Siento1 decir que, a mí, la humanidad no me cae muy bien, y que las desgracias que le suceden, si no merecidas –por no desearle mal a nadie – sí son, desde luego, buscadas. Hablo de la Humanidad como conjunto. Los individuos pueden ser más o menos conscientes de en lo que participan, estar a favor o ser contrarios; incluso permanecer indiferentes o creerse ajenos a todo lo que ocurre a su alrededor: pero como partícula de esta masa, somos una gota de la ola que golpea contra la roca del arrecife provocando su desgaste, o, como mínimo, formando parte del resto del océano que empuja la ola – transmite el movimiento ondulatorio –; somos una mota de polvo en el viento arrastrado hasta la altiva capital de nuestro reino para teñirla de rojo2; somos una célula del cuerpo o la ropa – si lleva algo puesto – del beodo inglés que se lanza balcón abajo haya piscina o no – que no está ahora en condiciones de acordarse –; somos, si se quiere, un punto de color del póster de señora estupenda en cueros que cuelga en la cabina del camionero que no consigue frenar a tiempo el camión ante la repentina aparición en la carretera de una pelota con su correspondiente niño3 detrás y deja la pelota despachurrada, para desolación del niño que sufre más esta desgracia que la que se deriva de la brusca frenada, más allá, donde el camión cisterna repleto de gas licuado altamente explosivo ha perdido el control y se dirige directamente hacia un asilo de ancianos en cuyo jardín reposan, pasean, charlan con sus familiares, aquellos de los residentes que, aún no aherrojados por los achaques de la ancianidad, pueden disfrutar de esta maravillosa tarde de fines de septiembre4.
1 No lo siento, lo que siento es el desagrado que pueda producir mi actitud tal vez displicente y sin ningún provecho, puesto que estimo insoluble el gran problema que representamos como humanidad, dado que lo considero inherente al hecho de que seamos humanidad, lo que apunta a que su única solución válida sería su propia desaparición. Tal vez estoy exagerando y los individuos tengan algo que decir, tal vez no sea todo tan penoso como lo vemos estando dentro de la olla y, desde fuera, desde lejos, se vean las cosas de otra manera, como cuando se empeñan en llamar Tercera Guerra Mundial a lo que podría suceder en Europa siendo que Europa como territorio dentro del mundo, no digo que representa una cagadita de mosca, pero poco más que una mierda de vaca en un prado de regulares dimensiones.
2 “Teñir de rojo” la capital de este país: no me digan que no resulta, no sé, simbólico teniendo en cuenta la figura tan representativa que gobierna capital y región central del reino, la más importante cuanto más chiquitita es – no la menor, desde luego, que los mapas son muy engañosos en eso –, y más después de la escabechina con la que consiguió destronar al líder de su clan.
3 Los niños siempre son un recurso irrefutable para despertar el sentimentalismo, pero ni aún ellos están exentos de polémica, porque, dígame usted ahora, ¿cuando dice «niño» a qué se refiere, a niño genérico que incluye niños y niñas o a un niño del supuesto género masculino que probablemente aún no está en condiciones de decidir si va a ser esa su elección de género para el resto de su vida; porque si es el primer caso, habría que matizar que se trata de un genérico inclusivo en el que se dejase explícitamente evidenciar la posibilidad de que también fuera una niña la que persiguiera un balón en medio de una carretera; y si fuera el segundo, el caso, estaríamos ante una evidente expresión de micromachismo que empareja de manera inapelable un balón con un niño, muchacho u hombre, al que además se le ha incrustado en una definición de género de manera completamente coercitiva, impuesta por unos valores caducos de normalismo que cuanto antes derribemos antes cruzaremos el umbral hacia una nueva humanidad, y que textos como este no ayudan a alcanzar.
4 Somos tan rusos como ucranianos, tan Putin como como… como… a ver, alguien intachable… no hay nadie… pongamos el papa Paco, (no pongo la cara en el fuego por nadie, así, de pública relevancia, pero tengo un par de amigos de los que diría sin dudar que son buenas personas, que hacen todo lo que está en su mano para no molestar a nadie aunque eso signifique sacrificar algo, pero sin llegar a la ignominia de dejarse avasallar, que hasta el Cristo se cogía sus cabreos monumentales con los apóstoles porque esos cabrones eran muy cerriles), somos cada uno de nosotros representantes de la humanidad entera y quien no se avergüenza de lo que hacemos cada día es porque pertenece a los que lo hacen consciente y brutalmente persiguiendo lo que creen sus propios individuales intereses aun a costa de la extinción del resto de los habitantes del planeta. “Si alguien tiene que salvarse, que sea yo, Dios mío”, es su oración más repetida.
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