miércoles, 25 de abril de 2018

Gracias de nada

No sé para qué les servirá a otros -incluso a otros yoes- escribir; a mí –a este yo de ahora– me sirve para expresar mi opinión sin el engorro de que me interrumpan, ni la desmotivación de que no me presten atención.
Cuando escribo no estoy solo. Es mentira que escribir sea una actividad solitaria. Cuando escribo hablo con todos ustedes. Y todos ustedes están escuchándome atentos. Asintiendo a mis afirmaciones, sonriendo cuando suelto un chascarrillo, raras veces disintiendo o estando en franco desacuerdo, todo lo más dudando de la veracidad de lo que escribo. Pero no me interrumpen por ello, y siguen escuchando a ver cómo continúo. Y a veces esas caras de duda me hacen rectificar, me digo, no sé si creo de verdad esto, y vuelvo atrás  y reescribo, y entonces les miro otra vez y algunos están más relajados y otros no, pero ahora sí, ahora sí sé que eso es lo que pienso o lo más cerca que puedo llegar a expresarlo, y no me importa. Y sigo escribiendo.
Y cuando termino estoy relajado, contento, como siempre queda contento uno después de haber tenido una charla con los amigos y haber hablado de todas esas cosas que uno se calla la mayor parte del tiempo porque la mayor parte del tiempo no es pertinente hablar de ello; la mayor parte del tiempo solo es pertinente hablar de naderías que no hagan perder el tiempo precioso a los demás, de política, del otro tiempo, de fruslerías, de cualquier cosa que no nos ponga en el compromiso de expresar una opinión,  de manifestar una intimidad, o simplemente de demostrar que somos poco competentes en alguna materia dialógica. Así que ahí fuera son raras las conversaciones auténticas. Pero por medio de la escritura me puedo permitir una, con todos ustedes, en cuanto quiera, en cuanto me apetezca un poco de compañía acogedora, amable, atenta. Porque así son ustedes. Gracias.
Pero luego está lo otro, lo de publicar en el blog. Eso ya es vanidad, ya es otra cosa. Contar el número de lecturas y saber que la mitad son mías. Comprender que no tengo carisma, que no tengo demasiados amigos –y que no a todos ellos les hacen gracia mis tonterías– y que probablemente no tengo calidad literaria ni de ninguna otra clase –esto es muchísimo más difícil de admitir; como mucho que mi calidad es de una exquisitez que está al alcance de muy pocos–. Esto no cabe duda de que es desmoralizador, pero por otras cuestiones que están no solo al margen de las razones por las que escribo, de los goces que me proporciona escribir, sino en otra dimensión completamente paralela, y diría que sometida a la primera, –aunque nunca lo sabré si no gozo alguna vez de las mieles del éxito–, como demuestra el hecho de que sigo escribiendo.
Me gustará escribir “así fuese de barriga”, como diría Vallejo, porque me siento menos solo –de esta soledad que es imposible de llenar aunque esté casado y tenga hijos y perro y amigos y familia, porque es una soledad existencial, no vital (me acabo de inventar la distinción)– y cómo voy a estar solo con todos ustedes ahí, escuchando mi monólogo cada vez que los invoco, con esos ojos abiertos como lunas y esa expresión de concentración hipnótica. Gracias otra vez.
¿Gracias?, de nada.
Y lo peor... lo peor es que los lectores, esos de ahí fuera, muchas veces, pocas veces, no sé porque pocos se manifiestan, pero si no se manifiestan es más probable que no, que muchas veces, no coincidan con la amable apreciación que ustedes tienen de mis escritos. Y esto es gravísimo, porque yo confío plenamente en ella, confío plenamente en sus caras de arrobo cuando escribo una sentencia profunda o empleo una metáfora acertada, en sus caras de gozo cuando acierto con el chascarrillo exacto que sintetiza la cuestión; confío en ustedes cuando ponen esas caras de duda que me obliga a releer, a dudar yo mismo de lo que he escrito, a rectificar. Vamos, confío en que ustedes son ellos. Y va y resulta que ellos no reaccionan como ustedes, reaccionan mal porque no reaccionan o reaccionan mal, al contrario de lo que se suponía o yo suponía a partir de la reacción de ustedes, y entonces todo mi frágil edificio de supuestos se viene abajo. Pierdo la confianza en ustedes, en su sinceridad, en su existencia misma. Y sin ustedes, no sé, ya no es lo mismo. Sin ustedes sí que es una solitaria labor esta de escribir.  Y tengo que creer que ustedes son especiales, particulares, una clase exquisita, a la que ellos no están capacitados de acceder. Y contentarme con ustedes como potenciales lectores. E ignorarlos a ellos, si quieren leer que lean y si no quieren leer que no lean. Qué más puedo esperar.
De nada.


4 comentarios:

  1. Pfff, de este lado del mundo siempre te haremos barra. Uno alimenta sólo la vanidad de las personas a las que considera, el resto puede irse a la Bastilla.

    Un abrazo, R.

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  2. Se le agradece "a la manera de los hombres, sin besarse ni decirse te quiero, que es cosa de mujeres".

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