Harari(*) visualiza un mundo donde solo habrá máquinas, dice él: «algoritmos», Inteligencia Artificial, pura racionalidad sin el estorbo de las emociones. Esas máquinas seguirían haciendo todo aquello para lo que las hubiéramos programado, pero sin nosotros, porque una de las pautas con las que las habríamos programado habría sido que buscaran siempre la máxima eficiencia y eficacia en lograr sus objetivos y para ello nosotros seríamos un estorbo.
El mundo que pinta da miedo porque conserva lo peor de este de ahora: mercado, crecimiento o progreso, eficiencia, élites, masa. En uno de los capítulos él justifica la necesidad del crecimiento permanente o progreso, pero basta observar la naturaleza, los ecosistemas, para darse cuenta de que no es el crecimiento lo que asegura la permanencia, sino el equilibrio. Precisamente el rompimiento del equilibrio es lo que termina con la frágil estructura. Y el hombre es un permanente desequilibrio de la naturaleza. Su único objetivo no debería ser dominar sino buscar la manera de reequilibrarse con la naturaleza que lo sostiene, al fin y al cabo.
¿Es posible esa prospectiva que hace de un mundo sin humanos -posiblemente sin vida natural, todo compuesto de vida artificial creada por las propias máquinas-? Supongo que pensable, es, pero no creo que, dada la naturaleza humana, sea posible. ¿Hasta dónde se va a llegar en el desarrollo tecnológico? Mientras sea rentable, las élites seguirán sustituyendo mano de obra humana por tecnología, y será rentable mientra haya gente que pueda seguir consumiendo los productos que esa tecnología y aportándole beneficios a esas élites. Pero necesariamente se ha de llegar a un punto en que ya no haya gente con recursos para adquirir los bienes que esa sofisticada tecnología fabrica sin necesidad pagar sueldos. A partir de ahí qué sentido tiene seguir mejorando tecnológicamente sin cambiar de modelo de sociedad. Tendremos que tender hacia un modelo de sociedad tecnificada donde el objetivo de la tecnología sea permitirnos estar en equilibrio con la naturaleza sin denodados esfuerzos. Es decir, la utopía de todo tiempo, que nos podamos rascar la barriga todo el tiempo dejando que las máquinas trabajen para nosotros.
(*) Yuval Noah Harari, Homo Deus.
Apuesto por ese final, el de rascarse la barriga.
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