martes, 15 de enero de 2019

Avenida de los Misterios

Ya sé por qué viaja José Diego Guerrero, el escritor, niño de la basura, cojo, a Filipinas. Y lo voy a contar.
Resulta que:
José Diego y su hermana se criaron en un basural, en las afueras de Oaxaca, ciudad de México. Punto uno.
A raíz de un accidente salieron de allí y se alojaron en un asilo para Niños Perdidos donde su madre, Esperanza, que también es puta en la Calle Zaragoza, trabaja limpiando. Los niños acostumbran, si no los pillan, a escaparse por las noches y pasear por la calle Zaragoza. Usan un truquito con las pistolas de agua, que rellenan con zumo de remolacha, para sacarle cuartos a los crédulos -"llueve sangre"-, pero eso no lo hacen en la calle Zaragoza. Allí solo pasean. Tratan de descubrir a su madre en plena faena, pero ella nunca está a la vista en la calle Zaragoza.
En cambio sí se encuentran con Flor, una travestida que, por detrás, se parece mucho a Esperanza. También se encuentran con el gringo bueno, un muchacho que ha huido del reclutamiento. No quiere ir a Vietnan. Se ha tatuado un gran Cristo en el pecho y una bandera americana en el culo, que parece rota por la raja, pero no le ha servido de nada. Por eso ha tenido que huir. Flor y los niños de la basura lo recogieron del suelo e impidieron que los tipos del hotel siguieran pegándole. Por lo visto no le había pagado suficiente a una de las putas.
Se lo llevaron al asilo y consiguieron meterlo en la cama a escondidas de las monjas. Al día siguiente se armó un buen guirigay cuando la patrulla desfilante de niños al mando de sor Gloria lo descubrió desnudo en la bañera. Pero antes tuvo tiempo de contarle a Juan Diego su historia. No quería ir a Vietnan porque primero tenía que ir a Filipinas y saludar a la tumba de su padre. El padre del gringo bueno era más joven que el propio gringo bueno ahora. Murió en la guerra. O más bien, murió después de la guerra, porque ya la guerra había terminado cuando lo mataron, pero quienes lo mataron aún no lo sabían.
El gringo le hizo prometer a José Diego que si él no lo hacía, el propio José Diego iría un día a Filipinas a visitar la tumba de su padre. José Diego dijo que lo haría, sin saber muy bien lo que estaba diciendo, pero más tarde se hizo a sí mismo el juramento de que cumpliría aquella promesa.
Y eso nos lleva a Manila, al hotel Makati Shangri-la en donde hay una pecera con peces muertos porque el termostato se ha estropeado. Solo sobrevive la anguila -más bien morena- que lo mira con furia.
No he hablado de los perros de las azoteas. ¿Son perros fantasmas o no? Ni del circo, pero eso no toca todavía.
Seguiremos informando.
Detecto una sobreactuada afición a montar escenas caóticas en esta novela. Este tipo de escenas, son, no obstante, una marca de la casa -digo del autor-, pero me está dando la impresión de que en esta novela en particular abusa de ellas: La escena del baño de José Diego en Hong Kong, el accidente en el basural cuando Rivera le aplastó el pie con el camión, la conversación con el médico Vargas, esta escena del baño con el gringo bueno. No parecen tantas, pero estamos solo a mitad del libro.
No obstante tiene sobre mi un poder de absorción que es una delicia. Acabo de dejarlo y lo único que se me ocurre es venir a hablar de él. Y mientras, las aventuras de Orgetorix esperando. O el mismo Harari que con un par de horas o tres de lecturas le podría dar el remate.

1 comentario:

  1. Me pareció que hablabas de una novela del José Diego Guerrero, pero por la etiqueta parece que es de John Irving. Bueno, todo parece un poco lío, sí, pero parece entretenido. No creo que la lea porque hay un buen montón de cosas que hacer antes. Me conformo con tu resumen

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