, no le apetecía meterse en aquella lata de sardina. Miró hacia el anciano que se había quedado como plantado mirando al frente sin moverse. Se acercó y le preguntó si estaba bien. El anciano parecía estar ausente. Le insistió. Entonces, como si despertara, le miró y sonrió. Hizo un gesto con la mano señalando la cabeza. Se dirigió hacia el banco de la parada y se sentó trabajosamente. Él se le acercó solícito. Volvió a preguntarle si se encontraba bien. El anciano le respondió que sí, que no le pasaba nada, que acababa de morirse, pero lo habían echado de vuelta. Él pensó que estaba loco. El anciano le respondió a su pensamiento que en efecto, debía ser que estaba loco. Entonces Él se asustó. El anciano no había movido los labios. Pero él había escuchado la frase perfectamente. El anciano volvió a hablarle. A lo mejor el que está loco es usted. Y sonrió. Él empezó a sentir miedo. El anciano, siempre a su manera, le dijo que se sentara. Él lo hizo. Un poco alejado del anciano. Me acabo de morir, siguió diciendo el anciano. Es increíble, pero me acabo de morir. Así, como pasa en las películas. Ya sabe a qué me refiero. Me morí. Estaba en una sala amplísima, mucho debía ser porque no se veían paredes por ningún lado. Un tipo siniestro, no sabría describirle cómo, se acercó a mí y me llevó ante otro tipo más siniestro aún. Miraba unos papeles sobre una mesa, concentrado. El que me acompañaba tosió discretamente y aquel levantó la mirada. Sabía mi nombre. Me saludó, hola Jacinto. Te tenías que morir, dijo, pero hemos decidido cambiarlo. Decisión de las altas instancias, ya sabes, y señaló, con cierto gesto de displicencia, hacia arriba. Que al parecer tu vida ha sido una mierda completamente insatisfactoria y que vas a tener que repetirla. Yo no decía nada, qué iba a decir. Que vale, que bueno. ¿Te acuerdas aquella película que viste?, la del tipo que le ofrecían volver a vivir diez años de su vida. Pues tú igual. Sin millón de euros, conste. Es una nueva idea. Eres como una especie de experiencia piloto. Últimamente las cosas no han ido muy bien por aquí. Nos llega la gente muy apagada, muy insatisfecha. La gente llega encantada de morirse. Unos muertos muy tristes. Qué mal lo están haciendo por ahí fuera. Pues, después de unas reuniones, hemos decidido que hay que repetir. Al que le salga mal, repite. Y si le sale mal otra vez, pues a repetir de nuevo. No queremos muertos tristes. Queremos muertos alegres, gozosos. Y te ha tocado inaugurar el procedimiento. A ver piensa, piensa, dónde quieres empezar. Y yo sin decir nada. Asombrado. Ya me dirá usted. No me lo podía creer. Mientas hablaba yo me estaba preguntando si me habría tomado todas las pastillas esta mañana. Y creo que sí. Tengo buena memoria. Una roja, dos verdes, pero de verdes distintos, tres blancas. ¿Influirá algo el orden? Con las de colores no hay problema, pero cuando son del mismo color... nunca me aprendo los nombres. Todos son tan estúpidos. Cabezín, tensiopan, circulavin. Por un momento se me ocurrió que pudiera ser verdad. Pero entonces pensé que ya me estaba llegando la demencia senil. Siempre he sido un hombre muy racional, un escéptico. Simplemente esto no podía estar pasando. Y como no podía estar pasando pues no estaba pasando. Eso pensé. Además, qué coño, yo me quería morir. Si es verdad que esto está pasando que me hagan entrar ya que mi mujer debe estar por algún lado. Es la única persona con la que quiero estar, y ya llevamos muchos años separados, maldita salud de hierro, o malditas pastillas. Y que soy un cobarde, oiga. Me las tomo. Sin olvidarme ni un día. El tipo siniestro insistió. Así como dándome prisa, que ya venía el siguiente. Le daba igual lo que yo dijera, solo quería firmar, estampar el sello y a la calle. Si no le importa, me deja a cinco minutos antes de ahora, justo cuando me levantaba del asiento se me escapó un pedo y no me gustaría dejar una mala impresión. El tipo ni pareció escuchar lo que le dije. Y entonces escuché el timbre de la guagua. Me levanté trincando bien el culo. Agarrándome a todo el que podía me bajé de la guagua y aquí me tiene. Se lo crea o no, joven, ahora, tengo que morirme. Inclinó la cabeza, cerró los ojos y nada más. Él miraba al viejo todo el rato, asombrado. Esperando que continuara. No continuó. No hizo nada. Lo empujó ligeramente y el cuerpo se inclinó peligrosamente. Lo retuvo y lo colocó en posición de equilibrio de nuevo. Le temblaban las piernas y no podía tenerse en pie. Pasó otra guagua, pero no se levantó ni hizo ningún gesto. Al rato decidió sacar el teléfono y llamar al 112.
Si están interesados en leerlo cópienlo y péguenlo en una archivo de texto. Milagrosamente se pegará en la forma correcta.
ResponderEliminarigual le da algo leerlo asi...
EliminarNo, si yo lo puse al revés porque no estaba muy convencido de que al derecho tuviera algún interés. Si al derecho no tiene ningún interés, al darle la vuelta tiene, necesariamente que tener todo el interés.
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