miércoles, 15 de mayo de 2019

Pere Calders

Estoy leyendo a Pere Calders (1912-1994), un autor catalán, que podría estar encuadrado en la literatura de posguerra –se exilió a México y regresó en 1962– aunque sus obras, me parece a mí, por lo que ando leyendo, nada tienen que ver con lo que se escribía por aquí, y hasta por allí en aquellos tiempos. Vamos que me parece un autor muy peculiar que me asombra y molesta no haber conocido antes.
Estoy leyendo un libro de relatos que se llama Crónicas de la verdad oculta y resumiré las tres primeras historias que he leído para que se perciba un poco el talante del escritor.

En la primera, un agrimensor –¿por qué será que pienso en Kafka cada vez que leo esta palabra?– es contratado por un rico terrateniente para medir sus tierra. El agrimensor está recién casado y el terrateniente les ofrece una casa para que vivan mientras está empleado para él. Cada día el agrimensor se va al campamento y cada tarde regresa con su mujer. Llevan una vida absolutamente feliz. Pero cada día el campamento se va alejando más y más y el agrimensor tiene que salir más temprano y llega a su casa más tarde.  En una ocasión en que el campamento está cerca de una villa en fiestas, los obreros le solicitan el día libre. El duda, pero tras unas abordables exigencias se lo concede y él aprovecha para volver a casa un poco antes. Por el camino tiene un accidente con el caballo. Este muere y él queda ligeramente herido y aún a gran distancia de su hogar. Mientras camina con dificultades se le hace de noche. Continúa andando, cada vez más cansado,  y entonces ve una estrella fugaz. Recordando una costumbre de la infancia pide un deseo, que su casa esté al otro lado de la siguiente vuelta del camino. Es consciente del absurdo de la petición, pero de algún modo el juego le hace más llevadero el cansancio y la distancia que aún le queda por cubrir. Sin embargo, para su completa sorpresa, encuentra su casa a la vuelta del camino. No puede creérselo. Es una persona completamente racional y aquello que ha sucedido es imposible. Aún faltan muchos kilómetros para alcanzar su casa. No es aquel el entorno en el que estaba enclavada su casa. Es como si esta hubiera sido trasladada de lugar. No obstante su mujer está a la puerta esperándole, haciéndole gestos con una linterna, como suele hacer cada día. Y cuando llega y la reconoce no cabe duda de que es ella y de que aquella es su casa, sin faltar ningún detalle. Después de descansar y curarse de sus heridas, el hombre decide que no puede conformarse con aquella situación, que tiene, como mínimo que llegarse hasta el lugar donde antes solía estar su casa para ver si sigue allí, o si ha desaparecido de allí para trasladarse aquí. Sea cual sea el caso es una completa afrenta a su racionalidad, y se le planteará una duda: si la casa sigue allí, no sabrá a cual de las dos regresar, cual será la verdadera. Si ya no está allí, tendrá que asumir el milagro o bien que él ha sufrido alguna especie de trastorno mental que le ha hecho creer en un pasado, a pesar de inmediato, falso, al creer que su casa estaba en un lugar distinto al que realmente se la ha encontrado.  Establecido que sea cual sea la solución del enigma se va a ver inmerso en un universo de confusión, decide salirse por la perpendicular y marcharse a la ciudad.

Me gusta esta solución del problema porque es sorprendente. Al mismo tiempo que natural. Acostumbrado uno a las narraciones empeñadas en resolver todos los entuertos en que ella misma se ha metido, a que las historias tengan un final, o si no el autor se verá severamente criticado por no haber sabido resolver los conflictos que ha creado, este autor decide finalizar la historia de la forma más impertinente y perentoria, sin que ello parezca forzado.

La segunda historia trata de un asesino que mientras se prepara para cometer su próximo crimen es visitado por su ángel (es de presumir que ya se conocen de intervenciones anteriores) que trata de convencerle de que desista de su propósito. Pese a que tiene sus titubeos el asesino continúa con lo que tenía previsto, el ángel no consigue su propósito redentor.

Es interesante que el asesino persiste a pesar de que en cierto modo le concede la razón a los argumentos del ángel, pero tampoco lo hace por ninguna clase de fatalismo trágico; tal vez si que haya un cierto fatalismo, pero absolutamente banal.

La tercera historia es la de un hombre que encuentra una mano en su jardín. Una mano cortada. En lugar de llamar a la policía decide poner un anuncio que reza que si alguien ha perdido algo importante en su jardín, que puede pasar a recogerlo. Naturalmente no menciona el objeto con el fin de que no venga cualquier pillo a reclamarlo. Entonces empieza a recibir la visita de una serie de personas que han perdido algo en su jardín y que después de una breve gestión de búsqueda la recuperan. Las cosas extraviadas son de lo más variado, una aguja de un gramófono, una virtud, la memoria. Por fin llega un quiromántico que se ofrece a leer la mano por si extrajera alguna pista acerca de quién es su dueño. En efecto, tras la exploración y la información que le suministra, el dueño del jardín averigua quién es el dueño de la mano y se la lleva. El dueño de la mano, que en efecto era suya, es un filósofo que vive en una choza en el extrarradio de la ciudad y que decidió aplicarse literalmente el principio bíblico que dice, que una mano no sepa lo que hace la otra, para lo que consideró que resultaba imposible, viviendo en tan completa intimidad una con la otra, que una mano no supiera lo que hacía la otra si no es que una de ellas estuviera apartada, así que decidió cortársela.

Este es el tipo de historias que pueden encontrarse en este libro y, sospecho, en el resto de la obra de Pere Calders, que yo, por mi parte, me prometo –ah, promesas, promesas– seguir explorando. El tono que tienen es un poco irreal, diría que caricaturesco, casi el de estos humoristas de los años treinta cuarenta, tipo Pedro Muñoz Seca, Mihura, Jardiel Poncela, pero sin llegar al descarado humorismo (sarcasmo muchas veces ) de estos, que tal vez, después de la guerra, se volvió más inocentón, aunque siempre con mucha malicia y retranca. No, este hombre es más seco en cuanto a humorismo, pero crea unos personajes que tendrían ese tono de caricatura irreal. Al menos a mí me los recuerda.

Ahí lo dejo, por si alguien lo quiere explorar.

NOTA: acabo de darme cuenta de que me salté una historia. La había olvidado. El hombre que atrapa con una mano la vida que se le iba y tiene que mantener el puño cerrado para que no se le escape. 

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