jueves, 5 de diciembre de 2024

La mentira y la palabra.

Hablar es mentir, dicen los más escépticos. Supongo que por eso leo tanta literatura, porque sé en qué campo me estoy moviendo. En cambio, hablando con cualquiera por ahí, escuchando lo que dicen en el telediario, atendiendo a declaraciones de políticos u oyendo hablar a los obreros durante la hora del bocadillo, siempre pienso, ¿no se dan cuenta de que todo lo que dicen es mentira? Yo creo que sí, que se dan cuenta, pero es una inercia, un hábito, una costumbre, un acuerdo social. Mentir es lo corriente. ¿Cómo estás?, bien. Así empezamos. Desde primera hora de la mañana, con el Buenos días. 

¿En qué va uno a creer en estas circunstancias?

Yo debo ser muy inocente. Todavía me sigo sorprendiendo cuando pillo una mentira flagrante y fragante (una de las dos tiene que ser la buena). Cuando empieza a salir el olor y todos hacen como si no lo olieran. “Yo no miento nunca”, dice el político acosado a preguntas y acusado de falsedad. Y uno se siente apiadado por él, que parece realmente sincero al decir que nunca miente, al sentir humillada su dignidad, y hasta uno trata de matizar creyendo que, bueno, todos mentimos, pero no siempre conscientemente, con mala intención, es solo una forma de hablar. Al rato le sacan el contrato que tenía, de operador de fotocopiadora o algo así, con el empresario al que afirmaba no conocer de nada. Y, bueno,  «olvidé ese pequeño detalle»  (esto, poco más o menos alude a un postcas o poscast o poscas, o documento de audio que oí una vez relatando las circunstancias alrededor del suceso denominado el Tamayazo)  Y uno se siente ridículo, por haber creído que aquel hombre juraba honestamente no mentir nunca. Siempre me siento ridículo ante una mentira. Siempre me siento débil, siempre me siento culpable por haber creído. A veces trato de levantarme el ánimo diciéndome que al menos eso significa que sigo siendo, en alguna medida, inocente. Mucha gente se protege de este dolor simplemente no creyendo nada. Todos mienten, dicen continuamente. “No te creo, tú me dices que vienes de Vladivostock para que yo no te crea y piense que vienes de San Petersburgo, pero en realidad vienes de Vladivostock” Esto es un cuento de Borges para explicar cuál es la manera correcta de jugar al póquer. No sé dónde lo leí, ni si se trataba del póquer o si se trataba de Borges. No me crean. Ya ven. Así van por el mundo. Todos los demás mienten, por qué voy yo a ser el gilipollas que vaya con la verdad por delante. 

Al menos en literatura sabemos a qué atenernos. No hay nada aquí que tengan que creer o no creer. Esto no se lee para firmar al pie sino para divertirse un rato de toda la barahúnda de ahí fuera. Después se arruga y se tira. Esa debería ser la función de la mentira.  

Yo no sé mentir. Le huyo a los mendigos por la calle para no tener que decirles “no tengo”. O peor, salgo sin bolsillos para poder decírselo sin mentir. Es que también soy muy cobarde y pocas veces me atrevo con el NO. A veces son muchos y muy pesados. Y además nunca es un simple gracias adiós, sino que una vez que has cedido tratan de jalar algo más, o ponen malas caras si no es suficiente. Falta mucha humillación entre lo pobres, falta la cerviz subyugada y la mano temblorosa, que nos hace tan fuertes a los potentados. En fin, nada es como antes. El caso es que huyo porque soy débil y no tengo razones para no dar y eso puede ser muy peligroso para cualquier economía. Qué bien me haría mentir en casos como este. No te doy por ayudarte, ve en paz hermano. En un cuento de baudelaire el personaje apaleaba a los pobres, para fomentar en ellos el orgullo y la rebeldía. Qué gran labor. Me he salido de tema. Si es que había tema. Bueno, el tema está claro, la mentira como normalidad. 

Ahora que lo pienso, la mentira como normalidad es una forma de verdad. Un periódico pone un adjetivo, otro periódico pone otro adjetivo y un tercero elude la calificación. Todos cuentan la misma noticia. En el fondo esa es la verdad. Pero para unos es gravísima, para otros es trivial, para unos terceros, mejor no opinar al respecto no sea que nos retiren los anuncios. Y uno solo sabe que la tal Begoña a lo largo de no se cuantos años ha tenido y mantiene hasta once cuentas en bancos con un máximo de veinte o cuarenta euros en cada uno. Sospechoso, ¿no? Algo se trae, seguro que al final algo le vamos a encontrar. Tenemos todo el aparato judicial investigando. Nadie es tan blanco, le pillaremos lo que sea que haya hecho. 

Cada vez que veo un guardia civil o un policía me digo, ya me pilló. No sé en qué, pero seguro que, si miran, algo encuentran: daños prohibidos en la carrocería, las ruedas muy desinfladas o sobre infladas, o con menos huella de la que debiera. Un faro bizco o una cagada ilegal en el parabrisas. ¿Usted se salvaría de una investigación como a la que la están sometiendo? Seguro que miente, seguro, pero ¿en qué?. 

Tengo tantas ganas de creer, a veces. Que creo aunque sea mentira. 

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