Lo que subyace bajo la aparente diferencia política entre ideologías de izquierda e ideologías de derechas es la lucha entre los partidarios de un estado de facto de la humanidad aún sumergida en las aguas de su primitivismo animal y quienes creen que ya es hora y posible saltar a la tierra de la racionalidad más imperante.
Una racionalidad empeñada en una convivencia ordenada y armónica entre los seres humanos y con el mundo que les rodea. Sin privilegios jerárquicos que desestabilicen el equilibrio general del sistema mayor en el que moramos.
Mientras que los partidarios del primitivismo están convencidos de que el único modo de convivencia es uno jerárquico en el que los «más fuertes», en cualquiera de los sentidos adecuados al momento, han de pastorear −unas veces regirlos para que les sirvan a su propósito y otras veces encaminarlos para que no les estorben, y aún otras veces sacrificarlos para que la masa no se vuelva peligrosa para su comodidad − al resto «débil» o debilitado, menos capacitado para imponerse.
La condición humana −el primitivismo aún latente− favorece más a los segundos que a los primeros y hace el objetivo «utopista» mucho más complicado de alcanzar que el plan de los segundos que es prácticamente el statu quo.
Las utopías se han intentado una y otra vez, delicadas como castillos de naipes y como ellos sometidos al acoso externo, y también al interno, la propia debilidad de los naipes, que provoca la caída del castillo, ante la euforia de los primitivistas que festejan el hecho como si fuera su éxito el seguir manteniendo la condición humana inalterada. La «condición humana» es inconstante, muy variable, veleidosa; capaz de asumir cambios, pero mucho más lentamente de lo que los individuos directores están dispuestos a soportar. Muchos que comienzan utopistas acaban desesperando y mandando a la humanidad a hacer puñetas, trasladándose «con armas y bagaje» al campo contrario y, allí, combatir más ferozmente que antes los defendían, a los que ahora consideran detestables irredentos enemigos maliciosos.
Y sin embargo la humanidad evoluciona. Lenta, muy lentamente, como los procesos geológicos que inadvertidamente van transformándose y solo en la distancia vamos a ser capaces de darnos cuenta de cuan diferentes seremos de lo ridículo que nos parecerá cómo somos hoy.
Vencerá la razón. Mi utopía está lejos de esas extrapolaciones totalitarias de las películas, y está claro que en el subconsciente de la Humanidad estas extrapolaciones representan el miedo latente a que eso, que prácticamente consideran inevitable, suceda en el futuro, por lo que intrínsecamente hay una resistencia a seguir ese camino incluso en los que más y mejor se aprovecharán de esos estados de poder que esperan heredar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario