Vivimos en un sueño de subjetividad. La realidad no es lo que es ahí fuera sino lo que a nosotros nos parece que es, o nos conviene que sea, o estamos acostumbrados a que sea, o esperamos que sea para nuestro bien y seguridad. Para ello interpretamos los datos que nos vienen del exterior de manera interesada, que confirmen nuestros propósitos, y si los contradicen radicalmente, entonces son falsos. Y si resulta que no son falsos, pues entonces cerramos los ojos y ya no hay datos.
Así funciona la humanidad. O así por lo menos funciono yo. Acabo de tirar la balanza a la basura porque se ha estropeado. Y eso que era una balanza de esas analógicas, que compré precisamente porque no me fiaba de la precisión de las balanzas nuevas digitales que, al funcionar con pilas y transistores y dieléctricos y condensadores, en cuanto falla un poco la intensidad de corriente ya dan valores aleatorios, falsos claramente, y uno no puede fiarse.
Me compré la balanza analógica precisamente porque es autosuficiente, no necesita más aporte energético que el peso que tiene que pesar. Y tampoco es que yo sea un maniático del peso. De todas manera las pocas veces que me peso en el año me da un valor aproximado, alto, hay que reconocerlo, estoy gordo, pero estable. Noventa hermosos kilos. Que, al precio de la carne humana estos días no da para nada. Un cochino de mi mismo peso sería más rentable de criar; un ternero, no digamos o una oveja, con su lana de aporte extraordinario. O una cabra que da leche.
En fin, económicamente no soy rentable, esto ya está establecido, no valgo un euro por la carne, así que al comienzo del verano decidí enmagrar mi cuerpo, llenarlo de fibras y tendones, endurecerlo al tiempo que ejercitaba mi mente. Así que todos los días salvo excepciones, que la vida humana está siempre llena de saltibajos o altisaltos, no sé muy bien como se dice, en fin, de sorpresas que uno debe sortear, el caso es que he salido a caminar todos los días, pero siempre con un libro en la mano, el inefable Spengler, y su universal Decadencia de Occidente, tomo I, que todavía, ya terminado agosto y comenzado septiembre, no he conseguido rematar. Me tomo muy en serio eso de mente sana en cuerpo sano, y desde un principio decidí que entrenar el cuerpo debería ir paralelo a entrenar la mente.
Me he pasado toda la vida entrenando, por así decirlo, la mente, pues siempre me ha gustado leer ,pero he dejado de lado, un poco, al cuerpo, si no es para caminar. Deportes, lo que se dice deportes no he practicado nunca, desde aquella vez que me dejaron de suplente en el equipo de baloncesto aún cuando en el campo solo habían 4 jugadores de mi equipo. Aquello me dio una pista de la confianza que tenía en mí el míster, y orgullosamente solicité mi dimisión. También tuve una época de bicicleta, y durante algunos años salí a pedalear por ahí. Más que hacer grandes tours lo que hacía era pasearme por diferentes lugares de la ciudad o del campo y sacar fotos.
Esa etapa terminó porque tuve que ocuparme de un terrenito que tenía la familia medio abandonado y que había que visitar con cierta frecuencia para que se viera que tenía propietarios. Ya que estaba allí me ocupé en aclarar la maleza podar los frutales y, a veces, plantar algún matijo, que se daban feos y tristes. Tal pareciera que uno va contagiando su sombra por donde camina. Viene a cuento porque esto también podía llamarse ejercicio. El sacho es una máquina de gimnasio tan efectiva como la elíptica, la cinta de correr o el remo. Esa etapa también terminó y la siguiente etapa que ya se alarga desde el año de la pandemia por lo menos, ha sido de … nada. Si no fuera por Poncho (que en gloria esté) y la rutina de sacarlo cada mañana el único ejercicio que realizaba es el de los jueves que me bajo caminando a Las Palmas y suelo subir caminando otra vez, solo que el camino se hace un poco más largo, no solo porque es cuesta arriba sino porque voy haciendo eses.
Así que después de unos años y enfrentando el dulce trance de la jubilación con el temor de convertirme un viejito achacoso, he decido retomar esta disciplina corporal. Desaparecidas las obligaciones impuestas por el estómago, la mente liberada tiene la obligación de someter al cuerpo a nuevas obligaciones, esta vez elegidas, porque de otra manera, el cuerpo, que no es más que nuestra parte animal, regresa a su estado primitivo de bestia descontrolada y suele hacerlo primero por la parte del vientre que se prolapsa hasta impedirle a uno ver el camino por donde pisa.
Y así todo el verano he estado saliendo tempranito −dentro de un contexto, no vayan a pensar en Rocky desayunando un huevo crudo a las cinco de la mañana y saltando en lo alto de las escaleras del Museo− a darle un paseo al tomo primero del Spengler. Aprovecho también las máquinas que el ayuntamiento nos ha instalado a los jubiletes por los diversos parques de nuestra ciudad para ejercitar también brazos, articulaciones, cintura, etc. En fin que he estado saliendo a hacer ejercicio durante al menos una hora durante todos o casi todos los días del verano.
Y me veo bien, me veo ágil, y saludable y hasta me miro en el espejo y me parece, a veces, sobre todo por las mañanas, que aún no he empezado a comer, que el barrigón no parece tan orgulloso como al final de la tarde que da la impresión de que se hincha y quiere aparentar más de lo que es.
El asunto es que no soy de mucho estar midiéndome, porque una vez leí que el ojo del amo engorda el caballo y no quisiera echar a perder todo el esfuerzo por un exceso de curiosidad.
Poco más o menos yo iba calculando que, bueno, hay días en que me parece que la barriga ya no está tan tensa. Y como que me siento más ligero. Lo que me ha dado a pensar que tal vez algún resultado objetivo podría haber logrado después de un largo mes de trabajos herculinos. Y voy y saco la balanza del armario donde la tenemos escondida porque, como se dice, la herramienta tienta a su uso, aunque sea innecesario, no me voy a extender en esto cuando todos vamos por la calle con el teléfono móvil en la mano (ayer, cuando guardaba el libro −otro, porque cada ocasión tiene su libro, este era On the road, de Kerouac − en el bolso, después de terminar un capítulo, en la guagua, me dí cuenta de esto, porque estaba sentado en uno de esos asientos que están orientados contra el sentido de movimiento y me encaraba con los usuarios que estaban situados al final de la guagua. No había ni uno que no tuviera el móvil en la mano, aunque no lo estuviera consultando; dos o tres que no lo hacían) imaginando ya los dígitos que marcaría, que naturalmente no alcanzarían los noventa porque esta, era supuestamente la cifra de partida y lo natural es que después de mis largos trabajos la cifra se redujera. ¡Pues no!
La muy traidora va y me informa de que sobrepaso en seis kilogramos, ¡seis!, el peso de partida que imaginaba haber rebajado. Esto, obviamente es imposible. Me bajé rápidamente de la balanza para que no siguiera gritando esta infamia al mundo ya bastante sobrecargado de infamias. Y no volví a subirme porque no soy de esas personas que necesitan que les den cuatro bofetadas para estar seguras de que las están agrediendo, a mí con la primera ya me vale, y si tienen el buen gusto de informarme previamente, puedo hasta darme por agredido sin necesidad de ser afectado por el contacto físico.
Naturalmente la conclusión es obvia. La balanza está estropeada. Y por eso la he tirado. No he ni consultado a la familia, a pesar de que tenemos una regla de convivencia implícita de no andarnos ocultando decisiones que afectan al conjunto de la unidad familiar. No lo creí necesario porque en este caso era una falla flagrante e irremediable. Así que fue al contenedor directamente. (Cierto, tenía que haberla llevado al punto limpio, pero confieso que en el trayecto, que hubiera requerido coger el coche, me hubiera arrepentido, cuando, superado el shock, comenzara a desembragar y mi racionalidad retomara el enganche con el motor mental).
Y así fue como, a modo de conclusión, me sobrevino la reflexión con que comienzo esta tralla. Uno se imagina el mundo en el que vive. No vive en el mundo que es, sino en el mundo que imagina vivir. Y cuando el mundo que es nos lanza a la cara su realidad nosotros simplemente la negamos o bien encarcelándola dentro en la fantasía que nos hemos construido, de modo que obedezca a nuestra caprichosa interpretación, o bien cerrando los ojos e ignorándola simplemente como si no estuviera allí o fuera otra cosa. Todo con tal de que nuestra fantasía particular del mundo no se resquebraje y nos veamos obligados a realizar el esfuerzo de reconstruirla, es decir, a entrar en crisis y preguntarnos quienes somos, qué queremos, hacia dónde vamos y si queremos ir hacia allí o hacia otra parte, en fin, esas cosas irresolubles que nos sobrevienen por el simple hecho de tener una mente consciente.
Esta sería un poco la explicación de por qué hay tantas contradicciones en el mundo. Por qué unos creen que es genocidio y otros creen que es justicia, por qué unos creen que es agresión y otros creen que es defensa, por qué si lo hacen unos está plenamente justificado pero si lo hacen otros la cosa no tiene ninguna justificación, por qué la clase empleada vota con tanto entusiasmo a quienes peor les tratan, por qué la izquierda sigue creyendo que existe la izquierda a pesar de que no hay dos izquierdas que se miren de frente…
Yo tenía la esperanza de que la era de la IA nos salvaría de algún modo de este conflicto entre la Objetividad y la conciencia subjetiva, pero cuanto más hablo con Gemini más me desilusiono. Me recuerda a esas personas que intentan todo el tiempo aparentar que saben más de lo que saben y consiguen dar esa impresión sobre todo porque la mayoría sabemos mucho menos de lo que creemos saber, y nos cuelan las batatas limpiamente y hasta con nuestro agradecimiento.
Así que me temo que tampoco la IA nos sacará de nada. O salimos solos o nos hundimos. La IA es nosotros a gran escala, que más tentado estoy a creer que es peor a que es mejor. De la humanidad sabemos, por experiencia, que tomados de uno en uno, la mayoría somos cojonudos o poco menos, pero tomados en conjunto siempre damos miedo.
Y, bueno, no voy a parar. Voy a seguir ejercitándome, sin tomármelo muy a pecho. Voy a pensar que el objetivo, más que bajar la barriga, será acabarme a Spengler, y así me olvidaré del trauma de la balanza. Al fin y al cabo, el asunto de la barriga es algo estético, lo importante es que me ejercite, cuerpo y mente en paralelo, en equilibrio, lo demás que sea lo que viniere. Aquí Paz y en el cielo Gloria, que a los que somos enamoradizos nos da mucha esperanza.
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