Llueve. Pero no mansamente, sino a ráfagas. Como con rabia, tirando la lluvia en vez de dejándola caer. Gotas gordas como lanzadas a balde. Lluvia tramposa que escampa para que todos se confíen y salgan del refugio improvisado de la última ráfaga. Y luego cae de nuevo sin avisar, dejándolos enchumbados y temblando uno o dos portales más allá.
Y cuando para de nuevo, piensan, ahora sí, ya no más; porque la maldita deja escapar un rayo de sol por entre las nubes. Incluso enseña un poco de cielo. Ya escampó, dicen alegres cerrando el paraguas y bajándose la capucha, y continúan su camino con paso tranquilo, pisando con cuidado los charcos para no salpicar. Y, bruuum, ahí cae otra vez un palazo de agua en tromba, ya es inútil esconderse. El trabajo está hecho. El agua chorrea del pelo, la punta de la nariz es una gárgola, la ropa se aplasta pesada de agua contra el cuerpo aterido. Y la risa de la lluvia tronando allá arriba.
«No es para tanto, atontaos, es solo agua». Nada más y nada menos que ¡agua!
La lluvia en todos sitios es una maravilla
ResponderEliminarE incluso hay una web: aguadelluvia.es que vende unos artefactos para recuperarla y reutilizarla, ¡toma ya!
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