lunes, 15 de julio de 2019

La imbecilidad del mal, conclusión del libro de Annah Arendt.

"Fue como si en aquellos últimos minutos resumiera la lección que su larga carrera de maldad nos ha enseñado, la lección de la terrible banalidad del mal, ante la que las palabras y el pensamiento se sienten impotentes".

A mi juicio, esta frase final del libro de Annah Arendt refuta mi idea acerca de que lo de la banalidad del mal se refería a la estupidez de los que cometen el mal, idea, por otra parte que aún sostengo, ahora sin su aval, si tenemos en cuenta a la panda de gilipollas que han sido siempre los más bárbaros asesinos y las razones estúpidas por las que han matado, desde, por quedarnos en el siglo veinte, el mismo Hitler y su hermano Musolini, o nuestro bienamado generalísimos ("pasa paquito"), Pinochet, y todos los imbéciles dictadores que en el mundo han sido y son todavía, como ese monstruito ridículo de Corea del norte. A lo que en realidad creo que se refiere doña Annah es a la absoluta improductividad del mal, a su inutilidad, que quiere ella reflejar en la miserablemente ridícula muerte de Eichman pronunciando esas gloriosas palabras finales "Viva Alemania, Viva Argentina, Viva Austria, nunca las olvidaré".

Por otra parte, dado su énfasis en relatar cada detalle de esa muerte final, las prisas que se dieron los judíos por ajusticiar al genocida (apenas dos días --tenía que ser el jueves, porque el viernes, sábado y domingo tenemos fiesta y no trabaja el funcionariado, y ya pal lunes lo vamos a tener frío-- entre que el tribunal supremo emite la sentencia y que lo ajustician,  queman su cadáver y tiran las cenizas al mar, fuera de las aguas jurisdiccionales de Israel, todo muy simbólico, pero muy estúpido también -piensa por ejemplo en las corrientes marinas, lo mismo el sábado por la tarde los niños se estaban bañando en las cenizas de Adolf) creo que también trata de denotar la banalidad de la justicia, la banalidad del ajusticiamiento de Eichman, cuya muerte no aportaba ni un grano de justicia a los millones de muertes que tuvieron lugar en su tiempo.


Pienso, como estoy seguro que pensaba ella y como estoy seguro que sabía Eichman, y su propio abogado y hasta los parroquianos del bar que seguían el juicio por televisión, que ese juicio no era más que una puesta en escena para poder los judíos mostrar ante el mundo sus llagas y pedirle cuentas al mundo por ellas, y en absoluto un juicio para dilucidad el grado de culpabilidad del muchacho en todo ese asunto.

Como bien nos demuestra su comportamiento con el pueblo Palestino, ni ellos ni nadie, al parecer en este puñetero mundo, aprendió nada (a no ser a matar mejor, con más sutilidad y mejor propaganda) de todo este asunto.

Adonai nos coja confesado.

nota: en realidad me queda el epílogo, pero quería soltar este escupitajo.



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