martes, 8 de marzo de 2022

Trafalgar, de Angélica Gorodischer

 Trafalgar, de Angélica Gorodischer


Si con Kalpa Imperial quise ver una especie de mezcla de los hermanos Grimm o Andersen y Ítalo Calvino, en este me ha saltado a la mente tras leer el primer relato, Stanislaw Lem, y en el segundo relato de este volumen está claramente Borges (al menos yo he creído ver en la base de ese relato, Los inmortales y también en el estilo del relato que es conversatorio y con acento porteño, los cuentos de don Isidro Parodi) además de Lem. Bueno, en lo de compararlo a los cuentos de Isidro Parodi tal vez hago una exageración. El libro de Borges/Casares profundizaba en el estilo conversatorio haciendo adoptar a don Isidro el acento del cliente que acudía a su celda a pedirle consejo. Aquí no se llega a tanto, pero sí que se adopta un tono coloquial espontáneo natural entre amigos.

Trafalgar Medrano es un viajero de las estrellas. Ciencia ficción, entonces, pero una ciencia ficción de andar por casa, una ciencia ficción sin exuberancia tecnológica. Una ciencia ficción en la que, entre viaje y viaje, Trafalgar Medrano se toma su café en el Burgundy, en donde siempre hay alguien junto al que sentarse y relatar las últimas curiosidades que le han sucedido en su último viaje. 

Trafalgar es comerciante. Comercia con cualquier cosa. Viaja entre mundos, compra en unos lo que les sobre y vende en otros a los que les falta. Mientras espera por los típicos trámites de aduana, o que le reciban los principales, se da un salto y visita un tercero. Porque a Trafalgar no le falta la curiosidad. En Uuno, por ejemplo, le pilló un remolino de tiempo que lo zarandeó atrás y adelante por las diferentes épocas o eras que habían transcurrido o habrían de transcurrir en aquel mundo, lo mismo que le pasa al personaje de Vonnegugth en Matadero 5. Es algo que solo le sucede a los que vienen de fuera, los residentes ya tienen su mentes adaptadas a estas circunstancias particulares y pueden vivir de un tirón sus existencias. Otro ejemplo, en Edessbuss, un mundo donde están siempre de francachela y les gusta gastar bromas, le sugirieron que visitara Gonzwaledworkamenjkleidos (González, para abreviar) recomendándole que en especial les llevara medicamentos, de los cuales estaban muy necesitados. La broma estaba en que en González, los que prácticamente llevan la batuta son los muertos, que sienten por los medicamentos algo así como repeluzno, si pudieran sentir algo. Lo que pasa es que no quieren que la gente deje de morirse y prefieren mantenerlos alejados de lo que haga que sus existencias se alarguen demasiado. Ocurre en González que un extraño cometa, que retorna cada no sé cuántos años, cuando pasa cerca del planeta lo baña de una milagrosa o puñetera sustancia cósmica de la que está compuesta su cola, que tiene ese curioso efecto sobre los difuntos, que los deja como vivos, aunque muertos. Y como los muertos tienen un humor de mil diablos y son muy autoritarios y muy tradicionales, no permiten que los vivos experimenten con muchas innovaciones ni novedades, obligándolos a llevar una vida gris, incómoda y sin demasiadas alegrías. 

Este es un poco el talante de las historias que cuenta Trafalgar. A veces se hace un poco de rogar pero siempre termina soltando la historia que tiene preparada, porque le gusta ser escuchado. Lo mismo sucede, como decía, en el Burgundy, ante la autora, que siempre está prometiéndole que algún día escribirá esas historias, que en la tertulia de algún amigo que aprovecha que su señora está en provincias, visitando a su madre, para invitar a la barra a jugar a las cartas. Cuando falta uno y falta otro, Trafalgar no tiene inconveniente en contarle su historia al parroquiano de la mesa de al lado, también conocido de la autora, a la que terminará relatándole lo que le escuchó a Trafalgar.

¿Se llamaría estilo indirecto?, la autora es la que nos cuenta, en primera persona, lo que le ha contado Trafalgar, aunque muchas veces es este directamente el que habla porque lo que hace la autora es relatar punto por punto la conversación, la narración de Trafalgar interrumpida por sus propias reacciones ante lo asombroso, lo dudoso o lo sospechoso de exageración. Sobre todo los inevitables lances amorosos que el viajero siempre, siempre acaba protagonizando en cualquiera de esos mundos que visite. Y por supuesto, las interrupciones de Trafalgar para solicitar más café.

Yo quiero ver en estas historias mucho de Stanislaw Lem aunque ignoro completamente si la autora ha leído a Lem. Tampoco es demasiado ajustada la comparación, solo a vuela pluma, en el talante de las historias, en la ironía con que están narradas, en la falta de respeto por la rigurosidad en la práctica del género. No es, evidentemente, lo que le interesa, la prospección del futuro de la humanidad o el ensayo de ideas novedosas en el entorno controlado de un relato, sino, a mi juicio, primero el divertimento de crear mundos fantásticos, y tal vez en segundo lugar jugar al qué pasaría si que es tan propio del género de la ciencia ficción. 

Termino una lectura muy satisfactoria y me quedo con ganas de seguir leyendo a esta autora de reciente conocimiento, pero ahora tengo que cambiar para no agotar demasiado pronto el filón. Ya veremos con qué me tropiezo. 


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