domingo, 6 de marzo de 2022

Mira que eres, de Luis Rodríguez

 He leído Mira que eres, un… una… no sé qué es. En arte, cuando no saben definirlo, lo llaman artefacto, y uno queda tan pancho. Un artefacto literario, de Luis Rodríguez, pues. Todo el mundo, desde la contra portada del propio libro hasta el polillas o Vicente Luis Mora, dicen que es buenísimo. Yo me rasco la cabeza y digo, pues lo será…

Está dividido en cuatro partes. Tres declaradas y una especie de prólogo, proemio, exordio o preámbulo. En la segunda lectura me di cuenta de que empieza exactamente como termina, como si se diera la vuelta. Que toda esa parte es la posdata de sí misma. O algo así. Ahí se habla de … no sé. Hay un autor y hay un misterioso personaje que no acaba de definirse, que es como muy fantasmal. Uno sospecha que es el propio autor. El autor desdoblado… O algo así. 

Lo que sería la primera parte, o parte Un, son 60 secciones en las que se trata de … todo. Yo leo  desde reflexiones hasta relaciones de conversaciones, citas, las preocupaciones de alguien que escribe o intenta escribir una novela… Puede que haya un secreto escondido, que yo no haya sabido ver, pero lo que he visto son fragmentos inconexos. Sí, algunos reflexionan sobre aspectos de la condición humana, otros sobre la escritura y sus dificultades y otros no se sabe muy bien de qué hablan; sin ninguna continuidad temática, sin llevar un pensamiento al siguiente, sin excusa ninguna. Yo escribo en libretas de esa manera, sin numerar los párrafos; quiero decir que se podrían describir mis libretitas con las mismas palabras. A mí me sale así porque escribo cada cuando se me ocurre, lo que se me ocurre; lo mismo comento el asunto de Ucrania como, a continuación, anoto una frase de Isaías que me llamó la atención mientras estaba en el baño, y otro día escribo una reflexión sobre cualquier preocupación que me pase por la cabeza, y un minuto después me invento una conversación entre varios personajes, que es otra forma que uso a veces, porque me parece graciosa, de desarrollar un tema sobre el que ando trabucando. Pero yo no tengo ninguna pretensión de unidad, que es lo que a mi juicio tiene una novela, o publicación que no incluya en su título “relatos”, o peor todavía “miscelánea”. No sé. Uno espera comprender estas cosas.

La parte dos ya se deja de numeritos. Es más narrativa. Hay un personaje que decide marcharse. Llega a un lugar, Lacuerre. Ahí se queda. Conoce gente. Se cuentan diferentes anécdotas. Unas recordando a otros, otras sobre ellos mismos. Hay muchas citas de autores. Hay reflexión sobre la literatura. Hay… no sé… curiosidades matemáticas. Y de pronto se acaba. 

La parte tercera es más fácil de describir, simplemente dice que los galgos, por lo visto, no pueden sentarse. Ahí queda eso. 


No sé si es un fraude. La he leído dos veces. Pero aún no sé por donde cogerla. A mí me parece tramposa, sin estructura, ni objetivo. O a lo mejor es que el autor es un artista contemporáneo. Ahí ya no digo nada. Esto puede ser una performance o algo de eso. Lo cierto es que para un lector –un tipo particular de lectores, esos que nos preciamos de leer buena (sin meternos a explicar qué entendemos por buena, ni asegurar que la que leemos lo sea efectivamente) literatura, no esos otros que se engolfan en los bestseller del día– encandila, por qué lo voy a negar. Encandila en corto, porque en largo, ya se ve, uno no encuentra nada a lo que agarrarse. Es una novela de estos tiempos, de brevedades, cómoda para el lector comodón, agradable para el lector erudito, porque hay mucha cita, y muchos nombres que andan en la órbita de uno (un par de ellos he anotado que desconocía). Es uno de los nuestros (cómo decían el capitán Malowe hablando de Lord Jim, creo), no cabe duda. Pero es uno de los diletantes, al menos en esta novela, de los nuestros de la banda de acá, que la banda de allá, los auténticos, los de verdad metidos en este negocio de la literatura, desprecian un poquito por picotear de todo como las gallinas. Aquí encuentra uno de los nuestros una fiestecita, muchas guirnaldas, muchos papelitos de colores, mucha ligereza, pero no sé si –a lo mejor sí, y yo no– hay novela. El propio autor o personaje lo dice: «Esto no es una novela, es la contemplación de un rescoldo». Yo al menos no sé verla, qué tiene de construcción, de narración,  expresión de una idea (no explosión de muchos indicios de idea que es lo que veo). 

Me acordé de una que tampoco era novela de Gonzalo Torrente Ballester, Fragmentos del apocalipsis.  También allí uno se quedaba con la impresión de que aquello menos que una novela era un aborto de novela, medio reparada a lo frankenstein para dar la impresión de una novela sobre el intento frustrado de escribir una novela. Pero ahí estaba el prólogo de don Gonzalo para declarar por adelantado sus intenciones: «este libro no es una creación poética sino el testimonio de un proceso creador, difícil y finalmente frustrado». A mí me parece que este libro es algo parecido, dios y el autor me perdonen por la osadía. Y la incoherencia del siguiente párrafo. 

Y sin embargo, claro, me ha gustado; dicho todo esto, no puedo decir que no me haya gustado. Me molestan las alharacas, las salvas con que la saludan al paso, los vítores de las multitudes con que la reciben, porque me parece exagerado (me parece exagerado que se la reciba así cuando yo no acabo de entenderla), pero me ha gustado. No la entiendo, y tengo la impresión de que yo no he visto lo que han visto otros más preparados que yo, pero me ha gustado. Es uno de los nuestros. (A lo mejor ahí está la trampa, la habilidad de tocar los resortes que sabe que llaman la atención a los nuestros). 

¿Y qué me ha gustado? Me gusta la ligereza, la claridad con que está escrita. Se nota que el autor es un lector, uno de esos que anota, y relee, y escribe fichas. Se nota que es un lector con cierta erudición y curiosidad por la meta literatura. Y siendo todo esto, no es nada pedante. Y eso está  muy bien; la pedantez es un mal endémico de los lectores metidos a escritores. También me gustan las guirnaldas, las anécdotas, tanto las puramente literarias como otras curiosidades que salpican el libro: aún estoy por comprobar si es verdad que 86 es la potencia de dos más alta que contiene el dígito cero en su expresión. Y en una película de mi predilección, Sweet Movie (1974, Dusan Makaveiev) creo que se muestran imágenes de cuando se encontraron esos cuerpos de los asesinados por Stalin cuando invadió Polonia, poco antes de iniciarse la guerra (Stalin, dice, intentó endilgarle esas muertes a los nazis) que cuenta por ahí (sección 44). Y no he conseguido hacerme una imagen mental del problema de la tangente a un círculo en el problema que nos suelta, en la segunda parte, sin venir a cuento, a cuenta de dos que están jugando al ajedrez, de uno de los cuales duda de que sea capaz de resolverlo, como yo. 

Es decir, me ha gustado; me ha hecho gracia, más bien, porque es una sarta de majaderías curiosas.

¿Hay algo más? Me quedo con la duda. Y eso me molesta, me hace sentir imbécil. Dicho siempre con la secreta pretensión de no serlo del todo.


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