martes, 18 de junio de 2019

A salto de mata

Estaba leyendo el libro de Cristina Morales, Lectura Fácil. Incómodo porque no hace más que disparar contra todo. Y todas las balas me dan a mí, directamente o de rebote. Me revienta sentirme culpable sin saber muy bien de qué. De ahí salió una reflexión que puse en Fb.
Oponerse a todo no es tomar postura, es salirse fuera. Si todo está mal, no existe lo que está bien, no hay comparación posible. Salirse fuera no es elegir, es estar a otra cosa. Denunciar lo que está mal sin enunciar cómo podría resolverse o reencaminarse es solo rebuznar.
Todo esto viene porque ese personaje odioso, Nati, que es irritante porque a todo le encuentra un pero, un contra, y una argumentación, a veces excesivamente desarrollada, verborreica, en la que caben tantos aciertos como falacias; al final, me parece a mí, las exageraciones de estas se contradicen con las bondades de aquellos y el discurso queda nulo. Aparte que está desarrollado a partir, no de la realidad, sino de una visión de la realidad siempre percibida como agresión.  Todo es descalificado sistemáticamente y sin remisión posible: la asistencia social, los grupos ocupas, los turistas, el metro, la tarjeta de descuento del metro, la policía, la democracia, las buenas intenciones de la izquierda y las malas intenciones de la derecha. Todo es machista o fascista en determinado grado.
...total, abandoné el libro de Cristina Morales. No llegué a la mitad. Tampoco me ofrece más perspectivas, tal vez me equivoque, pero la impresión es que va a continuar así hasta el final. Y me parece muy gordo el libraco para más y más de lo mismo sin que la historia evolucione.  Lo abandono pero no lo tiro. Tal vez más adelante… lo lea o lo tire.
Y me pasé a Jesús Ferrero. Un libro que tenía por ahí hace años. Tal vez alguna vez lo empecé. Tal vez más de una vez. Ya estaba por tirarlo pero… últimamente tengo un ramalazo como de querer auparme a los nuevos tiempos. Considero a Jesús Ferrero de los nuevos tiempos, por lo menos de tiempos a los que yo ya no llegué (Supongo que hay un momento en que ya uno no puede continuar siguiendo a los tiempos, y se deja rebasar y se queda en el remanso de la ola, esa parte tranquila de atrás una vez que la ola ya ha pasado) Amador, o la narración de un hombre afortunado (1996). En este caso me encuentro con un adolescente  bastante aniñado, adolescentoide, escribí en primera impresión. No me resultó atractivo ni el personaje ni la prosa, que, siendo correcta, no ofrece ningún aliciente. El (los) personajes –hasta donde llegué– responden demasiado a tópicos adolescentes del yo me como el mundo, yeah yupii yei y todos los demás viven en la grisura de sus vidas corrientes. En fin. Supongo que otra vez me vi reflejado y que los tópicos esos me parece que tienen un tiempo. Tal vez estoy leyendo demasiado tarde estos libros. La madurez te hace tener otra imagen de las cosas. Por ejemplo un desprecio absoluto por la imbecilidad de los que creen que la libertad consiste en que los otros te dejen hacer lo que te salga de los huevos pero tú tienes que respetarlos porque es su libertad. En fin. Adolescentes.  Hasta los cojones. Deberían meterlos a todos juntos en un continente aislado y dejarlos salir solo a los veinticinco años si es que sobreviven a sí mismos. No. Mejor no. Sobrevivirían los peores  y esto sería el acabose. Sigo. Pasé de Ferrero y me salté, no aprendo, a Ray Loriga. Héroes (1993).
También lo tenía por ahí de hace años. Me lo tropecé precisamente a los pocos días de haber ido a la presentación de Las dos muertes de Ray Loriga de Daniel Jiménez. Siempre me llaman la atención los autores favoritos. Si alguien es un autor favorito de alguien, como mínimo lo exploro, algo tiene que tener para cautivar el ánimo de alguien. Porque tengo el libro, debe ser que ya me interesé por Loriga alguna vez, pero no recuerdo haberlo leído. Así que lo he, vuelto, supongo, a intentar.
La primera impresión es que parece prosa traducida. Es un estilo americano de tipo personaje antihéroe, perdido, sin razones vitales. Después me recordó algunos párrafos de El sacrilegio de Alan Kent de Erskine Caldwell. Novela por la que tengo auténtica devoción. Esto me predispuso el ánimo. Y más tarde pensé que aquello que estaba leyendo era una letra de una canción, muy al estilo anglosajón, donde no hay una narración de corrido, sino una secuencia de frases que van conformando una impresión, un estado de ánimo. Sin faltarle el estribillo. Lo cierto es que se menciona mucho a Dylan y a Bowie, además de a Iggy Pop o a Neil Young. Los capítulos son muy cortos y en realidad no están relacionados. Por mucho que se empeñe el de la contraportada, aquí no hay ningún adolescente encerrado en su cuarto soñando. Si eso es lo que el leyó uno de los dos no estaba leyendo el mismo libro. No está mal para leer suelto algún capítulo.Saltar acá allá, picotear. Oye, se te mete en la cabeza, que leí un rato antes de quedarme dormido y ahí estuvo dándome vueltas en el sueño un sinsentido de escenas que claramente procedían de aquellas páginas. En resumen, que está bien para leerlo a saltos, pero no de seguido. Y hay demasiada pose, aunque está bien perpetrada. A eso es a lo que me refiero cuando digo que parece una (buena) traducción. Parece auténtico. Un adolescente del medio oeste (americano) obsesionado con el supuesto modo de vida del rock and roll, que cree que la auténtica vida  es atravesar el país en coches robados huyendo de la policía y con una preciosa chica sentada en el asiento de al lado.
Pero no estoy en eso, no sé, se conoce que no estoy en eso. Este tampoco lo voy a continuar. Vuelta a la estantería de pendientes. Vámonos a lo fácil, a lo seguro, a ver si así cuela. Stefan Zweig, El mundo de ayer. Este parece que encaja con la otra lectura que ya más o menos tengo encaminada, Eichmann en Jerusalem, de Hannah Arendt. La historia continua. O se repite o se vuelve para atrás. Ya veremos. Ayer juró su concejalía uno con una cruz dorada en la mano derecha por Dios y por España. Veremos a ver qué pasa.

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