martes, 10 de abril de 2018

¿Qué estaba yo diciendo?

Gil de Biedma dejó de escribir porque sintió que ya no tenía más que decir. Uno piensa, admirablemente honesto, voy a hacer lo mismo. Pero, ¿qué significa que ya no tengo nada que decir? He estado pensando en ello y he llegado a la conclusión de que, en efecto, a uno se le agota lo que tiene que decir, las cosas distintas que puede expresar, los temas entorno a los cuales uno medita son limitados. Necesariamente llega un momento en que te das cuenta de que eso ya lo habías pensado antes, y no una vez sino decenas de veces, y que en las decenas de veces anteriores no habías sido consciente de ello, de que ya lo habías pensado o dicho o escrito de una manera u otra pero más o menos la misma idea. Y es entonces cuando empiezas a darte cuenta de que estás agotando todos tus temas. Te estás volviendo cansino hasta contigo mismo. Y lo que es peor, te das cuenta de que no has avanzado un grado en resolver tus conflictos. Te has pasado la vida lamentándote de tus defectos, proponiéndote metas, soñando con el yo que podrías ser si no fueras tan lastimosamente perezoso, irrespetuoso con tus propias decisiones, y de tanto girar en círculos en torno a ti mismo has cavado un pozo del que ya no sabes salir. Te repites; esta misma metáfora del pozo quién sabe cuántas veces la habrás utilizado ya. ¿Y de qué te ha servido si no ha sido para dar un salto, salir fuera y correr en cualquier dirección pero en llano por donde puedas llegar a alguna parte? Aquí sigues, repitiendo la metáfora del pozo de ti mismo, paladeándola satisfecho. Lamentando que no caigan sobre ti millones de felicitaciones por lo acertada y aguda que es esa metáfora. ¡Qué gilipollas!
Yo, que he creído siempre – al menos desde que leo a Pessoa –  que no hay un yo, que somos muchos y que por eso no nos acordamos de lo que hemos prometido cumplir – fue otro, el de ayer, quien hizo la promesa, no nosotros, el de ahora –, ahora creo que estoy limitado, que si somos muchos somos muy pocos o muy homogéneos. Que soy, o somos, muy previsibles y ya no esperamos sorpresas de nosotros mismos – sí, al menos fuimos capaces de darnos alguna sorpresa, pocas, tan pocas, pero alguna, conservada en un cofrecito de la memoria como el gigante de Alfanhuí conservaba su tesoro que valía tanto que no valía nada (¡qué cansino con ese niño siempre en las letras!)–. Y si todo lo que vas a hacer, a escribir, a pensar, a decir, ya lo has hecho, ya lo has escrito, pensado o dicho alguna vez anterior, entonces solo nos queda perder la memoria o callar.
¿Qué estaba yo diciendo?

No hay comentarios:

Publicar un comentario