miércoles, 12 de septiembre de 2018

Materializaciones

“Los diferentes estímulos sensoriales a que el hombre reacciona –táctil, visual, gustativo, auditivo y olfativo– son producidos por las vibraciones variadas de electrones y protones. Las vibraciones, a su vez, son reguladas por los «vitatrones», fuerzas sutiles de vida más finas que la energía atómica, inteligentemente cargadas con las cinco distintivas ideas-substancias de tipo sensorio. Gandra Baba, poniéndose a tono con las fuerzas cósmicas mediante ciertas prácticas yoguis, era capaz de guiar los vitatrones de manera que coordinasen su estructura vibratoria y objetivaran el resultado que deseaba. Sus perfumes, frutas y otros milagros eran vibraciones actualizadas en términos de percepción mundana y no una sensación interna hipnóticamente producida”.

Esta es la razón que da Paramahansa Yogananda para explicar las materializaciones; en este caso, perfumes, aromas que Gandra Baba era capaz de generar de la nada y colocar donde le diera en gana, la palma del autor, por ejemplo. También he visto en youtube que Sai Baba tenía esa capacidad, esta vez con cosas que extraía de la tierra después de haber juntado un montoncito y rebuscar dentro de él.

Lo que me llama la atención de la explicación no es esa vaga alusión a protones y electrones cuyas vibraciones, según esto, acaban estimulando nuestros sentidos y suministrándonos las percepciones, sino ese misterioso «vitatrón» que recuerda mucho al Polvo de las novelas de Pullman, La materia oscura, que en esa novela cumplía ese papel de despertar a lo que era materia simplemente inerte. Allí la materia oscura era una especie de entidad que dotaba de inteligencia a aquello sobre lo que se posaba, dicho así muy a la ligera. Lo que se sugería es que la aparición de aquel Polvo coincidía con el paso del ser humano desde su estado puramente animal hacia su despertar a la autoconciencia.  Luego se enredaba todo mucho con una gran batalla de entidades superiores entre las que, por cierto, Dios era un viejecito venerable y temeroso que había dejado en manos de su segundo el control de la situación, el cual pretendía acabar de una vez con todo, o algo por el estilo. Al final ganan los buenos. Creo.

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