lunes, 4 de octubre de 2010

Enfermedad

Estoy lejos de ser un hombre enfermo. Pero con los leves síntomas que estoy experimentando estos días me vale para reflexionar sobre ello. Y mi reflexión me dice que hay dos clases de personas, los que se apegan a la vida a toda costa pase lo que pase y los que les bastará la mínima excusa para renunciar a ella, los que se niegan a vivir con trabajo, en constante cuesta arriba. Yo soy uno de estos. Soy una persona rutinaria, me gustan mis rutinas. El hacer todos los días lo mismo y el quejarme blandamente de ello complementan mi existencia. Cualquier cambio me provoca ansiedad y lo fagocito integrándolo en una rutina que hace que mi vida sea menos espontánea que la sucesión de los días y las noches. Por otro lado, sorprendentemente, nunca hago planes de futuro por lo que pueda pasar, a pesar de que en mi fundamento vital está el que no vaya a pasar nada a poco que yo pueda evitarlo. Tal vez no es sorprendente, sino consecuente el que no haga planes de futuro, puesto que si planeo seguir igual, el futuro ya es el ahora, con lo cual un plan de futuro implicará un cambio de ese futuro que ya es ahora.

El caso es que estar enfermo, vagamente enfermo, me rompe, psicológicamente, a pesar de que procuro seguir haciendo lo mismo, la sensación de rutina. Este dolor que me viene cuando se agotan los efectos de la pastilla es como un indicador de cambio constante, como una interrupción del dormir que impide que el sueño tenga continuidad. En cierto modo me obliga a estar despierto, ¡Horror!, y consciente permanentemente de mi cuerpo y, por ende, de la realidad también. Y creo que esto es lo que me angustia. No poder mecerme en el adormecimiento de la cotidianeidad. Porque lo primero que se advierte cuando a uno le vienen una de estas es que nos pasamos la vida en un estado adormecido, prácticamente inconsciente, sobre todo de nosotros mismos, de lo que somos como seres vivos, pero también de lo que somos como seres sociales en donde estamos en un constante movimiento que impide toda reflexión y planificación. No vivimos, en este aspecto, sino que somos vividos, como llevados en la vida, la mayoría de nosotros. ¿Cómo son los que no son así?, pues me imagino que son esos tipos, a muchos de los cuales admiro en la distancia, que parecen estar siempre tirando de sus vidas, zarandeándolas de un lado para otro, y no siendo empujados por ella y esperando siempre a verlas venir. Yo estoy permanentemente en esa corriente pero he adquirido la habilidad de arrimarme al borde del arroyo donde el agua se remansa muchas veces y queda hasta estancada, qué delicia. El dolor, la enfermedad, te recuerdan que tienes un cuerpo finito, y te separan de la rutina y por lo tanto de la eternidad, te hacen consciente de cada paso, de cada pensamiento y de cada acción. Esta plena conciencia duele metafísicamente (lo que quiera que signifique esta palabra), angustia y desmoraliza si uno no tienen un espíritu combativo.

3 comentarios:

  1. Siento ser pesado, pero reconoce que tienes una vena de filósofo ineludible -a pesar de desconfiar de la palabra "metafísica"-.
    Para muestra, véase este botón: "Tal vez no es sorprendente, sino consecuente el que no haga planes de futuro, puesto que si planeo seguir igual, el futuro ya es el ahora, con lo cual un plan de futuro implicará un cambio de ese futuro que ya es ahora".
    Esta frase es digna de un tratado de filosofía. En efecto, la rutina provoca la diferencia ontológica entre pasado, presente y futuro, pues todos los momentos temporales son idénticos entre sí. No entiendo por qué no te gusta Borges, al que le gustaba enredarse en ese tipo de laberintos filosóficos. ¿Conoces "El inmortal"? Pertenece a "El aleph". El tema que desarrolla es parecido a este.
    En cuanto al papel del dolor y la enfermedad en la vida, Nietzsche también opinaba algo parecido: el sufrimiento y el dolor son ineludibles en nuestra vida; lo importante es cómo reaccionamos ante ellos: "Un ser típicamente enfermizo no puede sanar, menos aún sanarse él mismo; para un ser típicamente sano, en cambio, el estar enfermo puede constituir incluso un enérgico estimulante para vivir, para más-vivir" ("Ecce homo").
    Lo dicho, tienes una vena filosófica ineludible.

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  2. Hombre, nunca he dicho que no me guste Borges. Lo que pasa es que Borges es una influencia demasiado manifiesta que podría anular otras posibilidades.
    En cuando a lo que dice Nietzche. El ser enfermizo y el ser sano no son seres distintos. Según yo lo veo el ser sano puede enfermar y al principio verá la enfermedad como un reto, pero si esta se prolonga, puede acabar por apoderarse de él y convertirlo no en un hombre con una enfermedad, sino en un enfermo, en el cual, de alguna manera, la enfermedad toma las riendas.

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