lunes, 3 de septiembre de 2018

El confort y la culpa

Estoy muy preocupado porque mi sentimiento de culpa se está volviendo hipersensible. Antes no lo notaba hasta que me sorprendía en falta flagrante, lo que ocurre tan esporádicamente que soy incapaz de exponer un ejemplo, o cuando en la carretera me hería el resplandor verde de un vehículo de la guardia civil. (En tres encuentros con guardias civiles que he tenido los tres han acabado en multa, siempre una multa inocente, ridícula, nada de ir a doscientos por la autopista en sentido contrario o triplicar la medida de alcohol en sangre; el dichoso itv que se me pasa,o ir a la pavorosa velocidad de 80 kilómetros por hora por un carril de aceleración que ya marca 60 han sido mis faltas).
Pero de un tiempo a esta parte no hay actividad en la que no me sienta culplable. Desde en el trabajo donde, dada mi absoluta falta de pasión por lo que hago, siempre pienso que estoy obstaculizando el prometedor futuro de un joven y ambicioso doctorando, hasta cada vez que miro a una mujer que me parece hermosa, porque siento sobre mí las iras de todas las feministas y el resentimiento de todas las otras mujeres que no me parecen hermosas, más el desdén de todos los homosexuales por no prestarles la misma atención. Pero el problema se extiende, como digo, a toda actividad. Llegar a mi casa y alegrarme de tener un hogar en el que refugiarme de las hostilidades del mundo es acordarme de los millones de inmigrantes que intentan alcanzar nuestras fronteras europeas y nosotros, mis impuestos, mis representantes, se lo impedimos con saña al mismo tiempo que clamamos al cielo porque este país y toda Europa está envejeciendo a velocidad de tobogán porque los jóvenes ya no quieren tener hijos, y entonces me siento culpable por haber tenido solo una hija disponiendo como dispongo de una situación económica que me hubiera permitido al menos otro hijo, fuera del género que fuere. Y esto me lleva, claro, a sentirme culpable de tener una situación económica desahogada dadas las estadísticas que aseguran que por lo menos un treinta por ciento de este país anda rozando los límites de la pobreza o está declaradamente hundido en ella.
Y si miro la televisión me siento culpable por lo estúpido que me siento  mirando la televisión, lo poco que nos deja ver entre tanda y tanda de anuncios, pudiendo apagarla y ponerme a leer la multitud de libros pendientes de leer que tengo, y entonces me entra culpabilidad por tener todos esos libros pendientes de leer y que nunca se terminan porque apenas empiezo a ver huecos en esa estántería se me afloja el sentido de culpa por acumular tantos libros en casa y compro alguno nuevo que me hace sentir culpable por tener tantos libros llenándose de polvo en las estanterías, muchos de los cuales no he vuelto a releer y de entre ellos un buen montón de los que ni recuerdo de qué trataban, y que miro con culpa, y mientras pasan los anuncios me levanto y hojeo y casi les prometo que un día... un día...
Y cuando voy al mercado me siento culpable también por poder disponer tan cómodamente de frutas y verduras y carnes y pescados frescos cuando muchos de mis conciudadanos no pueden permitírselo,no solo porque no tienen un mercado en las inmediaciones al que acudir cómodamente,  solo grandes supermercados que nunca se puede saber de dónde demonios traen los productos que venden y a qué condiciones han adquirido esos productos a los productores, que a consecuencia de los bajos precios a los que se los pagan deben mejorar las producciones haciendo uso de cuanta química se haya inventado para ello a pesar de cómo dejan la tierra y cómo nos dejan a nosotros que ya no sabemos ni qué nos estámos llevando a la boca, sino porque los precios para según qué economías tampoco son los más asequibles, por qué lo vamos a negar (hay quien sobrevive exclusivamente a fuerza de comida congelada). Y cuando compro en el mercado me siento culpable de rechazar las bolsas que me ofrecen para envolver cualquier producto que adquiera como si hubiera una especie de terror a que los alimentos se pongan en contacto unos con otros, ni que tuvieran miedo, como en aquella novela de Flann O'Brien el policía temía convertirse en bicicleta a fuerza de contacto de su trasero con el sillín, de que unos alimentos acaben fundiéndose con otros. Por sentimiento de culpa guardo las bolsas en las que la panadera me deja el pan cada día y las utilizo para evitar que los dependientes me endilguen las suyas. Y sí, me siento culpable de no indicarle a la panadera que me deje el pan en una bolsa de tela, ya lo intenté una vez pero la mujer ponía tales inconvenientes que lo dejé estar.
Y entre culpa y culpa se desarrolla mi vida. Es ridículo pensar que toda esa culpa es, tal vez, por exceso de confort y eso me hace sentir culpable por lo ridículo que es y porque, demonios, no sé si me merezco esta vida tan favorecida que me ha tocado en suerte.

1 comentario:

  1. Amigo, la salida está en la religión. Un par de rosarios y paternóster y quedas al día. Todos felices. Si sentir culpa actualmente es un absurdo, dejar de sentirla tiene que ser absurdo en la misma magnitud. El Yin y el Yang. Amén.

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