martes, 11 de febrero de 2025

El lado de los buenos


Cuando leímos 1984, la interpretación oficial era que Orwell había intentado representarnos el futuro que se avenía si dejábamos al comunismo campar por el mundo (antes o después, no sé la cronología de su obra, ya había insistido en eso con la sátira de Rebelión en la granja). Ese mundo horrible y siniestro, completamente vigilado, constantemente  «informado» de las atrocidades que ocurrían más allá de las fronteras y que por suerte nos mantenían a salvo de ellos siempre y cuando permaneciéramos leales al sistema, lo que ocurría siempre porque éramos un pueblo obediente y leal (nunca se informaba de deslealtades y desobediencias) y estábamos permanentemente vigilados.

Hace tiempo que hemos salido de aquella especie de guerra acallada entre la Unión Soviética y  «el mundo libre» (Ahora tenemos otra, comercial entre  «el mundo libre» y esos siniestros bárbaros chinos que aún se comen a sus niñitas, seguramente)  y aún seguimos creyendo que estamos del lado bueno (que son ellos los que están vigilados y que su lealtad y obediencia es impuesta mientras que la nuestra es voluntaria, es decir, libre) y que hemos ganado aquella batalla.

Si hay una cosa que nos enseña la Historia, por poco que prestemos atención, es que casi nunca son los buenos los que ganan; como mucho, los que ganan no eran mejores que los que perdieron. 

Todo eso conociendo perfectamente cómo el mundo libre ha fomentado dictaduras en muchos países de latinoamérica, África y Asia, y apoyado a regímenes de acceso ilegítimo al gobierno en Europa (ejem), siempre, supuestamente, en nombre de esa libertad, pero por debajo del suelo y luego abiertamente cuando los recibían con impuesto regocijo (como los japoneses al comercio inglés durante el siglo diecinueve o los chinos al opio poco después) horadando los cimientos de todos esos países con las raíces de ese putrefactor árbol del capitalismo mercantilista que chupa implacablemente todos los recursos que necesita para alimentar el obeso tronco de los beneficios económicos. No dejando crecer en muchos de esos países el raquítico arbolito nacional.

Y mientras, nos han descrito a esos países más allá del “telón de acero”, los del otro lado, como lugares siniestros donde la libertad estaba permanentemente amenazada, donde se vivía en extrema carencia, donde todo era gris, las carreteras no estaban ni asfaltadas y la gente andaba sin afeitar por las calles. Todo lo que sabemos de los países socialistas, de China, de la India, lo sabemos, el común de la gente, no los verdaderamente informados, por disidentes, por el cine de Hollywood y por las noticias de catástrofes siempre atribuidas a la extrema ineficiencia de sus gobernantes. 

No sé. De pronto estaba leyendo los prólogos (que sitúan en la parte de atrás del libro) de la novela de Han Kang , Actos Humanos,  y una frase me hizo pensar en todo esto: 

“Desde su creación en 1945, Corea del Sur ha soportado a cuatro dictadores . Todos recibieron el visto bueno de Estados Unidos -y Japón- (y Europa, por descontado) y todos fueron observados con recelo por la Unión Soviética – y China – pero ninguno se libró del odio en las calles”

Si no han ojeado el libro, trata de una masacre que el último dictador perpetró en una ciudad del sur de Corea del Idem que se atrevió a levantarse en contra del gobierno. 

También he estado leyendo hace un tiempo, con mucha, demasiada paciencia, me temo, una historia de la Iglesia y de cómo el cuerpo institucional oficial ha ido machacando cada una de las iniciativas que intentaba reespiritualizar un poco el despropósito en que se iba convirtiendo la institución, llamándolas herejías, atribuyéndoles las más espantosas prácticas para justificar las atrocidades más espantosas que luego cometían contra ellas hasta hacerlas desaparecer. 

Y si nos fijamos en política, pasa lo mismo cada vez que un grupo o partido nuevo intenta recuperar la vieja idea de la política como un bien común regulador de la convivencia y el equilibrio en las sociedades, los partidos institucionalizados cargan contra ellos llamándolos populistas, comunistas, utopistas descerebrados, etc., etc., y utilizan cualquier medio – por más contrario que sean a las buenas prácticas democráticas que cara al público cacarean todo el tiempo respetar – para derribarlos del caballo de la política activa o como mínimo someterlos a la práctica común de la hipocresía cotidiana. 

En resumen, le surgen a uno muchas dudas de que estemos en el lado de los buenos como siempre hemos creído estar.

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