Por iniciar el texto de manera ladeada, es el primer – y único por ahora – libro que me he comprado en la librería Agapea. Fue en su inauguración. Fueron tan amables y había tanta variedad que me sentí casi obligado, y como nunca había leído a Cartarescu del cual había oído hablar encarecidamente – ya lo dice la contraportada Tras leer Solenoide en cierto modo tu vida se corta en dos, dejas de ser un lector común, como al leer a Homero, Kant, o Heidegger. Un poco exagerado me parece. Es cierto que no he leído a Kant ni a Heidegger y que tal vez no tenga argumentos para rebatirlo. Sí que he leído a Homero, tanto uno como otro de sus dos libros, y no sé si mi vida se cortó en dos. En cualquier caso, si fue así, no me quedé en la parte buena, la otra, sin duda, es la mejor. Dónde andará.
Precisamente esto me da pie para comenzar a hablar de este libro. En los primeros capítulos, el personaje, un joven esperanzado, acude con su primer, y único, poemario, (no recuerdo el nombre), a un Cenáculo en donde acostumbran a reunirse aficionados a la cosa poética a leer en público y criticar también en público lo escuchado. El muchacho se atreve a hacer su lectura y luego debe soportar cómo se la hacen trizas encontrándole mil y un defecto, apenas dejándole escasos agarraderos con los que continuar su incipiente actividad poética. Después de esa experiencia el muchacho dejó de escribir literariamente. Más adelante recuerda ese momento como un punto de separación de dos de sus vidas. Es decir, por momentos evoca la posibilidad de que hay otra vida en la que él tuvo éxito esa noche, su obra fue aclamada por todos los presentes en grado sumo y ese fue el inicio de su carrera como exitoso autor. Es decir, volviendo al comienzo, su vida se dividió en dos vidas paralelas, una en la que tuvo éxito y otra en la que fracasó como escritor.
Esta obra, desde el punto de vista del narrador, no es una obra de ficción, – el autor abomina de las obras de ficción que considera banales, o por lo menos engañosas, a juzgar por el símil con que las compara: dice que las obras de ficción son como hermosas puertas dibujadas en la pared, completamente engañosas que le hacen creer a un inocente lector que abriendo esas puertas encontrará detrás el paraíso soñado, el lugar de realización, o de paz, o de explicación de sus confusiones, que anda buscando. Pero cuando se acerca a ellas lo suficiente se da cuenta de lo que son, meros dibujos en una gruesa pared imposible de atravesar – sino un cuaderno de apuntes, una especie de diario o memoria de sucesos de su existencia para los que busca explicación. El narrador – nunca sabemos su nombre – cree que anotando la serie de hechos extraordinarios que le suceden: sueños, encuentros con extraños personaje, visiones, pesadillas, libros leídos, gente con la que convive, lugares, sobre todo lugares más cercanos a la alucinación que a la realidad, etc., le permitirá alguna vez descifrarlos como un mensaje encriptado, donde cada uno de esos extraordinarios sucesos son los signos por el momento no comprendidos, que hace falta poner en relación unos con otros para que formen el mensaje que están contribuyendo a transmitir.
Visto desde una perspectiva más pragmática, este libro viene a ser un cuaderno de memorias, desde la infancia hasta la madurez, en la que eclosionan todos esos sucesos en un extraño apocalipsis inexplicable, justo poco después de que el narrador comience a ser padre. Serían como unas memoria alucinadas de un personaje ciertamente muy peculiar en una ciudad, Bucarest, descrita también de una manera muy peculiar, muy decadente, prácticamente una ciudad en ruinas, pero cuya condición forma parte de la propia ciudad, es decir, una ciudad que ya nació siendo una ciudad en ruinas. Así la describe y así la termina por percibir el lector.
El narrador es profesor en una escuela de un barrio de la periferia de la ciudad, su lugar de trabajo, sus compañeros, son descritos con cierto detalle realista que da cuenta de una realidad monótona, gris, desesperanzada; tal vez no angustiada, de un modo u otro los compañeros cada uno vive su propia vida a su modo, ninguno es tan peculiar como nuestro narrador y no obstante su descripción de ellos es de una falta de vitalidad, de un descolorimiento que da grima. Hasta los alumnos son descritos de una manera apagada, ausente, sumisa, aunque dejando entrever que es una mirada y que la realidad que transcurre más allá de esa mirada es otra, tal vez inaccesible. Hay mucho de eso en este libro, de conciencia de ser observado, de otros mundos que se ocultan en este y que nos observan, tal vez nos dirigen, tal vez nos manipulan para que sigamos un determinado camino que les es conveniente para su propósito. Muchos de los sucesos que nos describe el narrador empiezan de un modo realista pero inevitablemente acaban en una situación alucinada, como si hubiera descubierto una puerta a otra realidad incomprensible y por lo tanto aterradora. Así caben aquí referencias al Manuscrito de Voynich, a Kafka, a Hinton – matemático que se empeñó en visualizar la cuarta dimensión –, a Vaschide, un psiquiatra especializado en la psicología de los sueños, referencias a escritores de obras autobiográficas que derivan hacia alucinatorias.
El libro no acaba de dar una explicación a todo lo que sucede, a esa eclosión final. Pero todo el rato uno tiene la sensación de que esto es una autobiografía alucinada. Es decir, que hay una realidad detrás, contante y sonante, pero que la mente del narrador la deforma para, tal vez, llenarla de contenido por parecerle que la expresión directa es simplemente vacía y seca. En ese sentido esta novela se resume como: tuve una infancia feliz, pero luego me volví un chico solitario lo que me llevó a ser un lector compulsivo que me alejó más del mundo. Estudié y entré a trabajar en una escuela donde conocí a una muchacha, algo menos extraña que yo pero a la que le parecí menos raro. Tuvimos una hija. Fin. Pero no hay nada en el libro que apunte a esa explicación de una realidad plana deformada por un cristal traslucido que le presta a las formas un misterio que en realidad no tienen. De hecho las cosas extraordinarias suceden; si vamos a creer al narrador, la ciudad se eleva en el cielo por obra de esos Solenoides que nos describe y ellos, a salvo en la periferia la observan alejarse y perderse en el cielo.
En la contraportada, para encarecernos el libro, nos comparan al autor con Pynchon, Rilke, Borges y Kafka. No sé yo si esto es bueno o no, pretender arrimar la escritura de uno a la de otros por ser grandes. Yo que he leído a todos esos tipos no he visto nada de ellos en esta escritura. Tal vez si hurgamos y empleamos la imaginación siempre se puede sacar algo de las casi ochocientas páginas que lo puedan hermanar con todos esos mencionados y con cualquier otro desde Proust hasta Homero, desde Henry Darger hasta Walser. A mí al que me ha recordado desde el principio es a Jodorowski, no por otra cosa sino porque esta relación de sucesos alucinados, extraordinarios hasta la incomprensión que el tío narra con toda normalidad pese a la absoluta anormalidad de que tratan y que a uno se le hace que contienen un sentido simbólico que tratan de señalarnos a alguna parte, lo mismo que el propio narrador está empeñado en que todos tienen, en su conjunto, un significado que hay que leer cuando se dispongan de todos ellos adecuadamente ordenados. Jodorowski tiene un par de libros Donde mejor canta un pájaro, y La danza de la realidad, en los que hace una especie de autobiografía, con la peculiaridad de que el primero adopta tintes simbólicos, astracánicos muy a su manera cuando se pone Jodorowski, y luego desentraña en el segundo libro hasta convertirlos en sucesos y personajes casi banales. Creo que este libro de Cartarescu tiene como un aire de ese primer libro de Jodorowski, una especie de autobiografía mágica, simbólica, que más que reflejar su realidad exterior refleja su realidad interior en ese mundo gris, hostil, siniestro que debió ser el Bucarest prosoviético.
Como lector, se trata de una de esas experiencias lectoras, es decir, uno de esos libros en los que te sumerges, en los que vives durante un tiempo, ahí sí que se asemeja a las obras de Pynchon, que siendo también raras de cojones, desde el principio uno sabe que tiene que adaptarse y aceptar las condiciones de ese mundo que el tío nos propone. Esto no ocurre aquí, en esta novela uno debe aprender a aceptar la extrañeza que le provoca lo que nos está contando. Y ya que estamos, al Borges podríamos traerlo a cuento por narraciones como el Aleph en las que un hecho absolutamente pasmoso es insertado en un entorno completamente cotidiano.
No sigo porque empiezo a acumular palabras sin sentido. Espero que esto te sirva para recodar la lectura, y a cualquier otro para animarle a echar un vistazo al librito en cuestión.