Vivamos alegremente, Lídia,
los postreros días que nos quedan,
aturdámonos con el vino y otros licores
para no ver la triste realidad.
Sea cada día un sábado ebrio para nosotros
con la esperanza de un domingo de resaca
y la angustia de un lunes acechando
como un lobo hambriento
por devorar nuestras ansias de libertad
Dios bendiga a esos sacrificados hombres que cultivan la uva,
que maceran la cebada,
que pacientemente aguardan la fermentación
y se enriquecen, digo, es un decir, a costa de nuestra
efímera felicidad que se evapora.
Bebamos amigos porque desnudos llegamos a este mundo
y desnudos nos iremos.
Y si todo se derrumba, riamos,
y si hemos de morir, riamos,
y si no se han cumplido nuestros propósitos, riamos,
y si hemos de recurrir a la poesía para disfrazar
todo esto de triste carnaval,
riamos.
Ya nos quejaremos mañana, mañana, mañana.
Deberías declamar esta poesía después de la quinta cerveza o la segunda botella de vino.
ResponderEliminarMe parece un exceso de vanidad declamar una poesía mía, pero haré un esfuerzo
ResponderEliminarHay que apuntarse a vivir la vida hoy y dejar las quejas para mañana. Riamos.
ResponderEliminarO lo que es lo mismo: no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy. Lo verdaderamente triste sería envejecer y comprobar que uno no ha vivido todavía.
ResponderEliminarPor eso, riamos, amigos, que la risa es esa sana comunión-con-el-Otro que colinda con la amistad.