domingo, 22 de abril de 2018

Ciudades desiertas de José Agustín (Paseo al perro.)



Salgo en dirección al parque de los Juegos Olímpicos de México y después de que el perro eche un par de meadas en la hierba sigo  por Obispo Romo, cruzo y subo una calle por Carlos Mauricio Blandy para meterme por la del Letrado Ramírez Doreste y ya estoy en Henry Dunant. Pero en realidad la que quiero coger es Obispo Servera que tiene vistas a Schamman y a mi colegio, que en mis tiempos se llamaba Veintinueve de Abril y conmemoraba la victoria castellana sobre la barbarie aborigen. Después le han cambiado el nombre, cuando nos convertimos en región autónoma y orgullosa de su pasado. En este colegio hice la segunda mitad de mi egb. La primera la hice en un colegio privado. Uno pequeñín instalado en un piso –cuando nos portábamos mal la maestra nos ponía en el patio de rodillas y ordenaba a la vecina que estaba tendiendo que nos vigilara y si nos movíamos la avisara por teléfono, pero la vecina nos miraba, sonreía y nos guiñaba un ojo–. Aún existe la institución, aunque hoy ya es un imperio, entonces apenas llegaba a fundación. De aquí, del veintinueve, recuerdo a Agustín, un muchacho, algo mayor que yo, que tocaba, no recuerdo qué instrumento, en la banda de Agaete. José Agustín se llama el tipo, mexicano, cuyo libro ando leyendo. Un tal Eligio anda recorriendo los EEUU en busca de su esposa, Susana. La pinche Susana se le ha escapado tres veces y el muy… sigue creyendo que es suya y que no tiene ningún derecho a escapársele. La persigue, creo yo, por ese orgullo. Y ella se escapa precisamente por eso. Ella no es de nadie. Los Estados Unidos que pinta José Agustín son bastante fríos, –no solo porque estamos en invierno y ha empezado a nevar– desolados en el sentido humano: calles, eso sí, amplias, limpias, pero vacías, muertas, sin vida. Pueblos sin carácter, sin distintivo, gentes muy homogéneas, sin matices, y todas todas, orgullosas de su gran nación, condescendientes con las demás. En boca de algunos personajes, tanto mexicanos como americanos, se declara al pueblo yanqui un pueblo sin raíces, y por eso esa fascinación por lo exótico –Susana fue a EEUU invitada por una beca literaria en la que se invitan a escritores de muchos países a convivir durante unas semanas. Eso sí, todo pagado, todo programado, todo minuciosamente ordenado–. Yo bajo por las escaleras que hay junto al Club Natación Ciudad Alta, que vienen a dar a la parte alta de Mariucha. Por aquí subía yo todos los días hacia el instituto, que entonces era el Alonso Quesada y ahora es el Pablo Montesinos. Cambiaron el nombre o en realidad mudaron el nombre a un edificio nuevo, que está casi en frente. Justo en esta plaza, una vez, ya en COU, es decir, diecisiete años, el pelo muy largo, un chiquillo me llamó señora y me preguntó la hora. Mariucha llega a la avenida de Escaleritas y ahora veo en el mapa que aquella placetilla se llama Santa Juana de Castilla –¿Por qué le pondrán este nombre a esta plaza, quién será esta Juana? No es ninguna santa, es una obra de teatro de don Benito sobre la famosa hija de los reyes católicos– .Y ya estamos en la parte alta del Parque de La Ballena. Por aquí se ponen a danzar, algunos domingos por la mañana, unos taichistas, pero hoy no están porque ha llovido de madrugada y se mantienen una nubes amenazadoras por alli, por el sur. Me sorprenden los hombres con los que anda Susana, este Eligio, que es un animalito machote mejicano, aunque por momentos lo redime por ser tan espontáneo, tan dicharachero, pero no afectuoso, más bien distante en ese aspecto, y cuando lo dibuja, José Agustín, así un poco sensible, resulta patético y algo falso, porque es resultado de su dolor-rabia por el abandono, que es lo que realmente parece dolerle, más que la ausencia. Por otro lado está ese polaco, un oso enorme que no dice ni una palabra, pero ni una. Todo lo que él pueda o no sentir lo presupone ella de su mutismo. No reacciona ni cuando Eligio le golpea, que lo hace en un par de ocasiones. Él solo tendría que cerrar la mano en torno a la cabeza de Eligio para aplastarlo, pero nunca reacciona a sus ataques. Simplemente se deja golpear y luego se va. Ni siquiera huye, se va. Y nunca, nunca emite un sonido. Es de una dejadez absoluta. Y lo curioso es todo lo que elucubra Susana en torno a él, las razones por las cuales parece haberle tomado afición a ella, la sigue, la invita «con la mirada»  a su apartamento. Lee junto a ella. En algún momento le toma la mano de ella y la coloca sobre su pene… Imposible comprender las razones por las que una mujer quiera estar con un armatoste como ese. Pero ella está a gusto. Al menos un tiempo. Son absolutamente contrarios uno y otro, me refiero a Emilio y el polaco. Supongo que el contraste. Pienso sobre ello y de pronto me doy cuenta de que este libro lo ha escrito un hombre. Un hombre que habla sobre el comportamiento de una mujer. Aunque el prólogo es de una mujer, esta celebra el libro como La primera novela verdaderamente antimachista escrita en México (Elena Poniatowska) Me gusta este parque. Hay muchos arbolitos que, si los dejan crecer, algún día será un bosque digno. Aquí dejo suelto al perro, que corretea persiguiendo a las palomas, quedándose a olisquear y luego alcanzándome de una galopada. Camina a mi paso, que aunque voy leyendo no es lento, se aleja y vuelve otra vez. Creo que le gusta a él también. Luego pasamos por debajo del Puente de la Pepa  (en el mapa dice calle Sargento Provisional, y no parece que haya un puente. Que no se llama así sino que como se construyó en tiempos de la insigne alcaldesa Luzardo, pues así le he puesto) Desde arriba, en el google map, el parque parece la cabeza de un calvo con implantes. Es una foto vieja, ahora ya han crecido los árboles algo más que como aparece ahí. También se percibe en el solar de delante de la gasolinera una forma dibujada en la tierra. Digno de señalar entre esos misteriosos dibujos que se aprecian desde el google earth. (Este tiene explicación pedestre, ahí se instalan las carpas cuando pasan por la isla los circos y otros espectáculos flotantes)
Pasamos por debajo del estadio y continuamos la lectura. Desaparece Susana y Eligio se lanza tras de ella. Como no se le apetece ir solo se acerca a Irene, una chiquita norteamericana que estaba algo así como de becaria en el proyecto que le ha estado haciendo ojitos, y le dice “vamos”, y ella va. De nuevo esto me sorprende. ¿Hacen las mujeres estas cosas?, es decir, un tipo, como Eligio, que ofrece toda la desconfianza del mundo como compañero de cualquier cosa que no sea beber, te dice, vamos a recorrer en coche el país en busca de mi mujer y cuando la encuentre, adiós muy buenas. Y ella dice, ¡ah, vale!, y allá que se va con él. De nuevo hay que recordar que esto lo escribe José Agustín, no Josefa Agustina, pero no se me hace extraño, al contrario. Quiero decir, ¿qué piensa esa mujer? Bueno, ella también tiene esa necesidad de salir de allí, de aquella universidad muerta. Se dice, en este libro, que los americanos no tienen un hogar. Que están constantemente moviéndose por el país porque no sienten que haya un lugar al que estén atados. Eso viene por esa costumbre de que cuando terminan el bachillerato se vayan a una universidad que no esté cerca. Aunque vivan al lado de la mejor universidad del país, irán a una universidad que está a quinientos kilómetros de su casa. Eso está bien. Se supone que ese es el paso trascendental a la madurez, a la independencia, que muchos de nosotros, los que no hemos salido de un kilómetro a la redonda de donde hemos nacido, no hemos tenido. Empieza a llover otra vez, mientras escribo esto, pero ya voy llegando a la parte de abajo del parque, calle Virgen del Pilar, Pili, al otro lado hay todavía un solar. Yo subo por la calle hasta el concejal García Feo. Pensaba cruzar hasta Luis Benítez Inglot y atravesar el parque hasta Joaquín Blume, pero al ir a cruzar por el paso de peatones, dí un tropiezo y luego una mano de viento me quitó la gorra y la lanzó diez metros más allá. Me dije, vale, pues no cruzo. Y seguimos de largo hasta el parque de la iglesia Espíritu Santo, siempre por Joaquín Blume. Luego ese otro parque que no tiene nombre. Junto a la calle Cristobal Quevedo, donde una vez encontré un montón de libritos que, según me pareció, eran primeras ediciones de algunos poetas canarios. Desde arriba se ven una serie de círculos, son las estructuras del parque, no parecen tener funcionalidad ninguna, tal vez fueron concebidas como rincones de juegos, en la mayor hubo y algo queda, una cesta de baloncesto. Y ya llegamos a la Avenida Escaleritas. Al mismo tiempo Eligio se ha cogido una melopea de burro y se ha puesto a hablar solo delante de unos amigos de Irene, en Santa Fe, creo, y se ha dado cuenta de lo inútil que es perseguir de esa manera a una Susana que le huye. ¿Por qué encuentra esta mujer, Poniatowska, que este libro es antimachista? Supongo que porque pone en evidencia la ridiculez de ese comportamiento, pero desde luego el personaje me resulta desagradable. De hecho percibo un algo muy familiar en él, que he conocido en gente real, incluso en  mí mismo en algunas de sus actitudes.
Me quedan unas pocas páginas. Antes de llegar a casa, último capítulo, él ya llevaba un tiempo en México, otra vez, se disponía a salir para un ensayo –es actor– cuando nota que están manipulando la puerta. Agarra un cuchillo de la cocina, y se dispone a esperar lo que venga, y es ella, que ha vuelto...
Post Scriptum
Termina con él dándole unos azotes en el culo y ella comprendiendo que le ama.

1 comentario:

  1. Interesante, hace un tiempo escribi sobre este libro, me gustaria saber su opinion. Gracias.
    lo puedes leer en: https://danesda.blogspot.com/2017/05/ciudades-desiertas-jose-agustin.html?showComment=1563311175653

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