viernes, 26 de junio de 2020

El cinco por ciento que no somos... todavía

Vivimos en una burbuja que llamamos «yo». Lo que yo veo, lo que yo pienso, lo que yo acepto y lo que yo rechazo, etc. Esa es la zona de luz.
La zona de penumbra son todas aquellas posibilidades a que me podría llevar  el ser como soy, lo que podría hacer, la gente que podría conocer, los lugares a donde podría ir, lo que podría pensar, en fin todo aquello a lo que me podría llevar el ser como soy y el pensar como pienso. Eso es mi mundo, mi universo, mi esfera o burbuja.
Y después está la oscuridad. O la nada. Hay quien no cree que haya más allá, tal vez porque las paredes de su burbuja se reflejan y le dan la falsa sensación de que se extienden hacia el infinito siempre igual a sí mismas. Hay quien cree que «puede haber otros mundos» que el propio, pero al imaginarlos tiene que acudir a los elementos de construcción que conoce e inventa ese otro mundo  como un reflejo de este más o menos deformado. Ya lo dice la canción de Javier Krahe: en las antípodas todo es idéntico a lo autóctono.
Y probablemente en un noventa o noventa y cinco por ciento sea correcto, pero aún queda un cinco o un diez por ciento por descubrir.
Supongo que ese cinco o diez por ciento es lo que buscamos en los libros los que leemos, y lo que buscan los turistas cuando exigen (lo acabo de leer en un artículo de Eliane Brum) que los científicos no desembarquen en una isla de la Antártida porque ellos quieren experimentar la auténtica sensación de aislamiento que produce el estar allí. Tal vez existan aún en el planeta lugares auténticamente remotos, como esa isla, en las proximidades de la India, donde una tribu lleva viviendo en continuo aislamiento durante 55000 años, eso dice el artículo, hasta que un audaz muchacho (norteamericano, por supuesto), buscando el cinco por ciento, desembarcó allí y se lo comieron (no, simplemente lo mataron a lanzadas).
Tal vez todos tengamos un cinco o un diez por ciento que los demás, qué digo, que nosotros mismos no llegamos ni a sospechar y que por esa razón nunca llegaríamos a descubrirlo por nuestro propio pie mientras sigamos siendo como somos y pensando como pensamos, es decir, mientras seamos nosotros.
Una parte de nosotros está allá, en la oscuridad, y para que esa parte se ilumine tendríamos que dejar de ser como somos y eso no es posible sin ayuda externa y, con frecuencia, traumática. Me refiero a un trance de muerte, a un peligro o un terror espantoso, a sacarnos, como se dice tanto ahora, «de nuestra zona de confort», pero no con tiernos empujoncitos sino de una brutal patada.
Tal vez en otros tiempos más atribulados, en ese pasado que siempre imaginamos atroz, sobre todo para las gentes de base, esos que no hacen Historia, para los que mueren para hacer grande al héroe de turno, con tantas guerras, hambrunas,pestes, catástrofes climáticas o telúricas, sucesos que bajo nuestra percepción de libros de Breve Historia De… parece que ocurrían cada tercer día, las mentes de aquella gente no tenían tiempo de construirse un «yo» estable y tuvieran que andar siempre a la que salta, enfrentando nuevas situaciones cada poco tiempo. Tal vez eso les diera una difusa conciencia de sí mucho más amplia que lo que yo identifico ahora como una esfera o una burbuja, tal vez una neblina dotada de una vaga luz, donde todo, salvo lo muy próximo fuera una temible, en un grado u otro, sombra amenazante. Donde nada estuviera descartado porque no había ninguna seguridad de permanencia. Donde ni siquiera había una conciencia de sí mismos precisa con un yo soy tal que así, sino que se pensaran a sí mismo simplemente como respuesta a lo que les sobrevenía.
No lo sé. Creo que etapa de relativa estabilidad ha contribuido a aclarar y enfocar esa visión de lo que nos rodea y delimitar claramente su horizonte con una mayor precisión o contraste. En aquellos tiempos todo era posible y no eras capaz de intuir por dónde te iba a caer (estoy incurriendo en una ignorante visión catastrófica de la edad media y antigua, más propia de las películas actuales que de algún vago conocimiento documental que pueda tener). En nuestro tiempo todo son certezas; prácticamente, «lo que es es y lo que no es no es» y punto, así parecemos vivir cada uno de nosotros. Hasta los que creen en cosas absurdas lo hacen con una confianza y una pujanza conquistadora y ecuménica que asombra. Y la mayoría creemos saber cómo somos y con qué fuerza somos capaces de pisar.  Hasta que nos da la tos y es un cáncer, o nos acomete una guerra inesperada (¡imposible en una sociedad actual!), o nos invaden los bárbaros que considerábamos que ya no existían. O regresa una de esas plagas medievales. 
No somos solo como creemos ser. Somos solo como nos arriesgamos a ser. Supongo que esa es la conclusión de una reflexión, por llamarla de alguna manera, como esta. Si quieres cambiar debes hacer otras cosas, no las mismas. Si quieres vivir otra vida debes ser otro. No somos nadie de partida, nos construimos, y si sale mal podemos rehacernos.
Pero el tiempo corre. No te dejes estar.
Postdata: lo que vale para mí, vale para el mundo. ¿no estamos hechos todos y todo de apenas 118 elementos? (lo miré en la tabla)

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