domingo, 21 de julio de 2019

Estrecheces

De niños y jóvenes caminamos de frente. Ya de adultos avanzamos de lado y la ancianidad es definitivamente cuando marchamos de espaldas.

Estaba escuchando un programa de radio de esos de por la mañana, no es un día cualquiera o algo así. Unos señores mayores ponían temas musicales de vejestorios y denostaban un poquito la música contemporánea, en particular se referían al tema musical que había propuesto para representar a España en Eurovisión. Yo lo escuchaba y, sin entusiasmo, tampoco me pareció tan mal. Entonces es cuando pensé que uno se ha hecho definitivamente viejo cuando ya no es capaz de gustar de las cosas nuevas y se aferra al pasado, a las buenas músicas que escuchábamos antes, a los magníficos libros que leíamos; por no hablar de aquellas magníficas películas. (Aquellos coches, aquellas armas, aquellas ciudades de antaño, etc.)
Muchos programas de radio explotan estas fórmulas, que si los ochenta, que si la música clásica, que si el cine de toda la vida. Hoy ya no se hace nada como antes, que sí que se hacían bien las cosas, decimos ahora los vejetes sin acordarnos de lo que nos reíamos antes cuando los vejetes aquellos decían lo mismo. Mi padre entraba como una furia en la habitación para exigirme que bajara el volumen y mi madre me miraba con expectativas cuando me oía escuchar música barroca que ella identificaba con música de iglesias. (Se preocupaba más cuando claramente escuchaba  música de iglesias una cosa son las expectativas y otra muy distintas las certezas).
Yo, que estoy siempre a la caza de novedades, sin que deje de gustarme lo pasado, me asusto cuando no encuentro literatura, o música, o cine (¿qué más cosas de interés hay en este mundo, qué otra cosa produce el ser humano por lo que valga la pena seguir existiendo?-solamente tú-) de factura reciente que me interese. Me preocupo porque dudo de si estoy perdiendo mi capacidad de asombro, o si la he estirado demasiado y ha dado de sí, o si es que los creadores contemporáneos --los que me llegan a mí-- no tienen la capacidad de ir más allá de sus ancestros y se quedan jugando en el jardín de lo ya hecho.
Con mucha frecuencia me quedo estancado, medio aburrido de todo, en un estado que da miedo, me da miedo a mí, porque es de esos estados en los que todo parece importarte bastante poco, nada consigue despertar un mínimo de interés, y piensas con demasiada frecuencia en eso que dice un amigo medio en broma medio en serio "mi tiempo ya pasó".
De estos estados apenas me salva recuperar del pasado cosas que en su momento no percibí y que siempre me sorprenden, al menos por, teniendo en cuenta mi relativo interés en estos asuntos, no haberlos oído mencionar nunca como ahora este rarísimo Sergei Parajanov; muy pocas veces conocer nuevos artistas (directores, escritores, músicos) que me interesen.
Y estoy seguro de que los hay por ahí, gente de interés, de mi interés, pero el medio en el que me muevo no es el medio en el que nadan ellos, tal vez. Viven en la otra cara de mi moneda.
De pronto se da uno, muy pocas veces, cuenta de en qué estrecho mundo vive.

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