Está la realidad y está el mundo.
La realidad es el fenómeno, eso con lo que nos chocamos si no lo evitamos. El mundo es el muro, la silla, la piedra, el árbol. Es en el mundo donde le damos nombre y posición a las cosas, el mundo es una configuración mental.
En última instancia la realidad a lo mejor también lo es, o no, esto entra dentro de la especulación filosófico fantasiosa. Es cierto que toda experiencia de la realidad es mental, porque al final es la mente la que reacciona. Pero reacciona ante algo, lo que quiera que sea que provocó el estímulo. Supongo que todo esto ya está suficientemente trabajado.
Adonde voy es que muchas veces el mundo y la realidad divergen.
Digamos que el mundo ignora la realidad y sigue por otro camino a pesar de la realidad. Hay como un acuerdo tácito de una multitud en decidir que aunque la realidad es A, el mundo es B, y todos escogemos ese otro camino y nos caemos al precipicio como en los juegos de los lemmings.
Incluso los que seguimos pensando que B aquí no pinta nada y que tenemos fundadas sospechas de que la realidad es A, vamos por el camino B, aunque remolonamente, sin entusiasmo pero sin poder resistirnos a la atracción de la multitud.
Porque los que se empeñan en A, los que se quedan, incluso se arriesgan a ir por A, esos quedan marcados como locos, como elementos discordantes, incómodos. Y esto tal vez nos parece peor o al menos no compensa la satisfacción de tener razón.
Llámennos cobardes, al menos es un punto menos que llamarnos estúpidos.
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