viernes, 7 de noviembre de 2014

Aprofesionalidad

No sé si es por mi espíritu de vagabundo (dentro del armario), o por mi arraigado complejo de inferioridad, por mi espíritu de poeta maldito o por mi vocación de pereza ya anunciada desde mi apellido, o tal vez mi simple condición de español, pero albergo una inherente repugnancia por la palabra profesional y por todo lo relacionado con ella.
Lo profesional, desde las personas más rectas y comprometidas, hasta los más siniestros y arteros, ávidos de beneficios y prestigios, o en las cosas, desde lo primorosamente confeccionado hasta los más abstrusos documentos minuciosamente redactados, edificios perfectamente acordes con las normativas más coherentes con el  medio en el que se alzan o aquellos alardes de ostentación desajustada de que algunos arquitectos se envanecen, todo lo que me huela a perfecto orden sea real o simulado, escondiendo debajo de una impecable fachada un foco de podredumbre,  me provoca desconfianza, temor, repeluz, como lustrosas ratas húmedas procedentes de las más infectas alcantarillas.
El profesional es el que se despoja de su ser persona para adoptar su ser función. Es el que asume completamente en su vida que ésta es su oficio. No que hagan un oficio de su vida, sino de su oficio lo hacen su vida. Dejan de ser personas para ser ejecutivos, obreros de la construcción, funcionarios de ventanilla, camioneros. Esos son los que van por ahí reprochándole la falta de profesionalidad a los otros, los que detestan a España por ser país de pandereta. 
Lo profesional se me antoja completamente opuesto a espontaneidad, que creo que es una palabra esencial si hablamos de seres humanos, o al meno si hablamos de mí. Aunque mi espontaneidad se manifieste en quedarme mirando a la pared durante horas proyectando en ella las fantasías extraviadas que me cruzan por la imaginación. Reclamo mi derecho a la pérdida de tiempo y de recursos, reclamo mi derecho a la chapuza, a la mala letra y la falta de ortografía (no sistemática, claro, la ignorancia pertinaz y sistemática es también una forma de profesionalidad), reclamo mi derecho a la confusión, a la duda. Reclamo mi derecho a hacerlo más o menos bien o como se pueda. Reclamo mi derecho a no buscar beneficios, económicos o curriculares en todo lo que emprendo. Reclamo mi derecho a la contradicción, a la utopía.
Pero no soy iluso. Sé en qué mundo vivo. Este es su mundo, Los Profesionales mandan. A ellos no les importan mis reclamaciones, sino mis contribuciones, mi efectividad, mi competitividad, mi currículum, a ellos no les importo yo sino mi Fuerza de Trabajo. Por eso no reclamo, les dejo el mundo de arriba y yo bajo a las alcantarillas de la simulación.

3 comentarios:

  1. Sería interesante llevarlo a un plano más delicado; y es que existen escritores profesionales que publican todos los años y que tienen jefes y empleados. Concuerdo contigo, prefiero mirar desde abajo como todo terminará derrumbándose.

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  2. En la novela Un mundo feliz, había personajes que ciertamente se sentían incómodos en aquella sociedad, no como el Salvaje, que era ajeno a ella y por lo tanto era natural que se sintiera incómodo, sino como oriundos de aquella sociedad, que por alguna razón -fallos en las pipetas de crecimiento- salieron con una inteligencia no exactamente encajable en los moldes que ofrecía la sociedad. Esos no tenían más remedio que retirarse a zonas marginales de la sociedad para gozar de un mínimo de libertad sin tener que ausentarse completamente de ella, de la cual, como oriundos, dependían.

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  3. No sé, creo que identificas profesional con alienado; y realmente hay personas que se alienan en su única faceta de "profesional" y dejan de tener una vida multifacética para convertirse en instrumentos de una función; pero también hay muchos que además de profesionales son muchas otras cosas y no caen en esa alienación; a mi no me parecen estos últimos tan merecedores de mi compasión.

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