sábado, 19 de octubre de 2019

Incidente de barrio...fino.

 Podría mentir y asegurar que me sucedió tal y como lo cuento, pero faltaría a la verdad, solo sucedió en mi cabeza a partir de un par de incidentes sin importancia que allí se multiplicaron con detalles inexistentes, aunque perfectamente factibles. Aún así si hubiera sucedido, contarlo resultaría tan soso que no valdría la pena. Para revalorizarlo hay que acudir al estilo y eso es lo que he hecho. El estilo hace imposible que algo tan trivial pueda ocurrir en la realidad y por lo tanto lo convierte en literatura.


Regresando del mercado con mi carrito medio invadiendo la vía, recibo el apercibimiento sonoro de un automóvil que hace notar su presencia tras de mí, impaciente, tal vez, porque le deje franca la travesía. Consciente de mis deberes cívicos tiro del carro y me arrimo a la pared, que la acera es estrecha, y entonces compruebo que el vehículo pertenece a las fuerzas del orden urbano.
Al rebasarme, el agente que iba por el lado del acompañante me agradece el gesto y luego hace un comentario acerca de mi vestimenta:
–-Muchas gracias, caballero, si es que lo es, que sus vestiduras disfrazan a la perfección tal condición, si la tuviera.
—A servir –respondo a tan amable gesto–, que es mi obligación ciudadana.
—Todo lo contrario –insiste el guardia–, si aquí hubieren servidores, habríamos de serlo precisamente nosotros que juramos por ello. Aunque a mí me gusta pensar que todos somos ciudadanos y por lo tanto colaboradores en el bien común.
—Bien hablado, agente –le alabo sin ánimo adulador –. Y en cuanto a mi condición, lejos estoy de méritos aristocráticos, ni por herencia familiar ni por lazos religiosos o de mera formalidad civil. No obstante, no le desengaño en cuanto a que mis actuales vestiduras no responden a mi condición de clase media boyante. Ocurre que siendo festivo relajo mis habituales exigencias en cuanto al decoro, siempre dentro de los márgenes que la ley nos asigna para no herir la sensibilidad común.
—Se ratifica usted en la oratoria, y juzgo loable su actitud, y aclaro que en modo alguno expresé mi comentario como como desaprobación, ni como conciudadano, ni mucho menos como agente de la autoridad, bajo cuyo uniforme no encuentro en absoluto ninguna desviación de la legalidad en su elección de indumentaria.
—Así lo colegí yo cuando la escogí sin poner el acto los criterios de pulcritud y buen gusto que suelo emplear para la selección de mis habituales vestimentas laborales.
—Pues que tenga usted un buen día y asegúrese de ponerme a los pies de sus familiares si los tuviera.
—Serán transmitidos sus saludos, y, le aseguro, recibidos con regocijo.
Y así, continuó el coche de los guardias calle adelante mientras yo retomaba mi cansino tirar del carro cargado con las viandas semanales.
El automóvil oficial no llegó muy lejos, porque alcanzando la esquina hizo amago de querer torcer en dirección contraria a la debida, acto que desaprobó en voz alta una señora.
—Por ahí no se puede, caballero, que es dirección contraria.
El agente se tomó muy a bien la advertencia, aunque desengañando a la señora respecto a sus intenciones.
—Soy consciente de ello, comprometida ciudadana, no obstante que no entraba en mis propósitos atacar una vía en la dirección contraria a su uso consuetudinario, y único admitido por las normas de tráfico. Me siento en la obligación de aclararle que las razones de mi extraña maniobra han sido que pretendo detener el vehículo por unos instantes en este preciso lugar y busco la manera de hacerlo sin entorpecer el tráfico. La razón de este aparentemente anómalo comportamiento es que, aquí, mi compañero, y yo, debemos realizar un servicio de inspección que nos tomará unos breves minutos, pero que exigen la completa detención del vehículo y el desembarco del mismo con el fin de cumplimentar los trámites por razón de los cuales nos encontramos en este lugar.
—Ah, bien, bien –se disculpó la mujer–, disculpen entonces la impertinencia de mis indicaciones.
Entonces fue cuando yo mismo volví a alcanzar al grupo que ya se disolvía, pero antes de que ello ocurriera creí oportuno hacer partícipe al amable guardia urbano de una anomalía que había apreciado en su vehículo. Y era la tal que
—Si me permite la observación, no he podido evitar  comprobar que uno de los indicadores de frenado de su vehículo, en concreto el izquierdo, no cumple su necesaria labor cuando el conductor del vehículo tiene la precaución o necesidad de presionar el pedal de freno.
—Le agradecemos mucho esta indicación, caballero, –“no, no, ya le he dicho que soy un simple ciudadano de clase media”,me vi obligado a clarificar –, que no consideramos baladí pues, fuerza es reconocer que cuando advertimos esta anomalía en un vehículo civil, inmediatamente echamos manos a código de circulación, normas de tráfico y libreta de multas para clavarle una sanción. Bien que en muchas ocasiones comprendemos perfectamente que el ocupante del vehículo puede no haber incurrido, como a nosotros nos ha ocurrido en este preciso instante, conscientemente en esta clase de violación del código.
—Como ciudadano, simplemente lo consideré un deber.
Acto seguido, y con una ligera inclinación de cabeza, continué mi camino hasta mi casa que se encontraba unas pocas puertas más allá. Abrí, entré y no hubo nada más.

2 comentarios:

  1. Nadie tan civilizado como la Guardia Civil. De ahí su nombre.

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  2. Cuando aquí la policía reprime en las manifestaciones solicita primero al manifestante que exprese qué zona del cuerpo desea que sea golpeada con preferencia. Así mismo, los manifestantes, cuando arrojan piedras a las fuerzas del orden piden excusas --a distancia, desde luego -- si dan en el blanco. "perdón, perdón, señor agente".

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