jueves, 23 de abril de 2020

Lamento...¡ay!

Lamento porque no me concedieron el primer premio (ni el segundo (ni el tercero (ni el primer accesit (ni el segundo)))) en un concurso de relatos al que tuve el impulso de presentar una de mis obras maestras.


Hoy –hipotéticamente (luego confirmado… que no)– deberían comunicarme mi unánime victoria sobre todos los mediocres candidatos que tuvieron la infausta fortuna de coincidir en el mismo certamen con la superior calidad de una obra tanto en sus aspectos líricos como temáticos, sin mencionar, porque resulta una obviedad, la precisión del estilo sin dejación de lo lúdico en su forma, con aspectos románticos que no se dejan avasallar por ninguna languidez almibarada de pretensiones altisonantes, antes, al contrario, mostrando una belleza y una emotividad muy naturales porque brotan del propio lector sabiamente regado por mi prosa. 

Nah. Es un buen texto. No va a ganar. La buena literatura no se deja reconocer de un simple vistazo.

Hasta hace un momento ni te acordabas de qué texto se trataba. Vamos, que pillaste uno, lo compusiste, le apretaste la corbatita, le alisaste los pliegues, y para adentro. ¡Anda, niño, gana!

Pues no ganó. Ni mencionarme. Me jode, pero me parece normal. Lo que yo envié no era un relato ni era nada. Además, imagínate que me premian. El chasco que se hubieran llevado al descubrir que soy viejo y no tengo currículum. Todos ellos parecen muy competentes, con sus relatos históricos férreamente avalados por sus títulos en carreras humanísticas, con sus cargos de responsabilidad menor o mayor que hablan de su gran empeño en alcanzar un grado de prestigio sin duda merecido por el gran esfuerzo y voluntad que han de poner en ello.  En fin, con el báculo de su aparente madurez sólidamente sostenido, esas magníficas imágenes que presentan no los desmerecen. No. No habrían sabido qué hacer conmigo. Y yo me hubiera sentido muy ridículo. Sin nada que ofrecer salvo el nombre, los dos apellidos, tan comunes que hay que leerlos dos veces porque  resbalan a la vista. Suerte que tengo alguna foto buena. ¡Ay si me miraran con mis ojos, frescos, de por la mañana en el espejo!, que no estaré guapo, pero sí de un encantador tan natural… En fin, gracias, Destino. Como siempre, sabes lo que hay que hacer a pesar mío. ¡Ay!, los líos en los que te meto por un poco de notoriedad. Con mi infantilismo siempre intentando ponerme la zancadilla y tú, mi ángel guardián, siempre atento a salvarme por los cabellos –figurativos, que con los pocos que me van quedando, si me fueras a agarrar por ahí hace ya tiempo que hubiera desaparecido por el negro pozo de la desesperación–. 

Ahora solo nos queda leer los relatos ganadores y confiar en que todo sean una mierda sin trampa ni cartoné. Llenos de tópicos narrativos y estilísticos en donde se note que el grado de preocupación literaria de los miembros del jurado estaba a la altura de las preocupaciones narrativas de un traductor automático de manuales de instrucción de electrodomésticos chinos. Vamos, que hayan escogido los relatos más por la vista (la narración) que por el halo artístico que desprendan gracias al uso arriesgado pero certero del lenguaje y la imaginación. Con esa mirada plana con la que habrán leído mi obra, claro, ni siquiera pasé desapercibido. Directamente mi texto se transparentó a sus ojos como si perteneciera a una dimensión para la cual sus sentidos no pueden ni inventar una posible existencia. Y ahí estuvieron ellos, si es que alguno se tomó su trabajo en serio, leyendo simplemente letras, adivinando palabras tras un número razonablemente coherente de ellas, que posteriormente conformarían una frase que estallaría en sus mentes como una pompa de jabón sin dejarles ni rastro de humedad. Y sin embargo estaban delante de la Gran Fiesta del Arte Literario, y no sentían nada.

¿Y la hipótesis, improbable, pero no imposible, y que por lo tanto un espíritu científico tiene la obligación de contemplar, con el objeto de abordar todas las caras del problema, de que, en verdad, con criterios objetivos, tu relato, o lo que fuera, que su falta de definición ya obliga a los escrupulosos a cogerlo con dos dedos y arrugar un poquito la nariz, no porque huela directamente mal, sino por la desconfianza que inspira todo aquello que no encaja en una precisa definición, vulgo palabra, fuera, digo, tu relato, y solo como hipótesis, digamos, malo?

¡Oh!, perplejidad, acude a mi y envuélveme en tu oscuro manto, porque si me dejas reaccionar como estoy pensando ahora mismo le escacho la cabeza a este tolete.

¡Hombre!, sin ofender. Yo solo quería que abordáramos el problema desde todos los puntos de vista.

No es el momento del rigor científico. El muchacho está dolido. 

No. Déjale, déjale. Si va a tener razón. Tantas veces la verdad está precisamente donde no queremos mirar.

¡Pero si pasa hasta con las llaves de casa!

1 comentario:

  1. Mi más sentido pésame.
    Siga intentándolo, al menos, cada vez que pierda, tendremos la oportunidad de quizás leer estas estupendas pataletas.

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