Ayer comentaban por la radio los resultados de una encuesta acerca de la pena de muerte y se decía que un tanto por ciento (3 ó 30, no me acuerdo) estaba de acuerdo y que había un mismo tanto por ciento que no estaban de acuerdo, y que luego, el resto de los que sabían o al menos contestaban, estarían dispuestos a admitirla en determinadas circunstancias. (no es que sea un resumen muy riguroso, no)
No sé a santo de qué se realizó esa encuesta, pero decidí contestarla mientras iba conduciendo.
En efecto, me dije, yo estoy a favor de la pena de muerte. Todos los días, en el trayecto de casa al trabajo y luego de vuelta del trabajo a casa condeno a muerte a más de uno. Y además no me limito a una muerte piadosa con drogas paralizantes, no, mis ejecuciones son sumarias e incluyen desmembramientos, insersión de partes del automóvil astilladas en zonas vitales del cuerpo - el volante incrustado en las orejas, los testículos aplastados contra la tapa del delco (?)- y cosas así. Es cierto que me limito a lanzar al aire el deseo y a esperar que el destino lo cumpla. Pero el deseo, que es lo que cuenta, está ahí.
Luego he comprendido que la pena de muerte es algo muy serio para dejarlo al albur de un acceso de ira y que siendo como soy igual a todos los hombres, dejar en manos de cualquier hombre la decisión de matar a otro porque considera que el otro es un hombre malo ("coño, padre, y ¿por qué hizo usted eso?", "¡Ah!, pues porque era muy mala"-Amanece que no es poco) es demasiado peligrosa. ¿Quién no conoce a un cabrón malvado que merece la muerte?, tal vez alguien esté pensando en nosotros al hacerse esta pregunta.
En resumen, que, en efecto, hay mucho cabrón suelto que se merece la muerte. Pero el asunto está en que a veces no son menos cabrones los que se erigen con el derecho de decidir quién merece la muerte y quién no. Si de lo que se trata es de matar, pues bueno, pues no importa mucho. Pero si de lo que se trata es de justicia, todavía la humana dista mucho de serlo, y cuanto menos perjuicios cause, mejor.
No sé a santo de qué se realizó esa encuesta, pero decidí contestarla mientras iba conduciendo.
En efecto, me dije, yo estoy a favor de la pena de muerte. Todos los días, en el trayecto de casa al trabajo y luego de vuelta del trabajo a casa condeno a muerte a más de uno. Y además no me limito a una muerte piadosa con drogas paralizantes, no, mis ejecuciones son sumarias e incluyen desmembramientos, insersión de partes del automóvil astilladas en zonas vitales del cuerpo - el volante incrustado en las orejas, los testículos aplastados contra la tapa del delco (?)- y cosas así. Es cierto que me limito a lanzar al aire el deseo y a esperar que el destino lo cumpla. Pero el deseo, que es lo que cuenta, está ahí.
Luego he comprendido que la pena de muerte es algo muy serio para dejarlo al albur de un acceso de ira y que siendo como soy igual a todos los hombres, dejar en manos de cualquier hombre la decisión de matar a otro porque considera que el otro es un hombre malo ("coño, padre, y ¿por qué hizo usted eso?", "¡Ah!, pues porque era muy mala"-Amanece que no es poco) es demasiado peligrosa. ¿Quién no conoce a un cabrón malvado que merece la muerte?, tal vez alguien esté pensando en nosotros al hacerse esta pregunta.
En resumen, que, en efecto, hay mucho cabrón suelto que se merece la muerte. Pero el asunto está en que a veces no son menos cabrones los que se erigen con el derecho de decidir quién merece la muerte y quién no. Si de lo que se trata es de matar, pues bueno, pues no importa mucho. Pero si de lo que se trata es de justicia, todavía la humana dista mucho de serlo, y cuanto menos perjuicios cause, mejor.
Desde luego, estoy en contra de la pena de muerte. Al mismo tiempo estoy en contra de la abominación del suicidio. Hay unos cuantos tipos que ya quisiera que se suicidaran.
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