Hoy, leyendo – Los Escorpiones, de Sara Barquinero – me he sentido, no en retaguardia sino en el medio. Como que había un pasado con el que ya no me sentía identificado, como ha habido siempre, claro, y además un pasado muy largo que llamamos… pasado..., no, me refería a Historia, pero no estoy muy seguro de que lo que llamamos Historia sea lo mismo que lo que llamamos pasado… y luego un presente en el que estaba viviendo. Y de repente, leyendo este libro, por primera vez, al menos por primera vez conscientemente, tal vez ya le haya dado vueltas a esto de quedarse desajustado del presente alguna otra vez de una manera más subrepticia, inconsciente, quiero decir, pues eso, que de pronto no me siento identificado con el presente, es decir, con el presente de algunas personas, que me ha parecido todavía futuro.
Supongo que si uno sigue viviendo, eso que las vanguardias van descubriendo o desvelando si es que siempre ha estado ahí y solo hacía falta verlo, se convierte en lo cotidiano, por eso todavía son futuro las vanguardias.
Pero no es tampoco eso de lo que iba a hablar, sino de que por primera vez me he sentido no identificado con un presente, un supuesto presente que estaba leyendo. Me he quedado atrás.
Supongo que leo poca novela contemporánea. Algunas otras que he leído que también tenían esa componente rabiosamente moderna me parecieron falseadas, construidas precisamente para dar ese efecto, pero en esta ocasión todo lo que se narra, que no es nada extraordinario, por aclarar, gente accediendo a diversas plataformas de las redes sociales y relacionándose a través de ellas, quedando por intermedio de ellas, en fin, actitudes, vocabularios, me han parecido tan ajenos que me he sentido como retrasado y se me ha ocurrido esa idea de que ya no estoy en la vanguardia, me he quedado atrás.
Es cierto que no tanto como para escuchar solamente éxitos de los ochenta, pero hasta Radio Tres me va quedando ya un poco por delante, con estas nuevas hornadas de cantantes que van saliendo en cuyo lenguaje parece que ya se va asentando para siempre el autotune.
No es que esté en la retaguardia, creo, que todavía tengo curiosidad por lo que está pasando, pero ya no mantengo el ritmo. No desde ahora, me doy cuenta, que nunca me apunté a tuiter ni me hice un instagrán, y ya esas cosas son obsoletas, de hecho es ya muy viejuno esto de escribir en blog y todavía mantengo el facebuc, en incluso lo miro todos los días por ver si entre la cada vez más abrumadora cantidad de publicidad que nos mete el algoritmo alguien de los pocos amigos que he aceptado escribe alguna cosa interesante.
Sin duda me hago viejo. Hacerse viejo es una labor de años de decirse a sí mismo me hago viejo hasta que llega un día en que te das cuenta de que eres viejo y maldices, ¡oh, por qué soy viejo!
No he sido yo nunca de esos que se hacen un poco más viejos cada día, al contrario soy de los que evitan el tema y llama muchachos a los amigos de los que pocos están por debajo de los cincuenta, y procuro no mencionar los achaques ni listar las pastillas que tomo cada día y hasta soy el loco que todavía se coge sus pedetes lúcidos los jueves por la tarde que los demás habituales ya no beben – bueno, no todos, aún quedan compañeros de cogorzas como dios manda –, y sin embargo por más que uno lucha contra eso parece como que cada vez está más cerca del muro final y que cuanto más cerca más tienes que inclinar el cuello para seguir mirando el cielo, qué metáfora más rara me ha salido, muy pinfloydiana.
Con respecto a este tema, en mi cabeza se desarrollan conversaciones absurdas que de algún modo tratan el asunto pero de esa manera subrepticia que decía más arriba
—Usted todavía tiene esperanzas.
—¿Lo dice en serio?, no estoy ahora mismo por llamarle a usted sensitivo.
—Es por la alergia, me bloquea todos los sentidos.
—No se ofenda, no quería llamarlo insensible, es que no se ha acercado nada.
—No se preocupe, no me ha molestado. Entonces, ¿no tengo razón?
—Sí, tal vez sí. Aún pienso en hacer cosas. Tonterías todas ellas. Las mismas que he pensado hacer toda la vida y siempre he encontrado excusas para no hacerlas no fuera a ser que se demostrara empíricamente que no tenía capacidades para ello.
—Si eso no es tener esperanzas, que baje Dios y lo vea.
—Yo, como representante de Dios, doy fe de que eso es una forma de esperanza. No la mejor, no la más motivadora, porque es muy veleidosa, muy poco fundamentada en hechos contrastables, pero esperanza al fin y al cabro.
—¡Uy!, el final le ha delatado. Se le ha visto la patita.
—No sean quisquillosos, mis niños, solo la muerte es una cortina negra, todo lo demás tiene matices.
—Este se ha pasado con la metáfora o metonimia, pero se entiende. Mi abuela decía «todo tiene remedio menos la muelte».
—Se nota que tu abuela no tenía estudios. O que era de origen chino.
—Lo decía así, muelte, intencionadamente porque no le gustaba hablar de ello seriamente.
Al final va a ser verdad que la muerte nos condiciona la vida. Es decir, el hombre es un ser para la muerte no es una frase tan gilipollas. Es decir, el condicionante de que nos vamos a morir es una fuerza constante que modela nuestra vida aunque rechacemos esa influencia, rechazo tan inútil como que exista el aire que respiramos porque no lo vemos. Y esta influencia va pesando más a medida que vamos envejeciendo. (No sé por qué me acuerdo de las fuerzas nucleares: tan relevante como es la fuerza de la gravedad, a medida que profundizamos en las partículas va perdiendo importancia y es sustituida en presencia por las fuerzas electromagnéticas, que, si continuamos profundizando son sustituidas en voluntad de ser por las fuerzas nucleares o algo así. La presencia de la muerte mientras somos jóvenes es muy irrelevante y va adquiriendo densidad a medida que envejecemos. Bueno, no sé, a lo mejor no tiene que ver, pero mira, me ha servido para incrementar en un montón de palabras más este texto) Creo que, y estábamos en que la influencia de la muerte va pesando más en nuestra vida, porque se va acentuando el contraste de nuestra vitalidad con nuestras capacidades físicas para desarrollarla. Uno sigue queriendo hacer cosas pero cuando antes no las hacías por unas razones, yo qué sé, incapacidad moral para la derrota, por ejemplo, ahora que uno ya pierde fuerzas y que le duelen las rodillas al subir escaleras y a veces salta un dolor en articulaciones que uno no sabía que era articulaciones, uno empieza a darse cuenta de que se ha dejado ir calentándose para el salto y ya los juegos olímpicos se están terminando – vaya esta estupidez como homenaje al gran acontecimiento tetranual (por consultar la duda, cuatrianual no es lo mismo que cuatrienal, este último es el que hace referencia a la frecuencia de los juegos olímpicos, mi palabreja es solo por hacerme el listo, pero en realidad escribo lo primero que me sale y luego compruebo el significado, lo voy a dejar así ) Y sin embargo se resiste a abandonar para siempre todo aquello que tenía planeado hacer y todavía ni ha empezado. En mi caso cosas como escribir un libro o dar la vuelta al mundo a pie.
Ya sé que se van a llevar ustedes las manos a la cabeza diciendo, pero este tío es un imbécil, con lo fácil que es escribir un libro, solo hay que ponerse, mira toda la gente que escribe libros hoy en día y no digamos ponerse a caminar. Para eso no hace falta ni papel ni lápiz, mira ese tío que se ha ido a pie y descalzo desde España, donde era un exitoso muchacho hijo de familia bien con un futuro más que amable, y va el tío y se echa a andar descalzo a través de toda Europa con el propósito de llegar a Pakistán, no sé muy bien qué es lo que espera encontrar allí. Fácil. Ahí está la cuestión. Era tan fácil que siempre lo he pospuesto para empezar después, para prepararme bien y que el salto me saliera perfecto, me entiendes, y se me acabaron los juegos olímpicos.
Y todo esto a cuenta de que estaba leyendo un libro, muy bueno y tal, tiene mucho predicamento por ahí. Todavía estoy empezándolo apenas, pero ya me ha hecho pensar, ya ven. Qué más se puede pedir.
Saludos. Feliz año.