jueves, 24 de octubre de 2024

Viejos marineros tuertos

 En el capítulo 7 de El viento entre los sauces, de Kenneth Grahame, la rata de agua se muestra inquieta porque todos los animales del bosque andan ya pensando en mudarse al sur, en preparar el invierno, cuando apenas estamos acabando el verano. No sé, está inquieta, preocupada porque todos parecen estar ya deseando marcharse de aquel recodo del río suyo que ella ama tanto, que le parece el mejor lugar del mundo pese a que no ha visitado otros lugares. Los pájaros pían planeando las rutas, los ratoncillos del campo recogen sus enseres de las praderas que pronto volverán a ser aradas, ya recogido el trigo, todos están ocupados y no tienen tiempo de, como les sugiere la rata, darse una vuelta por el bosque o echarse un rato a charlar junto al río. ¿Qué encontrarán de fascinante más allá, en ese sur, que cuando llega este tiempo tanto añoran?

Paseando desganada se tropieza con una rata de mar que parece venir de muy lejos. Esta le cuenta su historia. Viene de Constantinopla. Siempre ha estado viajando, no soporta permanecer demasiado tiempo en un solo lugar. Su vida es el mar. Rodar de puerto en puerto. A veces, solo a veces, añora un poco de tierra adentro. Por eso la encuentra hoy aquí. Ha ido a visitar a unos familiares hacia el norte. Pero pronto ha sentido el gusanillo del viaje y aquí está de nuevo. Baja por el río para llegar hasta el puerto y en cuanto pille un barco, uno cualquiera, el de nombre y bandera más exótico, a ese se subirá para explorar nuevos mares si es que le queda algún mar desconocido: Ciudad del Cabo, Kuala Lumpur, Antananarivo, Nuuk.

La rata de agua queda fascinada con la historia de la rata viajera, completamente hipnotizada. Así vuelve a casa casi sonámbula, prepara una bolsa con cuatro cosas y se dispone a marcharse siguiendo los pasos de aquella. Por suerte aparece el topo justo en el momento en que iba saliendo. Ve esa neblina de ensueño en sus ojos y la reconduce de nuevo hacia la casa, la hace sentarse y pensar lo que está haciendo. La rata despierta en medio de una angustia sorda, un vacío existencial, un no saber.  Pero ya más calmada. 

El astuto topo le deja a mano un papel y lápiz para que la rata pueda dejar salir los últimos efluvios del ensueño que la ha poseído. 



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