martes, 30 de septiembre de 2025

El rey Lear, de William Shakespeare

 


El otro día ví la película. Me gustó más el libro. 

No, no es verdad. Hasta creí reconocer palabra por palabra algunas frases. A veces, las traducciones no tienen muchas opciones. O que tal vez quienes redactaron el doblaje usaron la misma traducción de Blanco Prieto (*)que yo leí. 

Leí la obra de Shakespeare porque quería comprender un poema de José Hierro, Lear King de los claustros

Leí a José Hierro porque me llamó mucho la atención, la atención que le prestaban a la publicación de su Cuadernos de Nueva York. Y no me desagradó. Allí encontré el poema. Y que yo andaría enamoriscado en aquellos tiempos seguramente. 

-o-

El rey Lear decide jubilarse y reparte su reino entre sus tres hijas. Pero antes les pide, les exige a cada una que le demuestren su amor expresándole verbalmente cuánto le aman. Las dos hermanas mayores no tienen ningún inconveniente en inventarse una retahíla de empalagosos sustantivos, de metáforas exageradas y absurdas para exaltar su amor por el rey, pero la hermana menor no dice nada. ¿Nada?, dice el rey, La gratificación por nada es nada. Y la despoja de su tercio que se lo reparten las otras dos. 

La hija menor no ama menos a su padre. De hecho todos daban por sabido que la hija pequeña es la que más sinceramente amaba a su padre. Las otras dos solo esperan a que el viejo abicara para cobrar su herencia. Cada una estaba ya casada y esperando el pastel. Y el padre, todos lo sabían, tenía preferencia por la hija menor. Pero estaba tan lleno de soberbia regia que necesitaba oír la sumisión en bellas palabras. Y la hija pequeña no era sumisa, no estaba sometida. Su amor no era falso y no iba a emplear falsas palabras para expresarlo y así contentar a su padre. Total, la despoja y la casa con el que la quiera, que fue el rey de Francia. 

Por otro lado tenemos al bueno de Glócester. Que tiene un hijo natural y otro legítimo. El hijo natural no está contento con ser un simple bastardo. Él quiere tenerlo todo. Y se las arregla para enquistar al padre con el hijo legítimo. De una manera tan burda que pone a Glócester a la altura de entendimiento del rey, es decir, está tan acostumbrado a mandar y ser obedecido que no se le ocurre pensar que le estén mintiendo en la cara y con burla además. Una carta que el bastardo simula esconder denuncia al hijo legítimo como tramando una felonía. Por otro lado, evitando que ambos se encuentren y así se aclare el desencuentro, recomienda al hermano no mostrarse ante el padre y huir, si no quiere enfrentar el cabreo monumental de este. El hermano huye del palacio. 

Ya está el rey en su jubilación. Una temporada con una de las hermanas y otra temporada con la otra. Pronto, estas se cansan. Primero le reducen su séquito, de cien a cincuenta, de cincuenta a veinticinco. De veinticinco a nada. Y el rey entonces se da cuenta de que ya no es «el rey» y se echa a la calle. 

Ahora es cuando empieza a comprender lo poco que es ser rey. Lo sabio que es su bufón, al único al que le permitía que le dijera verdades a la cara. Lo falso de la realidad desde la posición de rey, que se nos muestra halagadora, sumisa solo a la espera de ocupar su lugar. 

Por otro lado, entre las hermanas empieza a haber conflictos. En primer lugar, ha desembarcado el rey de Francia con sus tropas, viene a reclamar el tercio que le corresponde a su esposa. El hijo ilegítimo de Glócester aprovecha la ocasión para destacar seduciendo a una y luego a otra de las hermanas. Estas desconfían de Glócester con el cual las ha malpuesto el hijo ilegítimo, aduciendo que está de parte de la tercera hija. Como castigo le sacan los ojos y lo echan a la calle. 

Ya los tenemos a todos en la calle lamentando su mala suerte. La hija tercera, se entera de la situación del rey y lo rescata. El rey, ya despierto de aquel sueño, comprende cuán injusto ha sido con su hija. Glócester encuentra a un buen samaritano por la calle que lo ayuda y acompaña, más tarde se revelará que ese samaritano es su hijo legítimo, entonces comprende todo el engaño. 

Y ya abocamos hacia el final. El rey de Francia es derrotado y la tercera hija y el rey son prisioneros. Una de las hermanas manda matar al rey y a la hermana. El  hijo legítimo de Glócester reta a su hermano y le vence, matándolo. Una de las hermanas, muy afectada por la muerte de su amante, se suicida. La otra hermana, también manifiestamente afectada por la muerte de su amante, es asesinada por su marido celoso. El rey, que se había salvado, no así su hija, muere de dolor. Se los llevan a todos en un carrito. 

Con toda esta explicación ya se puede leer el poema de José Hierro. 


(*)No he dado con este Blanco Prieto, con certeza, pero me gustaría que fuera el que alude en la Wikipedia como Amancio Peratoner dramaturgo, traductor, escritor y erotómano español.



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