martes, 2 de junio de 2020

Derrumbe

Era sábado y fui al mercado a comprar.

Todos me conocen, al menos de vista, en el mercado. La panadera me dice mi niño. Los de la verdura, ya conocen mis manías con las bolsas. El carnicero, con su diente de oro, me explica los cortes de la carne, que siempre se me olvidan, que hay que conocer para elegir bien un buen bistec. En el pescado me saludan con un “don” y me preguntan por mis cultivos y me envidian la gorra negra que mi mujer quiere tirar a la basura porque ya está muy deslucida.
Junto a la puerta compro un número de ciegos para el domingo, un sueldo para toda la vida, que me permite soñar con la posibilidad de no volver a ir al trabajo, y no volver a tener remordimientos porque no me parto el lomo como un caballo maltratado, por un sueldo a fin de mes. Curioso orgullo que tienen algunos y que me reprochan con cierta frecuencia.
En el puesto de la vendedora de ciegos una señora de cierta edad viste un curioso trajecito de niña chica. Va acompañada por una muchacha sensiblemente menor, sin nada destacable en su vestir, que está comprando un número. Cruzan conmigo el paso de peatones y oigo su conversación.
La mujer habla como una niña pequeña y la muchacha le habla como a una niña pequeña, le pide, en ese tono infantil, que le mantenga el número mientras ella manipula con la cartera,  y la mujer, hablando infantilmente, le pregunta detalles sobre el almuerzo de hoy, si van a comer ensaladilla rusa y albóndigas, a lo que la chica, le confirma que si eso es lo que quiere comer hoy pues eso es lo que preparará. Le habla con ternura de madre a esa mujer mayor vestida de niña.
Asistiendo a la escena noto una extraña sensación, como si una masa se me  desplomase por dentro, es importante el verbo, desplomarse, desmoronarse, derrumbarse,  casi percibo físicamente una ola de desolación que me recorre dejándome una incómoda sensación de vacío y en los ojos esa sequedad que precede al llanto. Me dura un momento la  tristeza. El cuerpo casi no lo nota y sigue su camino saludando a un paseante habitual de perros con el que coincido por las mañanas y al chico que ha puesto un negocio de limpia-coches bajo un Laurel  en los aparcamientos de pago del ayuntamiento.

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