He estado leyendo el libro de Gustavo Socorro sobre el caso del secuestro de Eufemiano Fuentes.
El libro tiene valor por la recopilación de documentación y declaraciones que contiene. Aunque decepciona bastante la falta de interpretación por parte del investigador. Sus aportaciones personales, aparte las introductorias, son algo así como poéticas, algo confusas y sin un carácter interpretativo específico. Tal vez esto le da más valor en sí al libro al que se enfrenta el lector sin esa orientación.
Y lo cierto es que se consigue que tras uno leerse las más de quinientas (por decir un número al voleo, si no son quinientas serán setecientas) páginas al final no tenga ninguna conclusión clara, lo mismo que le sucede a la mayoría de los que intervienen directamente en el asunto, con respecto a unas cuantas cosas.
La primera, la intervención de Ángel Cabrera, “El Rubio de Arucas”, El Rubio de aquí en adelante, en el secuestro. La segunda la identidad del cacho de carne que encontraron en aquel pozo. La tercera es el grado de intervención de la familia, ya que dudamos de la intervención directa del El Rubio. La cuarta es la muerte de aquel policía en las plataneras.
De todo hay indicios, y por eso lo, y los, al padre y al hermano, condenaron, más que suficientes. Pero los indicios no son certezas, sino circunstancias que apuntan hacia un punto como las partículas magnetizadas se dirigen hacia el invisible centro magnético. Uno tiene la impresión de que uno de esos magníficos abogados de las películas americanas demostraría sobradamente cómo muchos de esos indicios podrían haber sido hábilmente construidos para apuntar a voluntad a quién cumpliera unos mínimos de requisitos.
Hay situaciones clamorosas como el hecho de que se encuentre un torso humano al que le han cortado la cabeza y las manos – no se si también los pies – supuestamente para que no se pudiera identificar el cadáver y sin embargo «se olvidaran» de quitarle el pijama y la bata y una zapatilla y hasta una cadenita que llevaba al cuello. Así, claro, era necesario que concurriesen hasta siete expertos médicos y una radiografías procedentes de Barcelona para afirmar «inequívocamente» que aquello era lo que quedaba del cadáver de don Eufemiano.
Es todo muy esperpéntico. La facilidad con que entra en la casa y se lleva al fulano. Las notas encontradas debajo del teléfono y dentro de un disco. Muy profesional, todo muy profesional. Pero luego encarga al hermano que llame por teléfono desde una obra cercana a la casa. Y hasta él mismo llama por teléfono y nada menos profesional que esas llamadas reclamando un rescate. Increíble que todo un cuerpo de policía ande explorando una limitada zona de Arucas y nunca consigan dar con el que se esconde por allí que hasta iba a su casa cada dos por tres a que le pasaran los tupperware con el almuerzo: primer plato, segundo plato y hasta un tupperware con el postre.
Y la facilidad con que se destroza una familia haciéndonosla parecer una especie de clan mafioso: el padre trabajaba en el puerto de camionero, un hijo era mecánico electricista o por ahí, casado. Otro era cartero en Las Palmas, también casado, y estudiaba por las noches. Las chicas, dos hermanas gemelas, al parecer atendían en casa a todos, un menor iba todavía a la escuela o al instituto. Ese era el clan mafioso.
Todo suena tan raro.
Las declaraciones del Rubio en prensa, o en entrevistas, siempre son exageradas, fantasiosas, nunca tienen aspecto de veraces, uno nunca podrá saber qué es lo que sucedió de verdad por lo que contaba este hombre. Y si a eso le añadimos el resto de declaraciones, contradictorias todas entre sí (para un director de prisiones, el padre y el hermano eran unas excelentísimas personas de comportamiento ejemplar; para unos policías el padre era un trapicheador de objetos robados y el hermano el verdadero cerebro de toda la operación) La famosa violación de la hermana, claramente un abuso de poder por parte del policía que se aprovechó de la vulnerabilidad de la chica, menor de edad todavía para esa época, y que sin embargo quedó exonerado de culpa por parte de la justicia. Sí fue considerado infractor del código ético y expulsado de la policía. En cambio nunca se admitieron los malos tratos propinados a los parientes y la dudosa legalidad de las declaraciones de ellos obtenidas.
Si algo se aprende de este libro es, a mi juicio, la imposibilidad de alcanzar la verdad, algo que ya Kant, por lo visto había estado pensando. Al menos no a través de la percepción, es decir, de la palabra en este caso. A todo lo más que podemos aspirar es a alcanzar, como admitía Eligio Hernández, en un programa de televisión canaria, Canarias En Portada, la Verdad Judicial, es decir, a lo que afirmen las evidencias. Pero también las evidencias tienen grados de verosimilitud. Y en este caso fueron necesarias muchas muy débiles para denunciar a unos culpables.
Mi convencimiento al salir del libro es que, desde luego, El Rubio era un matao inexcusable. Además no es posible atribuirle su extravío a unas condiciones familiares, porque si algo se percibe en todo esto es el enorme apoyo familiar que existía entre todos los miembros. De hecho uno tiende a pensar que lo que perdió a una familia buena fue precisamente ese garbanzo negro.
También es irrefutable que «desapareció » Eufemiano Fuentes. Por declaraciones del propio Ángel, uno tiene que creer que el tipo estuvo implicado, que pegó unos cuantos tiros, que hirió a aquellos dos policías y que mató a aquel tercero. Que fue herido en la piernas, aunque luego, a su entrega, lo negara (¿Nunca analizaron, ya después que se entregó, la sangre del pantalón, no era eso posible?)
Habían notas escritas a máquina y habían llamadas telefónicas, algunas de las cuales fueron grabadas. (Que esas voces fueran o no fueran las de Ángel, o de su hermano o su padre…).
No solo consiguió eludir el estrecho cerco en las plataneras de Arucas, sino que consigue marcharse de la isla porque cuando menos se lo esperan se lo encuentras hablando por la Radio Independiente del MPAIAC de Cubillo desde Argelia. Aquí le dejó el marrón al padre y a los hermanos que acabaron, el padre y un hermano, comiendo cárcel. Un tercer hermano, Roberto, acabó comiendo tierra, o agua, que nunca se encontró su cuerpo, otro misterio insondable el de los desaparecidos en estas islas.
Y después, cuando ya apenas le quedaban un par de años para que prescribieran todos sus delitos, va el tío y se presenta en el juzgado, que ni le conocían y lo hicieron sentar a que esperara al juez.
Por fin va a hablar el Rubio, se decía en la prensa. El Rubio lo dirá todo, incluso dónde está el auténtico cadáver de Eufemiano. No quiso ni hablar con el abogado de oficio que le asignaron. Triste papel el de don Leopoldo. Ya lo advirtió el Rubio a los dos abogados que defendieron a su hermano y su padre, no me defiendan porque van a quedar en ridículo. Y casi en ridículo quedó don Leopoldo.
El Rubio se nos murió, de un cáncer, en su casa. Lo dejaron salir una semana antes. Se murió en su casa. Con lo que quedaba, supongo, de su familia. El clan. Y no dijo nada.
PostData: Hay una serie, dirigida por el propio Gustavo Socorro, que acabo de descubrir. No sé si accesible. No la he visto.
Hay más documentos que no he leído: El Rubio. Silencio Obligado, de Charo Orgaz. Tampoco esta mujer ponía mucha credibilidad en lo que le decía el Rubio, según se colige de alguna entrevista que he tenido ocasión de ver. El libro tampoco lo he leído.
La entrada en la Wikipedia lo califica directamente de independentista y asesino, sin paños calientes
Y hasta hay una obra de teatro por ahí
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