miércoles, 27 de enero de 2021

Las cosas del mundo

 Soy muy sugestionable. Me rindo a cualquier opinión contraria, al menos en primera instancia, incapaz de contrapronerle un discurso convincente. Cuando consulto páginas de negacionistas me entran las dudas y dejo de creer firmemente en la existencia de esta pandemia y empiezo a dudar si no será verdad que todo es una sofisticada confabulación de corporaciones panmundiales para hacerse con el control efectivo del mundo. 

Pero me cuesta creer en esta inteligencia tan sofisticada capaz de orquestar una pandemia mundial para limitar las libertades de la ciudadanía, de baja estofa principalmente, mucho menos para insertarnos innecesarios chips de control que se activen cuando alguien pronuncie la palabra «madagascar» y nos obligue a obedecer la voz de la autoridad todos a una (¿para hacer qué? Cosas como  consumir hamburguesas o comprar móviles de ultimísima generación con los que mandarnos memes idiotas de tipo caca culo pedo pis). ¿No hacemos ya todo eso sin ese gasto innecesario del chip, de la investigación vírica, de todo el alboroto?

Los que piensan así tienen una idea muy optimista de las capacidades de inteligencia de la raza humana, que, por otro lado, se contradice con el aplauso a esos cabestros airados que vemos en los vídeos grabados (con móviles de última generación) recientemente en los Países Bajos, donde  indignados ciudadanos protestan contra el recorte de sus libertades saliendo a la calle en manada enloquecida a romper, rasgar y saquear, todo en nombre de las sacrosantas libertades individuales.

No digo que no hayan confabulaciones, mírese, por ejemplo, la de las farmacéuticas regateando las vacunas que ya habían comprometido con los países de los que recibieron financiación para acelerar las investigaciones, ¡es el mercado, amigo!, ya lo dijo nuestro ilustre ecónomo. Pero son confabulaciones que no obedecen a inteligencia, al menos tal y como yo la entiendo, sino a otra clase de ley del más fuerte o ley del que está en mejor posición, ni siquiera ley de la selva que, en el fondo, teniendo en cuenta lo que han durado las selvas mientras nosotros, la inteligencia humana, no ha intervenido en ellas, no debe ser mala ley. Una ley, esta que digo, igualmente natural, en el sentido de que no obedece a razón ni a sentimiento, simplemente sucede porque puede. Y que, en efecto, también es global porque estas corporaciones no tienen padre ni madre ni país que las aguante, pero que no es inteligencia, porque no planifica más que para buscar el lado débil y de menos defensa para hincar el diente. 

1 comentario:

  1. A mí (si te sirve de consuelo) me suelen dejar en un primer momento sin respuesta estos religionarios (profesan alguna religión con dios palpable, dinero, club de fútbol, yehová o geoviene) con fuertes convicciones fanático-dogmáticas. Pero luego (síndrome de la escalera), mirado con un mínimo de calma y dejando el puro cabreo-emoción que provoca tanta chorrada, apenas pienso un poco (actividad que esos no contemplan siquiera como remota posibilidad), las más burdas falacias y trucos baratos de la retórica, saltan a la vista. En cualquier caso, juegan en terrero propio y si esperas que con reglas, olvídalo, las reglas para esta gente son para los demás. ¿Has jugado alguna vez contra un tahúres que tiene a la trampa por rutina y oficio? Las posibilidades ganar son pocas.

    ResponderEliminar