martes, 29 de enero de 2013

Un éxito.

 
Sospecho que no soy escritor. Considero esta sospecha una infamia y la rechazo con indignación. Sí, es cierto que no tengo una Obra aún, pero ya vendrá, no se cuándo, pero vendrá, me digo. Mientras, escribo estas mariconadas como ejercicio. Pero eso no acalla mi sospecha. La certeza, en realidad de ese susurro interior que no duda. “Riforfo Rex no existe, men, es un engaño de tu mente. Estamos solos, tú y yo. Y yo soy la parte de ti que no te miente. La parte implacable de ti” Calla, le grito, y me pongo a escribir tonterías. Pero a veces ni siquiera tonterías me salen y tiendo a llenar cuartillas con letras, palabras repetidas o frases discordantes.

all work and no play makes Riforfo Rex a dull boy all work and no play makes Riforfo Rex a dull boy all work and no play makes Riforfo Rex a dull boy all work and no play makes Riforfo Rex a dull boy

Y me pongo a caminar por los pasillos de mi casa y hago caras delante del espejo, sin afeitar y sin pelar, y hasta sin lavarme los dientes, hasta que mi mujer y mi hija empiezan a mirarme espantadas y cuando llamo a mi perro para el paseo de la mañana, después de toda una noche sin dormir, huye de mí y se esconde debajo de la cama.

Así que salgo a pasear solo. O cojo la bicicleta y me echo a pedalear. Y sin darme cuenta estoy asistiendo al prodigio del amanecer sentado al borde de una barranquera que da al mar. No me sientan bien las vacaciones. Debe ser. Debería buscarme un proyecto. Poner mi mente a trabajar. Y solo pensarlo me provoca náuseas. O será el mar que está picado hoy. O que durante la noche he estado bebiendo. Lo cual me recuerda que a ver cómo se lo explico a la cónyuga cuando se despierte y vea todas esas botellas vacías sobre el pollo de la cocina. Me quedo dormido, apoyada la cabeza contra el muro de la Iglesia Evangelista Coreana. Y cuando me despierto un tipo está hurgándome los bolsillos. Peleamos. Sé quién es. Lo he visto en el parque, mientras paseo al chucho, sentado en los bancos debajo del gran ficus disputándose un tetrabrick de vino con sus camaradas. Está borracho. Lo empujo por la barranquera. Rueda hasta quedar oculto por unos matorrales. Regreso a casa corriendo. Y escribo un relato. Un relato genial. En plan crimen y castigo. En primera persona. Una dura contienda entre la culpabilidad y el miedo. Dos días escribiendo sin parar. Escuchando los reproches de mi mujer por lo de las botellas, por mi comportamiento de loco, por no haberme duchado ni afeitado en una semana, por el olor de mis ropas. Llora y grita y me golpea cuando la desesperación puede con ella. Pero no dejo de escribir. Hasta que termino el cuento. Y después me echo a dormir. Tres días. Al tercero resucito y es como si regresara. De la muerte, o del infierno. Todo se normaliza. Me ducho, me afeito, me cambio de ropas. Regreso a la cocina. Hacemos la compra. Mi mujer y mi hija vuelven a mirarme con ternura, contentas de mi regreso y, al mismo tiempo, temerosas. Sin saber muy bien. Mi mujer me sugiere que visite a un médico, un psicólogo, lo que sea. Le aseguro que estoy bien. Que ha sido solo una depresión tonta. Esas cosas que me entran a mí, ya sabes. No, no sabe. Nunca me había comportado así. Y esas cosas que escribes. ¿Que escribo? Y entonces me acuerdo del cuento y corro a leerlo. Y es una obra maestra. Al fin, ya la he escrito. Entonces me siento a revisarlo. Apenas nada. Unas faltas leves. Tengo un amigo editor. Bueno no es amigo, pero en cuanto lea el relato lo será. Pasaremos juntos a la historia de la literatura. Mi euforia me impide escuchar lo que me dice la cónyuga. Han matado a un tío en el parque. Bueno, en el parque no. Pero era uno de los del parque. Le han pegado con una piedra. Dicen que fue uno de los que para por Cáritas, que también pide en la iglesia. Un morillo. Lo encontraron por la Iglesia Coreana. Le habían machacado la cara con una piedra. Bueno. Esas cosas pasan. Lo importante es mi relato. Lo llevo a mi amigo. Mi amigo lo lee con cierto espanto. No te metas en el contenido, hombre, lo importante es el estilo. La forma. ¿Tú no has leído los periódicos últimamente?, me pregunta. Estamos hablando de literatura. ¿Qué tienen que ver los periódicos con la literatura? Detalles. Estos detalles. ¿Cómo sabes estos detalles? Tengo imaginación. ¿Qué problema hay? Tienes que publicarlo. Será éxito seguro. Cuando llego a casa la cónyuga está nerviosa. ¿Dónde estuviste aquella noche? Me pregunta. Por ahí. No recuerdo bien. Por ahí. ¿Qué pasa? La policía. Todavía es pronto. Aún mi amigo no se ha decidido. Todavía es pronto. Tiene que darse prisa. Éxito seguro. Será un éxito.

1 comentario:

  1. La involuntaria autoconfesión de un inocente. Me gusta su estilo ágil y rápido de sus frases cortas y precisas. Gana mucha intriga a medida que se lee.

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