viernes, 1 de mayo de 2020

Selby, breve historia de una vida

Empecé a leer/mirar un libro de dibujos que encontré tirado en la basura, quiero decir, en el contenedor de papeles. No es que me ponga a rebuscar en el contenedor de papeles en busca de libros, pero este se veía a través del portalón medio abierto, por atestado de cartones y revista, y me tentó mirar, al menos, de qué se trataba. Después me interesé por el autor y esto es lo que pude sacar después de una laboriosa –más o menos– investigación bibliográfica.

El autor es un tal Selby No Sé Qué, hijo de Peter No Sé Qué, de Newark, y de Betsy Cualquiercosa, de Ontario, Canadá. Selby se crió con la abuela canadiense hasta que murió y se trasladó a vivir con su madre a Brooklyn. El padre aparecía de vez en cuando. Se supone que era representante de una compañía de electrodomésticos que se movía por todo el país y que ganaba un buen dinero, pero la mayor parte se lo llevaba su otra familia de California y el resto se lo pulía Peter en los casinos de los indios, en Connecticut, de camino a casa.  Así que Betsy tenía que trabajar para comer y pagar un piso barato en la peor zona de Red Hook, y lo hacía de camarera en el mismo bar que pintó Hoovert en la esquina de la cincuenta y seis con la veintidós este. Ese que tiene una amplia cristalera que va de calle a calle doblando la esquina, en donde unos aburridos clientes apenas molestan a una soñadora camarera que simula pasar la bayeta sobre la tarima mientras fuma un cigarrillo cuyo humo le enturbia la cara. Esa podría haber sido la madre de Selby y si miramos a la derecha, aunque ya fuera de la vista de la cristalera, podríamos ver al propio Selby de niño, sentado ante una mesa.
Era un sitio tranquilo por las noches, alejado de los barrios de animación nocturna, donde honestos padres de familia se tomaban la última copa después del trabajo, antes de enfrentar la desoladora tarea de volver a casa. Allí pasó muchas tardes, y hasta muy tarde, Selby, haciendo sus deberes escolares y dibujando sus primeras tiras humorísticas. A las mujeres que salían a última hora huyendo de sus maridos, su cansancio y sus broncas, les gustaba sentarse junto al tranquilo chiquillo y reírse con sus ocurrencias gráficas que ridiculizaban a los parroquianos del bar –en los que reconocían a sus propios maridos– y a ellas mismas. Fue una de ellas la que le consiguió colar sus primeros dibujos  en el Herald Hesitate, donde trabajaba su marido de redactor, en la separata infantil de los domingos. Selby tenía 12 años cuando empezó a ganar su primer sueldo como dibujante. A los catorce perdió la virginidad con alguna de aquellas esposas en el baño de señoras y a los dieciséis la volvió a perder con alguno de aquellos maridos en el baño de caballeros.
Selby siguió estudiando hasta los dieciocho. Podía haber ido a la universidad pero su madre no tenía dinero suficiente y él mismo no tenía suficiente interés. Para entonces sus tiras habían pasado  de la sección infantil a la sección de entretenimientos diarios. También el sueldo era mayor y disponía de recursos para dar rienda suelta a su curiosidad por los barrios del este de los que constantemente su madre le pedía que se mantuviera alejado.
Le gustaba pasear, conocer todo tipo de gente, preferiblemente en la cama donde no tenía que hablar mucho, nunca tuvo facilidad de palabra. Sin embargo su expresión estaba afinada, todos los tipos, todos los caracteres, aparecían, bastante desvirtuados, porque seguían siendo tiras cómicas, pero no ridiculizados, porque se hubiera buscado el odio de todos ellos, en sus dibujos. El periódico le practicaba una férrea censura evitando que mancharan sus honestas páginas cualquier alusión a la prostitución, la homosexualidad, las drogas, la corrupción policial, la corrupción política, la corrupción policial, la corrupción social, o la corrupción policial, de la que algo se sospechaba, pero que nadie se atrevía a confirmar directamente que existiese. Cuando Selby acumuló suficientes tiras rechazadas por el periódico pensó que había llegado el momento de publicar su primer álbum: así nació el deSelbys World, y con él entró Selby en el exclusivo –exclusivamente amplio– mundillo cultural del underground. Jack Kerouac le mencionaba en todas sus novelas aunque solo fuera de pasada, y según contó en aquella memorable entrevista con Edward Chafalmejas, siempre tuvo en proyecto novelar una de las alocadas historias de Selby, pero, como todos recordamos, estaba tan borracho que cuando le preguntaban después si todo aquello era verdad él admitía honestamente que no recordaba haberlo dicho, porque ni siquiera recordaba haber estado en aquel programa. Lo que sí es seguro es que el Hawls de Ginsberg hace referencia directa al Hols de Selby unos de sus personajes más carismáticos.
Hols es un chico de buena familia que estudia en un college del Village y tiene un porvenir brillante en la empresa de su padre que además especula en bolsa con lo que se ahorra con los miserables sueldos que paga a sus empleados, todos contratados temporales procedentes del Bowery. Pero por las noches Hols se convierte en Georgette, y se mezcla precisamente con todos esos empleados y les permite, sin que ellos lo sepan, cobrarse con ella todas las deudas que tienen pendientes con su padre y con el mundo. La vida nocturna de Georgette es mítica en el barrio y todos los travestidos están convencidos de que esas historias están basadas en su propia vida porque muchas de ellas han hablado o se han acostado o simplemente han estado tomando anfetaminas y fumando porros con Selby en alguna ocasión. También los macarras que frecuentan a las prostitutas de sexo inespecificado, la mayoría de ellos homosexuales que no se atreven a confesárselo a sí mismos y que están deseando volver a la cárcel para poder normalizar los que en la calle aparentan considerar una aberración y una dejación de sus características viriles, creen reflejarse al cien por cien en Vinnie y Harold, dos de los matones de Selby, cuyas principales características son que están siempre alrededor de las mariquitas, maltratándolas y despreciándolas pero incapaces de alejarse de ellas porque en realidad las desean. Tal vez hay que mencionar que no se prodiga mucho Selby en las escenas sexuales, que transcurren siempre en la trastienda de sus dibujos, lo que contribuye a que sus historias mantengan siempre una tensión sexual que nunca se sabe muy bien si se ha resuelto en alguna ocasión o no.
Aunque aparentemente pueda parecer, por lo relatado, que Selby lleva una vida de tirado, no es cierto. Él se toma sus paseos por los barrios malos como parte de un trabajo, que realiza muy a gusto, pero que no considera en realidad su vida, según admite en su libro de memorias Así nació Georgette. El libro, en realidad, está muy lejos de ser uno de esos textos pretendidamente íntimos en los que los famosos confiesan todas sus bajezas en un último intento de redención antes de morir enfermos y deshechos tras una vida de excesos. Fue un trabajo de encargo de la editorial californiana CityLights que le pidió un relato en el que explicara un poco el origen de sus curiosos personajes, en donde Selby no tuvo más remedio, a fuer de sincero, que admitir que en realidad nunca se sintió parte de todo aquel mundillo en todos los años que anduvo por los barrios. No se consideraba particularmente definido en su sexualidad, ni sentía ningún trauma particular por ello, le gustaba sencillamente practicar sexo de vez en cuando, fumar algún que otro porro y nada más. El objetivo principal de sus salidas era, por así decirlo, documentarse para sus tiras cómicas, y cada madrugada, más pronto o más tarde, volvía a casa y saludaba cordialmente a su madre mientras le llevaba el desayuno a la cama antes de que ella se levantara para iniciar una nueva interminable jornada laboral en la cafetería. La pobre mujer trabajó allí toda su vida; hasta La Muerte, segura de que no la encontraría en otra parte, la fue a buscar allí. Dicen –pero no son fuentes muy fiables, para entonces el bar solía llenarse de fans hagiógrafos de Selby que acudían allí con la esperanza de tropezárselo y pedirle un autógrafo, que hubieran afirmado que su madre era virgen– que la propia muerte le prendió, con un mechero negro que daba una llama muy roja, el último cigarrillo que la mujer se estaba fumando cuando cayó al suelo víctima de un atasco de sus venas llenas de grasa.
Selby padeció mucho la muerte de su madre y ni siquiera saludó a su padre en el entierro. En parte por desconocimiento, no lo había visto en años, aunque él tuvo el descaro de presentarse y felicitarlo por su éxito, pero no obtuvo más que un alzamiento de ceja por parte de Selby. Se notó esa muerte en las tiras, que se volvieron más amargas y también se notó ese encuentro porque las tiras se volvieron también más violentas. Y más tarde se notaron más cambios, como la introducción del color y la elaboración de los dibujos, y las historias que se volvieron más conservadoras. Seguían apareciendo macarras, prostitutas, travestis, drogas, chulos, honestos policías que luchaban contra la peste que asolaba las ciudades  y probos políticos que luchaban contra la plaga de la inmigración y la influencia extranjera que perjudicaba nuestros sacrosantos valores nacionales.
Al principio el público siguió buscando sus trabajos pensando que en cualquier momento desvelaría con un simple gesto toda la ironía y el sarcasmo que estas aparentemente inocentes historias implicaban, pero álbum tras álbum los mariquitas se iban curando de su «enfermedad», los macarras terminaban redimiéndose o muriendo por sobre dosis y las prostitutas se casaban con educadísimos multimillonarios  que las sacaban de la calle para vivir en suntuosos pisos de Beverly Hills.
La decadencia de Selby fue vertiginosa. De un día para otro dejaron de comprarle sus trabajos y las editoriales miraban hacia otro lado cuando él entraba en el despacho con una nueva propuesta.
Los últimos años de su vida, dicen, trabajó en un hospital haciendo labores de limpieza. De madrugada volvía a casa y después de prepararse el desayuno dibujaba incansablemente historias infantiles a todo color con fantásticas tramas que transcurrían en imaginarios reinos donde se enfrentaban el bien y el mal. Encontraron su cadáver después a dos días de muerto encima de sus dibujos, porque desde el hospital, donde le apreciaban, mandaron a alguien a preguntar por él extrañados por su irregular ausencia.
Los dibujos que encontraron en su casa los estuvo guardando el casero durante algunos meses en espera de que alguien los reclamara, eran la única posesión «valiosa» que había encontrado en casa de Selby. Ya pensaba en tirarlo todo a la basura cuando un muchacho, que trabaja de becario en el New Herald Hesitate, al que le habían encargado, por quitárselo de encima, una sección sobre los viejos muchachos del periodismo de antaño, preguntó por Selby y se llevó todos los dibujos.
Fue él quien se los presentó a un crítico de arte pop que había conocido personalmente a Warhol y a  Lichtenstein, que reconoció en ellos la mano de Selby y la grandiosidad como obra de arte que todo aquel material representaba. Eran miles y miles de páginas que relataban historias que se entremezclaban confusamente con personajes infantiles, de sexo indefinido, monstruos lascivos, ángeles, demonios, policías, y todo dibujado de forma muy barroca, a todo color y  exhibiendo clara  narratividad.
Este material se estuvo moviendo por los principales museos de arte contemporáneo del mundo hasta que alguien, no se sabe exactamente quien, aunque se rumorea de algún «dirigente» ruso que acumula obras de arte como quien guarda dinero dentro de un calcetín bajo el colchón, lo retiró del circuito y ya no se han vuelto a ver en público. Y ningún privado los ha mencionado en los últimos veinte años.

(Este personaje es ficticio, vergüenza me da mencionarlo, pero como hay gente muy despistada por ahí, mejor es dejar constancia de ello, que luego no me vengan con que ... y toda esa mierda. Sí. Todo esto tiene que ver con literatura. Últimas salidas ¿del autobús? hacia Brooklyn)


Ilustración de Henry Darger

3 comentarios:

  1. Magnífica y loca, o loca y magnífica historia! clap clap clap

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  2. Habrá más que contar de Selby, aunque haya muerto.

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  3. A mi de Selby me horrorizó La Habitación (Editorial La Escalera 2010, trad. Daniel Ortiz) un libro infernal.

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