miércoles, 28 de enero de 2015

Teología y Literatura

Cuando se tiran las cartas, o lanzan los huesos o las conchas o monedas con signos con objeto de interpretar aquella casual combinación para predecir el futuro, se está haciendo uso del azar para negar el propio azar. Porque es negar el azar predecir el futuro. Creer que el futuro ya está establecido, ya está escrito y solo hay que saber leerlo incluye el decir que la tirada azarosa de esos dados ya salió, lo mismo que la interpretación de esa tirada ya fue dicha y que el oyente ya actuó con respecto a ella. Por eso es imposible eludir el destino dictado por la pitonisa. Si el futuro ya está previsto, escrito, realizado como una carretera a oscuras que solo espera que uno, armado con la luz de su vida, avance el paso para desvelar el trozo de existencia que viene inevitablemente a continuación, entonces el azar no existe. Es una mera percepción de nuestros sentidos desconocedores de lo porvenir ya establecido. Tampoco hay error, ni acierto, pues lo que hacemos y decimos nos viene impuesto por la limitada vía por la que circulamos, que es nuestro destino trazado. Cualquier asesino puede decir, no soy culpable de este crimen pues si el destino de todo hombre ya está trazado férreamente, cómo podía yo, atado al mío, evitarlo.

El deseo de conocer qué es lo que va a ser de la vida de uno encierra una terrible decisión. Que sepas exactamente qué es lo que te va a ocurrir en cada instante de tu vida desde aquí hasta el día de tu muerte. Sería como vivir al revés, es decir volver a vivir todos y cada uno de los días que has vivido, hacia atrás hasta el mismo momento de tu nacimiento. En realidad no estarías viviendo sino que simplemente serías espectador de tu vida, una forma superior de leer. Con el inconveniente de que ese libro ya lo has leído, ya te lo sabes. Y no puedes tomar ninguna decisión sobre lo que pasa. Todo eso contando con que, a partir de este momento de sabiduría te desdoblas en dos entidades, una que sabe y asiste a lo que pasa y otra que vive lo que pasa y no sabe más que lo que va aprendiendo con cada avance. Si eso fuera así, esa entidad que sabe estaría fuera de esa vida ya prevista, sería el lector de su vida que no pertenece a la novela, y por lo tanto se escaparía de esta previsibilidad de todo suceso. Ausente esa inteligencia espectadora, no habría nada en ti que fuera consciente de que estabas viviendo ya un destino trazado y por lo tanto no existiría tal constatación para tu conciencia. Luego, te seguirías sintiendo libre y obrando a voluntad.

Necesariamente esta idea de una vida estática, ya realizada y que el paso del tiempo va iluminando progresivamente es una idea no solo posterior a la escritura, sino una idea posterior a la narrativa. Antes de eso los dioses determinarían hacer o deshacer según les viniera en gana, incluso la propia vida de los dioses sería impredecible. Aún existiría el azar y nada estaría predeterminado. A nadie se le ocurriría imaginar la posibilidad de que lo que fuera a suceder mañana ya estaba hecho a falta de ser vivido. Solo a partir de empezar a leer historias de personas o de dioses llegaría una idea como esa a la cabeza de un pensador: “¿y si la vida fuera como esta historia y ya estuviera escrita? Si yo fuera el personaje, nada sabría de lo que  me ha de acontecer, pero siendo el lector, todo para mí ha sucedido ya. Puedo avanzar o retroceder en la vida de este hombre. Incluso podría cambiar lo que piensa ahora, si lo reescribo, o reescribirle una nueva conclusión a su vida”, llegado a este punto tendría que darle un nombre a ese ser que podría estar rigiendo su propio destino y el de toda la humanidad.
Acabo, me temo, de llegar a la conclusión de que un Dios unitario solo pudo haber sido concebido a partir del nacimiento de la escritura, y más concretamente de la narración.

1 comentario:

  1. Las fotos de los ojos me impactan; de hecho me hace sentir un poco molesto, como si se barruntase la cercanía de un momento desagradable.

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