Yo sé que existo
porque tú me imaginas.
Soy alto porque tú me crees
alto, y limpio porque tú me miras
con buenos ojos,
con mirada limpia.
Tu pensamiento me hace
inteligente, y en tu sencilla
ternura, yo soy también sencillo
y bondadoso.
Pero si tú me olvidas
quedaré muerto sin que nadie
lo sepa. Verán viva
mi carne, pero será otro hombre
—oscuro, torpe, malo— el que la habita…
Ángel González
¿Somos una creación de los otros? Nuestro ser social, es una creación de los otros. O más bien, una creación nuestra por cómo nos vemos en los otros. Si no nos vemos en los otros nos sentimos aislados e indefinidos. Poco importantes, desde luego. Existimos, socialmente, porque los demás nos imaginan, porque existimos en su imaginación.
Claro, eso no lo podemos saber si no es por su actitud hacia nosotros. Si nos miran con indiferencia, nos acabamos sintiendo incómodamente indiferenciados, si nos prestan atención nos llenamos de orgullo, de vanidad, pero también de motivaciones, de luces, de intenciones. La actitud de los otros hacia nosotros nos determina en gran parte. Esa actitud a veces se contradice con la presencia de esos otros en nosotros. Un extra de nuestra película, resulta que nos tiene a nosotros como ídolos centrales. Para nuestros personajes principales, nosotros solo somos personajes marginales.
Cuando no existen coincidencias todo se demuestra falso. Una mera subjetividad. No nos creemos a nosotros mismos, nos secamos, incluso nos reviramos con rabia contra esa indiferencia, llegamos al odio, incluso la maldad, saltamos de cualquier modo para que se nos vea, como un fantasma que trata de revelar su presencia generando poltersgeist. Cuando existen, nuestro cuerpo se adensa, sentimos hasta un «destino» señalándonos el horizonte. Nos sentimos buenos, altos, limpios, inteligentes y bondadosos, como un Mao Tse Tung o un Kim Jong-un
En eso consiste la fama. No solo en el poder de que te dota – el poder de decir, “no sabe usted con quién está hablando” y que se te abran puertas –. El famoso es alguien conocido y por lo tanto confiable – hasta que te lo encuentras de frente y resulta que es un gilipollas, o peor, un tipo normal y corriente –. Un cualquiera por la calle es siempre una potencial amenaza, hasta que hablas con él o ella y resulta que es un tipo simpático, lleno de miedos como tú, deseando, como tú, encontrar a alguien del que no recelar… muchas veces; otras veces es un gilipollas y hay que salir corriendo.
Pero, ¡cuidado! También el famoso se hace notar, y es una luz que camina. Todos los gusanos de Arrakis acudirán a devorarlo donde quiera que se encuentren, por vasto que sea el desierto. Arrancarle un cachito – un autógrafo, un saludo, un selfie, un préstamo, un simulacro de amistad, una recomendación, un poco de su luz – Este es el peligro del famoso público.
La red nos da la otra fama, la que molesta menos. Aspiramos a muchos likes, a muchas visualizaciones, a que todas esas miradas nos adensen, nos concreten socialmente. Si no es por ellos solo somo unos cualquiera, ellos; en cambio para ellos somos yo, el tipo del podcast, el tipo del blog más famoso de Canarias, (osea, yo), el tipo de los vídeos simpáticos de youtube o de tiktok. Solo buscamos ser gente, que se nos vea, que se nos confirme nuestra existencia. Cuantos más, más reales somos.
Supongo que eso nos compensa de nuestras pobres vidas cotidianas (podres vidas cotidianas) donde no somos más que maridos, padres, amigos, clientes, votantes, víctimas (no verdugos, esos ya tienen su propia forma horrible de sentirse gente) gente corriente, apagados, comunes.
No, tal vez todos somos estrellas, pero donde hay tantas estrellas, quién distingue a una de otra. La red potencia la tenue luz de cada uno, pocos tienen realmente una luz propia destacable – los que la tienen no sienten la necesidad de destacar porque ese es su medio como el agua para un pez – , pero el foco y la lupa de la red hace que nos veamos un poquito más grandes más luminosos y se nos vea a nosotros en medio de la multitud si se hurga un poquito, como a Wally. Ahí estamos, somos nosotros, salimos en la foto, ese que pasa por detrás con cara de despistado, ese que se lleva la cuchara a la boca, pero ahí estamos.
Esta es la reflexión que me sugiere el poema de Ángel González. Es verdad que el poema parece referirse a un/a antagonista concreto, una tú o un tú que nos hace sentirnos gente. Sentirse gente, no solo yo. Suena contradictorio con todo lo anterior. Pero me parece que es lo mismo. Uno, siendo yo está muy solo y siente muchas veces necesidad de sentirse gente, sentirse como los otros . Por eso hay tanta imitación de comportamientos. Yo también puedo ser y/o hacer como ese. Y por lo tanto yo soy tanto, tan gente, como ese.
Sí, parece contradictorio que al mismo tiempo queramos distinguirnos de todos y que lo hagamos porque queremos sentirnos como todos, parte de todos. Todos nos hacemos tatuajes y cada uno buscamos el tatuaje que nos distinga de los otros – claro que, como todos, miramos en el catálogo de los tatuajes más audaces – Y tal vez lo sea y yo esté equivocado y sea solo yo al que le pasan estas cosas absurdas.
No me he hecho ningún tatuaje, pero sí tengo un blog, pero no recibo muchas visitas, y no me siento muy gente, pese a que diariamente me destaco entre una multitud que me mira – aunque no creo que me escuche – aburrida.
Sentirse «gente»
No es trivial, eso de sentirse gente, uno como todos. Todos nos sentimos yo. Tal vez no existe «la gente» sino como una apreciación subjetiva de cada uno. La gente son los otros, pero yo no pertenezco a esa categoría. Y sin embargo uno percibe una uniformidad, clamorosa, en la gente. Se comportan, actúan, de una manera previsible, o imprevisible a veces, pero todos a una. Siempre ha sido verdad que si uno se tira por un barranco todos nos vamos a tirar por el barranco (bueno, yo no, decimos todos) – también ha sido siempre verdad que aquel no llegó a tirarse, todos los demás, sí – También siempre ha sido verdad que donde hay muchos es que no hay mucho peligro – el peligro acaba siendo el que sean muchos. Siempre atracción y repulsión.
Yo, a veces, echo de menos ser como la gente, es decir, como alguna gente y siempre, siempre, me resisto, siento como una vergüenza, cuando me veo comportándome como la gente, es decir, como alguna gente.