Yo creo que todo empezó con la película Querida, voy a buscar cigarrillos y vuelvo (Argentina, 2010, Mariano Cohn y Gastón Duprat) basada en un relato de Alberto Laiseca. La película me gustó mucho. Un hombre, que parece ser el demonio (Eusebio Poncela), hace un pacto con un pobre tipo que está sentado en una cafetería, junto a su mujer, tal vez pasando un aburrido domingo por la tarde. El hombre parece derrotado, sin aspiraciones, desengañado de su existencia. El supuesto demonio le propone que vuelva a vivir diez años de su vida, los que quiera, y si al final de esos diez años ha cambiado algo sustancial en ella, le premiará con nosecuántos millones de dinero. Si, por el contrario, su vida alcanza el mismo punto en el que está hoy, simplemente lo devolverá al lugar y aquí no ha pasado nada. El hombre acepta encantado.
Hice una reflexión sobre esta película. Me gustó, sobre todo la idea, tal vez me quejé algo de la realización, no sé, no era una película espectacular, me pareció. Pero ahí se me quedó en la memoria. Un día, volviendo a ella, descubrí que estaba basada en un relato de este autor que no conocía de nada. Y así llegué a Laiseca.
Laiseca es muy conocido en su país por un programa de televisión en el que intervenía de narrador de cuentos de terror. Eso es lo que encuentras de él cuando buscas en youtube. Yo no lo conocía ni como autor ni como fenómeno televisivo. Hasta ahora.
Lo primero que he leído es una novela corta: Aventuras de un novelista atonal. Yo lo interpreto como un relato burletero sobre el escritor como ese artista mítico que antes parecía flotar en la mente de los lectores (Ya se ha perdido mucho de esa mitología). El tal escritor es un pobre hombre que malvive de un trabajo pésimamente remunerado y aprovechando cualquier rato para sacar adelante su magna obra: una novela atonal, que no sé muy bien cómo describir, pero que se puede confundir con ese término de novela total que se usa en la realidad cuando no sé sabe de qué trata una novela. Un amigo decide echarle una mano y le presenta a un editor muy peculiar. El tal editor está poseído de un impulso autodestructivo que le lleva a publicar cualquier cosa con tal que signifique un descalabro económico absoluto. Le exige al amigo del escritor, para admitir publicarlo, que le asegure que la obra será un absoluto fracaso. Sin embargo las cosas se le tuercen y la obra resulta aclamada por la crítica más prestigiosa y de ahí reclamada por el público mayoritario. El libro se vende por palés, para desesperación del editor, y el autor se vuelve famoso, rico y admirado. El amigo queda un poco de lado.
Como esta era corta decidí emprender una nueva lectura de Laiseca y la tomé con El jardín de las máquinas parlantes. Magna obra de más de 1800 páginas (en libro electrónico).
Es una de esas novelas que me dejan perplejo, en el sentido de que, al terminarla, no tengo ni idea de por qué la he leído. He dejado de leer muchas novelas, incluso en la mitad de su número de páginas, porque de pronto sentía que aquello no me estaba llevando hacia ninguna parte y que lo único que hacía es procesar letras y avanzar páginas. Pero con esta he terminado las 1816 páginas completas, incluyendo las notas finales. Y no sé por qué lo he hecho. No sé qué me ha llevado a continuar leyendo página tras página. No hay nada a lo que pueda agarrarme y contar aquí para decir, la novela iba de esto o de lo otro, más allá de la mera narración, que ya de por sí es bastante absurda. Vamos con ella. El personaje central es un tal Corvina Sotelo, que es un escritor, muy parecido al escritor entre atontado y loco y genio de Aventura de un novelista atonal. En los medios intelectuales se burlan un poco de él, aunque le conceden que un algo tienen sus extravagantes obras, escritas con una alocada aleatoriedad, mezcla de situaciones banales y profundas reflexiones sin solución de continuidad entre unas y otras. Pasa, Corvina Sotelo, por un intelectual puro completamente abstraído en el desarrollo de su obra y flotando, o más bien rebotando, por encima de la realidad, que lo trata al pedo como dicen por allá. Entonces entra De Quevedo que, igual que el amigo en las Aventuras…, trata de ayudarlo y entonces entramos en un extraño mundo esotérico. De Quevedo es un maestro esote, y la ayuda que le presta a Sotelo es librarlo de una ataque que una misteriosa asociación esotérica ha emprendido contra él; sin ninguna razón, simplemente porque eso es lo que hacen los esotes, entrar en guerra unos con otros y divertirse poniendo en práctica sus diversas herramientas esotéricas, máquinas astrales, contra inocentes individuos desprotegidos como Sotelo para manijearlos.
La novela es la descripción de las sucesivas oleadas de ataque de las incontables máquinas (con nombres modificados de animales que prefiguran, poco más o menos, su forma de ataque: harañas, flamenkos, zerpientes...) que los esotes enemigos lanzan contra Sotelo y De Quevedo y cómo ellos se van defendiendo de ellas, con la ayuda de otros dos amigos, aunque estos quedan en muy segundo plano, Alalarena e Isidoro. (El primero sería un trasunto de Laiseca, que ha escrito una colosal novela titulada Los Sorias, que es la gran novela, de mayor éxito, de Laiseca). Y ya está. Así durante 1800 y pico páginas. Insisto en que no sé en dónde está el atractivo de esta lectura, pero que me he pegado todas y cada una de las páginas en sucesivos paseos al perro de escasa media hora cada uno. O yo tengo mucha pachorra o en el fondo, más allá de la mera narración, la novela ofrece algo que yo no acierto a expresar. El tono de Laiseca es como medio burlón, medio descreído de todo lo que cuenta, pero contado con tanto detalle que uno comprende que ha habido un trabajo de construcción detrás, y que por lo tanto no vale como chiste o chascarrillo improvisado. ¿Es todo una burla de la literatura esotérica, o no lo es tanto a pesar del tono? Se aprecia en Laiseca, sin embargo una cultura, al menos la capacidad de insinuar unas referencias que dan la impresión de estar sustanciadas en algo más que una consulta a la enciclopedia. Curiosidad, aparte de por la literatura y el mundo esotérico, por la historia de China, por el ajedrez, y otros muchos temas apenas insinuados de esa manera que parece que solo asoma la puntita de una vastedad. Sin embargo, la gracia del estilo no puede explicar la razón de esta lectura.
Me queda por leer la mentada Los Sorias, pero es otra inmensa mole de más de mil páginas y he decidido dejarlo en barbecho a ver si se regenera la curiosidad por este autor, para plantar una nueva cosecha más adelante.
Postdata: Como influencia he de decir que en los capítulos finales menciona a Fogwill, otro autor que desconozco. No describe en absoluto su literatura ni lo recomienda de ningún modo, simplemente lo sitúa como un autor de éxito, (fama, mujeres, dinero), amigo de Sotelo (teniendo en cuenta el tono guasón con que lo alude, y conociendo algo de la biografía de Fogwill (que me he preocupado de mirar) todo parece una broma interpersonal). A mí me ha servido como señal de dirección hacia la siguiente lectura.
Algo tiene que tener que te tuvo pendiente las 1800 páginas. Habrá que investigar a este autor. Aparentemente se pueden conseguir CUENTOS DE TERROR, LA HIJA DE KHEOPS y LA MUJER EN LA MURALLA, entre Tusquets e Interzonas.
ResponderEliminarPor lo que cuentas todo es muy loco y sobre todo, divertido.