Nínive.
Son las doce. Y no sé qué hacer. Me levanto, escribo, me
siento, navego, me levanto, bebo café, me siento, navego, me levanto, no
encuentro un cigarrillo por toda la casa, me siento, navego, me levanto, me lavo, y decido salir a la calle.
A caminar. A leer. A caminar leyendo o leer caminando.
¿Por qué tengo tanta dificultad en recordar ese nombre? No
lo sé, de pronto se ocultan unos determinados nombres, caras, recuerdos más
complejos, detrás de una roca y se niegan a salir hasta que uno no mira hacia
otro lado como dejando de prestarles atención, entonces, como un gatito miedoso
o un pajarillo desconfiado, asoman la cabeza, Apolonio, y se te van acercando poquito a poco hasta que ya lo
están lo suficiente para atraparlos de un zarpazo, ¡Apolonio de Tiana!, eso voy leyendo en el tablet mientras
camino.
La ruta. Salgo de mi calle y me dirijo al parque de los
Juegos Olímpicos de México de 1968. Los
devotos de Pitágoras de Samos dicen de él lo siguiente. Bajo por la calle Juan Ramón Jiménez paralela
al complejo deportivo López Socas hasta la explanada de Altavista, donde está
el centro religioso coreano. Lo que Pitágoras
reveló, lo consideraban como ley sus discípulos. Desciendo las escaleras
del parque –¿cómo se llamará?– que adorna la ladera y salgo a las espaldas de
don Gregorio. Por consiguiente me parece
que no debo ver con indiferencia la ignorancia de la gente. Enfilo el Paseo
de Chill hasta el barranquillo Don Zoilo y bajo por ahí hasta el comienzo de
Juan Ventitrés –eximio Papa–. Entonces
unos cisnes, a los que el prado criaba, formaron corro en torno suyo. Pero
no continúo por la senda papal, sino que agarro por Pérez del Toro hasta la
placita Tomás Morales que mira ensimismado la verga enhiesta del Obelisco. Que
necesitaba a alguien que transformara en sequedad la lluvia. Cruzo el
parque y tomo por su calle, la de don Tomás, por la acera de la izquierda dirección
sur. Aquí, al eludir a una muchacha, alzo la mirada y me sonríe. Y los
dioses que, por supuesto, obran con rectitud, al que hayan sano y sin herir por
el vicio… Se me llena de gozo y desilusión el alma, miro hacia atrás y
percibo que ella, mucho más discreta, apenas ha rebasado con la barbilla la línea
del hombro, los ojos, zoom virtual, han realizado el resto del trayecto, la
sonrisa persiste. Creo que mi obligación como ser humano en busca de la felicidad,
por efímera que fuere, era seguirla, pero yo, hombre minúsculo, penetrado de
contradictorios complejos y con Apolonio de Tiana en medio de ninguna parte,
suspenso en la falta de sentido de una frase sin terminar, continué mi camino
hasta la librería próxima. ...lo envían
con seguridad por este camino, tras coronarle, no con corona de oro…
Elipsis.
Salgo con el libro Sarajevo,
de Izet Sarajlič –atento a los cuernitos encima de la c final–.Ahora también duermen nuestros queridos
inmortales. Decido regresar andando pero ahora acompañado del Bosnio y sus
desgracias. Turismo horrible aquel de la
tristeza. Continuo pues por Tomás Morales hasta Bravo Murillo, antiguo
Camino Nuevo y más antiguo aún ¿Paseo de la Muralla? Pues por ahí en dirección
al mar hasta la esquina León y Castillo, Hablo
de la sartén, pero en realidad estoy llorando, que recorro a paso de
lectura y sin tropiezos salvo por una breve parada en el abrevadero de los
hermanos García. En todo este tiempo
también yo he cambiado de domicilio. Cervecita. Dos señores hablando de
cuándo van a cumplir los setenta años, uno de ellos tiene cierto amaneramiento.
Comentan lo increíble que les parece tener setenta años. Después de todo, no hemos conseguido conservarnos. El amanerado
tiene un plan de vida bastante metódico,
paseo, playa, regreso del paseo, ducha.
Se retiran, dejando a deber; los conocen de toda la vida. Llega una
señora que pide un John Haig para llevar. Una chica, también muy conocida del local que pide lo suyo para
llevar porque ya llega tarde. Uno
treinta la cerveza. Continúo, como digo, hasta Juan XIII y luego a emprender el
ascenso. ¿No soy quizá un perro, y sobre
todo, un vagabundo? Paso por debajo del puente que prolonga paseo de Chill
de un lado al otro del barranquillo don Zoilo. Subo hasta el paseo y llego hasta
don Gregorio, que no me saluda ni yo a
él. ¿Qué nos ha sucedido a todos, amigos?
Subo las escaleritas hasta la explanada de Altavista, junto a la Iglesia
Coreana (Nota: la calle que rodea este parque, en frente de la Iglesia Coreana,
se llama Parque Agustín del Castillo, ¿no era este conde?), enfilo Juan Ramón
Jiménez arriba paralelo al López Socas, complejo deportivo, cruzo Ortiz de Zárate en su very begining , frente al antiguo Merendero López Socas. ¿Mi vida futura? Quizá ni siquiera exista.
Y ya estoy de nuevo en los funestos Juegos Olímpicos de México de mil
novecientos sesenta y ocho, creo. Tantas
mujeres y ninguna tú.
Me ha encantado, y me ha calmado, este texto.
ResponderEliminarGenial el paseo, por calles y literatura. Me encanta como cierras el texto. Bs
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